EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, luchadores del espacio.
Una de las lecturas que teníamos programadas para este mes era el tercer libro de La Saga de los Aznar. Continúa directamente la historia del anterior, con los protagonistas abandonando Venus a bordo del Lanza, la primera verdadera nave espacial desarrollada por la humanidad.
Han logrado destruir la mayor de las colonias que los thorbod han establecido allí, y alzar a los saissai como una revuelta. Miguel Ángel y sus amigos prometen volver con tropas para combatir al resto de thorbod junto a sus primeros aliados del espacio, los saissai, en un plazo aproximado de tres años. Pero esta es una promesa que en realidad ya nunca cumplirán.
El Lanza abandona Venus llevando con ellos grabaciones, fotos, muestras, y un thorbod vivo que han capturado, para asegurarse que la comunidad científica internacional no podrá rechazar la historia de su viaje a Venus y lo que encontraron allí. Este es su error. Los thorbod son individuos demasiado peligrosos para mantenerlos con vida. Encerrado en un pequeño compartimento, el thorbod rompe los dos pares de esposas que le han colocado en las muñecas y emplea un fragmento de eslabón como herramienta para desatornillar una plancha del suelo, introduciéndose entre la maquinaria de la nave. Allí empieza a arrancar cables y romper tuberías al azar, tratando de hacer todo el daño posible. Una de las tuberías que rompe a puñetazos es el conducto principal de combustible, y este se derrama a tal velocidad que ahoga al thorbod.
Esto ocurre en el peor momento posible, porque la tripulación del Lanza, en su ruta de regreso a la Tierra, se han cruzado con un insólito planeta errante, y se han aproximado para observarlo. El planeta viaja a gran velocidad, por lo que tras observarlo un rato y especular sobre él tratan de retomar su rumbo original, solo para darse cuenta en ese momento que el combustible ha dejado de llegar a los motores. Y lo que es peor; se han acercado tanto al planeta errante que, estando faltos de propulsión propia, este les está atrayendo con su campo de gravedad.
Los tripulantes hacen un intento de sellar la tubería rota, recuperar el combustible y redirigirlo hacia los motores. Para ello tienen que atravesar varios compartimentos completamente inundados. Lo hacen buceando en el combustible, empleando sus trajes de astronauta como si fueran trajes de buzo, con el peligro constante de que la más mínima chispa o fuente de calor que puedan producir detonará toda la nave.
Esto me recordó, por cierto, a un videojuego de Amstrad de 1991, el Extreme, en el que debíamos explorar una nave espacial abandonada y a la deriva. Una de las fases tenía lugar en una zona que había quedado inundada de combustible, que debíamos atravesar buceando, y durante la cual no podíamos disparar y había que limitarse a esquivar la extraña fauna que se había desarrollado en el carburante. Dado lo populares que fueron en su momento los libros de La saga de los Aznar no me extrañaría nada que esa fase del juego estuviera inspirada por esta parte de la novela.
A pesar de sus esfuerzos por realimentar el motor, esto resulta ser inútil. La nave se precipita cada vez más rápido sobre el planeta, y llega un momento en el que entran en su atmósfera. Sin propulsión, la única opción que les queda es planear en manual y realizar un aterrizaje forzoso, aprovechando que el Lanza tiene forma de trasbordador (no de cohete) y cuenta con un par de cortas pero gruesas alas.
Logran aterrizarla, pero la nave sufre daños que no tienen medios para reparar. El mundo es un bloque de hielo, sin fauna ni vegetación, y cuya atmosfera es además venenosa para los humanos. Aún con la muerte a corto plazo como única perspectiva por la limitada reserva de oxigeno que queda en las partes de la nave que siguen siendo estancas, el profesor Stefansson se dedica a recopilar datos sobre el planeta. También Miguel Ángel prefiere dedicar el tiempo que le queda a algo en lugar de sentarse a esperar la muerte. El helicóptero que transporta el Lanza ha quedado intacto, y junto a otros tres tripulantes emprende un vuelo de reconocimiento en busca de cualquier rastro de civilización.
Y efectivamente lo encuentran. Civilización si, pero vida no. Localizan una gran instalación con aspecto de factoría. Miguel Ángel y sus compañeros aterrizan el helicóptero y se adentran en la factoría, donde todo parece funcionar automáticamente. Grandes brazos mecánicos y herramientas articuladas funden metales, les dan forma y los almacenan, sin aparente supervisión de ningún ser orgánico. No es lo que esperaban, pero las instalaciones y los materiales acumulados en ella les ofrecen una posibilidad de tratar de reparar el Lanza. Desgraciadamente para ellos, todo en la factoría está automatizado, incluida la seguridad. Un extraño robot que se desplaza sobre una única rueda los identifica como intrusos y les ataca. Consiguen destruirlo con las armas que llevan con ellos, y regresan al Lanza con sus restos para que el profesor Stefansson los examine.
