EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.

Saludos, ávidos lectores.
¡Estamos a 17 de junio! ¡Feliz Día de los basureros! Si no conocéis ningún basurero al que felicitar personalmente por su importante labor, podéis saludar al equipo de la Dungflier.
En esta ocasión la Dungflier se halla a la deriva porque, al parecer, calcularon mal el combustible que necesitaban para su siguiente viaje, rumbo a Neptuno. A la falta de combustible se añade la de whisky, pues entre Dick y Hans se lo han terminado casi todo en un tiempo récord.
El grupo está a la espera de que llegue la grúa espacial para remolcarles, cuando aparece un personaje estrafalario. Se trata de un anciano enfundado en un traje de astronauta y subido en una turbomoto, que comienza a disparar contra la nave basurera con un fusil láser. Es una parodia del clásico buscador de oro cascarrabias del salvaje oeste, que les reclama haberse colado en sus tierras. Cuando le explican que están sin combustible y a la deriva, el propio viejo les remolca con su turbomoto, que parece tener una potencia descomunal.
El viejo, que resulta ser el doctor Zweinstein (un inventor genial, aunque algo chalado), los lleva hasta una especie de estación espacial casera hecha por él mismo con todo tipo de restos, donde vive con un cachorrito como única compañía. En ocasiones anteriores se nos había hablado de la extraordinaria resistencia del casco de la Dungflier, que podía aguantar impactos capaces de destruir una nave de guerra. Esto parecía simplemente el típico recurso de dotar al protagonista con un equipo mágico o tecnológico que solo posee él y que suele definir su identidad o destino, en plan la nave más rápida de la galaxia, una espada capaz de cortar cualquier cosa como si fuera papel, un campo de fuerza absolutamente impenetrable pero que solo puede activar un minuto cada hora, etc. Simplemente, su nave-camión de basura resistía más que ninguna porque sí, y había que aceptarlo.
El doctor Zweinstein muestra un gran interés en la Dungflier y termina revelándoles que su misteriosa resistencia se debe a que fue fabricada con una aleación creada por él llamada ZX-15. En realidad se fabricaron cinco naves con esta aleación, pero luego muchas corporaciones armamentísticas comenzaron a hacer presión para que les cediera su fórmula, y el Emperordenador decidió que era mejor que esta no se conociera nunca, archivándola para siempre.
Doc. les ofrece entonces una nueva fuente de energía experimental para la nave y afirma que es inagotable porque se alimenta captando la propia energía del universo. Poco después de instalarles el nuevo motor (que tiene el aspecto y tamaño de una bombona de butano con una hélice), una enorme nave de guerra sin identificar ataca la estación. Pese a que la estación está a punto de estallar, Doc. se niega a abandonarla sin su perrito Fido, que ha corrido a esconderse asustado por los disparos de la nave. Marisa (que le ha cogido cariño a Doc.), Hans (que le tiene cariño a Marisa) y Gucho (que le ha cogido cariño a Fido) le ayudan a buscarlo entre las llamas y explosiones que se han apoderado de todo el lugar. Finalmente logran encontrar al perrito y volver todos con vida a la Dungflier, pero Doc. ha quedado malherido al caerle encima una viga, y toda su investigación, inventos y proyectos se pierden cuando la estación explota.
Los basureros siguen a la nave atacante de cerca gracias a su nuevo e inagotable motor, pero de pronto dos de los ocupantes de esta se materializan en la sala de mandos de la Dungflier y se apoderan de ella. Por la reacción de los basureros, que no tomaron ninguna precaución por si sus adversarios contaban con teleportadores, esta tecnología debe ser muy rara y hay muy pocas naves que cuenten con ella. Gucho, a quien no se le da muy bien eso de relacionar el que alguien armado le esté apuntando con la idea de estar en peligro, derriba a uno de los intrusos de un sonoro y repentino manotazo. Dick y Hans se encargan del otro.
Tras este pequeño incidente la nave atacante acelera y la Dungflier la sigue. Ambas terminan hundiéndose en las letales junglas de Neptuno, compuestas por plantas carnívoras gigantescas y neuróticas, y pobladas por dinosaurios, tal como dictan las leyes del pulp espacial ochentero.