Al día siguiente, unos tripulantes que se encuentran fuera del Lanza son atacados por otro robot (un modelo diferente) que aparece montado en una pequeña nave voladora y dispara sobre ellos. Logra matar a uno de los hombres antes de ser derribado. Cuando Miguel Ángel comprueba el vehículo ve que éste se encuentra intacto, y se ha estrellado porque alcanzaron al robot que lo manejaba. También descubre con sorpresa que el vehículo fue diseñado originalmente para pilotos orgánicos, pues muchos de los mandos tienen pequeños cartelitos indicando su función como recordatorio, algo que un robot no necesitaría. Su sorpresa es aún mayor cuando reconoce el idioma en el que están escritos los carteles; es saissai. Miguel Ángel lo aprendió de sus aliados, los “hombres azules” durante su estancia en Venus. Quizá el planeta errante es (o fue, antes de salirse de órbita y congelarse) el mundo natal de los saissai. Este conocimiento le permite aprender a manejar lo básico de la nave en relativamente poco tiempo.
Sabiendo que podrían haber saissai en el planeta, y puesto que la nave, aunque relativamente pequeña, es lo bastante amplia y potente como para transportar a todos los tripulantes que quedan, deciden ir en busca de estos posibles aliados. Durante su investigación de la factoría automática vieron que de esta partía una vía elevada de monorraíl. Siguiendo la vía, llegan hasta una enorme ciudad cúpula. Está rodeada de grúas y maquinaria de construcción atrapada en el hielo, como si la cúpula hubiese sido construida a toda prisa para protegerla de la progresiva congelación del planeta, y una vez completada, las máquinas hubiesen sido simplemente abandonadas allí.
Una compuerta se abre automáticamente para que entren, al reconocer la nave saissai que pilotan, y acceden a la cúpula. La ciudad es un fabuloso ejemplo de arquitectura y tecnología avanzada, pero parece desierta. Desierta, salvo por un contingente de robots de seguridad como el que encontraron en la factoría, que les atacan obligándoles a abrirse paso a tiros entre ellos. Consiguen llegar hasta lo que parece un edificio especialmente importante. Este resulta ser una cripta criogénica, donde cientos de saissai se alinean en cápsulas, sumidos en un sueño artificial. La entrada de los humanos a la cripta criogénica activa algún automatismo que despierta a varios de los hibernados. Miguel Ángel y los demás se entienden con ellos hablando en la lengua saissai que aprendieron en Venus.
Es así como nos enteramos que este planeta errante tampoco es el mundo original de los saissai. Su mundo natal iba a ser destruido, y el único lugar al que lograron trasladar a parte de su población fue a este mundo errante. Incapaces de adaptarse a un mundo de hielo, algunos de ellos emigraron a Venus cuando el mundo errante pasó junto a este, como parte de su amplísima órbita elíptica. El resto se hibernaron a sí mismos, una congelación controlada para evitar morir por una congelación natural. Antes de encerrarse en la cripta criogénica, los saissai programaron a sus robots para que llevaran a cabo una obra monumental: el primer autoplaneta. La ciudad cúpula solo es la primera tuerca de ese proyecto, al que aún le faltan mil años para completarse. Pasado ese tiempo, la ciudad se habrá reestructurado como una estación esférica separada del planeta, y tendrá capacidad para propulsarse y ser dirigida a voluntad. Algo a medio camino entre una pequeña luna artificial y una gigantesca nave espacial.
Los saissai proponen algo a los humanos. En lugar de reparar su nave, hibernarse con ellos durante un milenio, para despertar en un universo nuevo, como dueños de la estación espacial mas grande que jamás ha existido. Miguel Ángel y lo que queda de la tripulación tienen pocos vínculos en la Tierra, y la magnitud de lo que se les propone formar parte es demasiado tentadora. Cuando los saissai despertados vuelven a hibernar, los humanos los acompañan, mientras los robots prosiguen incansables su labor.
Y del mismo modo que el capítulo en el que tienen que bucear en combustible podría haber inspirado el nivel del Extreme en que ocurría exactamente lo mismo, todo el asunto del autoplaneta podría haber sido la inspiración de la Estrella de la Muerte de Star Wars. George Lucas jamás ha ocultado que tomó elementos que le gustaron de muchos libros y películas y los adaptó para La Guerra de las Galaxias (actualmente retitulada como Una nueva esperanza), y los autoplanetas de La saga de los Aznar podría ser uno de esos elementos. Estos libros son de las pocas novelas de ciencia ficción española que tuvieron proyección internacional y se vendieron traducidos en otros países, por lo que una copia en inglés podría haber llegado hasta las manos de George Lucas en algún momento. Lo cierto es que no hay modo de saberlo, pero las similitudes entre los primeros autoplanetas y la Estrella de la Muerte son muchas.
Miguel Ángel y los suyos dormirán ahora durante mil años, pero nosotros no esperaremos tanto para leer el siguiente libro. El mes que viene comentaremos, para todos los interesados en seguir esta historia, La Horda Amarilla, el cuarto título de la colección.
Cerebros electrónicos. 1974 (reescritura del texto original de 1954). George H. White [Pascual Eguídanos]. La saga de los Aznar nº 3. Editorial Valenciana S. A.
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