Marisa se lleva a Doc. al hospital de la ciudad más cercana en una turbomoto. Un detalle gracioso es que cuando los enfermeros de urgencias ven aparecer a la esbelta Marisa le dan prioridad absoluta para ser atendida, pero cuando esta les revela que quien necesita ser examinado es el anciano que la acompaña y no ella, le contestan que en ese caso se sienten donde puedan y esperen a que los llamen. Afortunadamente, alguien reconoce a Zweinstein, cuyos inventos proporcionaron en el pasado muchos avances a la ciencia médica, y el personal se vuelca en su tratamiento.
Tras algunas horas de reposo, un par de sicarios aparecen en el hospital para raptar a Doc. Se lo llevan a él y a Marisa, a la que se disponen a cortar en lonchas con una sierra láser industrial, por las risas.
Por su parte, Dick y Yokio se dedican a buscar la nave atacante mientras Hans y Juanito hacen reparaciones en su propia nave. Esto lleva a los primeros a enfrentarse a una variedad de plantas hambrientas y monstruos con mal genio hasta que logran dar con ella y descubren que pertenece a la Combuspace Corp. El ataque a la estación fue orquestado por los dueños de esta empresa, que tiene el monopolio de venta de carburante para naves espaciales. Vieron su negocio peligrar por el motor de Zweinstein, que no precisa combustible para funcionar, y enviaron a sus tropas privadas a acabar con él tan pronto como le localizaron.
Dick y Yokio atacan la nave y se deshacen de los sicarios que quedaban a bordo. Lo de “deshacer” es en sentido literal en el caso de un par de ellos, que tratan de escapar usando el teleportador. Cuando inician el proceso y empiezan a desvanecerse, Dick lo desconecta, con lo que no llegan a materializarse en su punto de destino… pero tampoco se reintegran en su punto de origen, perdiéndose para siempre como partículas dispersas por el universo.
Volvemos con Marisa para ver si la han loncheado adecuadamente, con envoltorio y todo. Resulta que no, ya que cuando Hans y Juanito lograron reparar la Dungflier volaron directamente a la ciudad a ver cómo les iba a ella y a Doc. Al hacerse una idea de lo que estaba ocurriendo y detectarla a ella en la sede de la Combuspace Corp., Hans no se lo piensa mucho y estrella la Dungflier contra el edificio. Procede después a resolver el asunto a puñetazos contra los que quedan en pie, cubiertos de polvo y escombros, a la par que Juanito detiene la máquina de lonchear Marisas que ya estaba a punto de cumplir con su cometido.
Mientras estos asuntos se resuelven por separado tenemos al mutante peludo Gucho vagando solo y perdido por la selva neptuniana. Debido a una serie de rocambolescas circunstancias, este ha terminado cargando con el motor experimental, que se pone a manipular por puro aburrimiento. Al activarlo inadvertidamente a máxima potencia, el motor (la bombona de butano con una hélice) empieza a desplazar a todo Neptuno, amenazando con sacarlo de su órbita y provocar una reacción en cadena que destruya todo el Sistema Solar.
Los basureros y el doctor, una vez resueltos los asuntos en los que estaba implicado cada grupo, logran encontrar a Gucho a falta de tres segundos para que el desvío de Neptuno sea irreversible. Al no tener tiempo para desactivarlo, el doctor sacrifica su invento vaporizándolo de un disparo, con lo que el planeta vuelve poco a poco a su órbita. Y así es como, una vez más, los basureros del espacio salvan a la humanidad… después de haber estado a punto de destruirla. ¡Una cosa por otra!
La nave todavía conserva algo de energía que el nuevo motor llegó a acumular antes de que este terminara en las peludas y torpes manos de Gucho, la suficiente para llevarla hasta un taller. Un poco de chapa y pintura, y todos listos para la siguiente aventura.
El astronauta solitario. 1986. Rick Solaris [Ernesto Frers Gianello] (texto) Almazán (portada) Duarte (ilustraciones). Los Basureros del Espacio nº 12. Editorial Bruguera S.A.
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