MENSAJE DEL SUPERVISOR GENERAL: todas las fotos que aparecen con la dirección de este blog sobreimpresionada son de artículos de mi propiedad y han sido realizadas por mí. Todo el texto es propio, aunque puedan haber citas textuales de otros autores y se usen ocasionalmente frases típicas y reconocibles de películas, series o personajes, en cuyo caso siempre aparecerán entrecomilladas y en cursiva. Todos los datos que se facilitan (marcas, fechas, etc) son de dominio público y su veracidad es comprobable. Aún así, al final de la columna de la derecha se ofrece el típico botón de "Denunciar un uso Inadecuado". No creo dar motivos a nadie para pulsarlo, pero ahí esta, simplemente porque tengo la conciencia tranquila a ese respecto... ¡y porque ninguna auténtica base espacial está completa sin su correspondiente botón de autodestrucción!

jueves, 13 de junio de 2024

UNA VEZ MÁS

JUNTO A LA FOGATA

Presentado por... Mr. Yuk.

Llevamos unos días demasiado ocupados para publicar algo, y parece que la cosa va para largo. Así que, para no perder la costumbre de publicar con cierta regularidad, tiramos de material viejuno y os presentamos uno de los relatos de nuestro Supervisor General escribió hace un porrón de años.

Al contrario de los que hemos visto hasta ahora, éste relato sí tenía intención de publicarlo en papel, junto a otros escogidos. Peeero después de pasearlos durante un par de lustros por varias editoriales ninguna parece estar interesada en ellos, así que el blog es una buena forma de darles salida. Esperamos no aburriros demasiado con ellos... ¡Wa-ha-ha-ha!


UNA VEZ MÁS


Llevaban dos horas en la carretera, y aún les quedaba al menos otra para llegar. Otra aburrida hora, sin nada que ver en aquel paraje de montaña, serpenteando entre peñascos por carreteras que apenas merecían ese nombre.

Mierda Bask gruñó el conductor –. Recuérdame que hacemos aquí.

Su acompañante tardó varios segundos en contestar.

Su acompañante tardó varios segundos en contestar.

Kappler no tiene teléfono en su cabaña, Craig. Ni correo electrónico, ni hay ninguna forma de ponerse en contacto con él.

Ya, pero no es la primera vez que se aísla en esa casucha y está semanas o meses sin dar señales de vida ¿Recuerdas aquella vez que volvió después de dos meses y medio? Pesaba unos veinte kilos menos. Se quedó sin comida y pasó el último mes racionando dos barras de pan y seis botes de fideos instantáneos. Todo por no moverse de ahí.

Sí, claro que me acuerdo. Pero qué le vamos a hacer. Si los de la directiva se lo han permitido hasta ahora… ¡Craig, Mira!

Baskin movió rápidamente uno de sus brazos para señalarle algo al conductor. Allí, en lo alto de una loma cercana, se alzaba una vieja construcción de piedra y madera.

¿Es ahí? Desde luego es igual que la foto que me enseñaste.

Baskin contemplaba desconcertado la casa. Craig conducía ya hacia ella, saliéndose del camino.

Espera… espera Craig… no puede ser aquí. Deberíamos haber tardado más en llegar.

Bueno, tú sabrás. Tú ya has estado aquí antes, yo no. 

El caso es que sí parece el sitio, pero… 

El coche se detuvo. Baskin se bajó y dio unos pasos hacia la casa, observando a su alrededor. Craig le imitó, echándose las llaves del coche al bolsillo de la cazadora.

Bueno… ¿es o no es la casa que buscabas?

Sí… bueno, sí es la casa… pero no me suena este sitio. Creo recordar que había que continuar por el camino durante unos cuarenta o cincuenta minutos más… y el camino llevaba hasta la misma puerta principal.

Hizo un gesto hacia la casa. Lo que tenían ante sus ojos era la parte de atrás.

Craig se rascó el cogote y se encogió de hombros.

Está claro que no recuerdas bien el camino. Hemos venido por otro sitio y la hemos encontrado de casualidad. Para mí ya está bien así.

No muy convencido, Baskin se dirigió a la casa, bordeándola para llegar a la parte delantera. Craig fue tras él, contemplando la desvencijada estructura. La construcción original, de una sola planta, debió ser en un principio toda de piedra. En algún momento se le había añadido una segunda planta de madera.

¿No me dijiste que tenía árboles alrededor?

Baskin se detuvo casi en seco y volvió a contemplar el entorno unos segundos.

Robles… la otra vez que estuve aquí había un círculo de robles rodeando a la casa… y aquella roca grande de allí no la recuerdo…

Quizá ha estado redecorando. El paisajismo está de moda ¿no? Si no tienes un jardín con plantas que cuidar, cambias de sitio las piedras.

Llegaron hasta la puerta. Era una vieja tabla de aspecto machacado pero robusto, con un aldabón de hierro forjado. Baskin pasó la mano sobre un corazón asaetado grabado a cuchillo en el marco, con las letras K y M en su interior.

Sí… desde luego, es aquí. Recuerdo este dibujo. Kappler me contó que ya estaba ahí cuando compró la casa. Es algo que grabó alguno de sus antiguos dueños. Pero por pura casualidad las iniciales dentro del corazón se correspondían a la suya y a la de una chica de la que siempre estuvo enamorado, aunque nunca se lo dijo. Fue ver este grabado lo que le hizo decidirse a comprar ésta en lugar de alguna de las otras casas que estuvo viendo.

Craig dio un puntapié a un guijarro, haciendo huir despavorida a una inocente lagartija que pasaba por allí sin meterse con nadie.

Bueno… bien... bonita historia… pues llama de una vez.

Baskin tomó el recargado aldabón de la puerta y golpeó tres veces.

Esperaron. Baskin volvió a llamar pasado unos instantes.

Retrocedió de espaldas, buscando alguna señal de movimiento en las ventanas. Se llevó las manos a la boca, haciendo de altavoz.

¡Doctor Kappler! ¡Doctor Kappler! ¡Soy el doctor Baskin! ¡Viene conmigo el doctor Craig! ¡Hemos venido a ver como se encuentra! ¡Ábranos, por favor!

Esperaron. Craig miró alrededor buscando el coche de Kappler, y no lo vio por ningún lado. Nuevos golpes de aldabón contra la puerta. La lagartija echó una mirada furtiva hacia atrás, para asegurarse que nadie le lanzaba más piedras.

Baskin giró la manilla de la puerta. Estaba abierta.

Muy típico de Kappler. 

Entraron. La casa estaba en completo silencio. La luz del sol se filtraba libremente por los cristales de las ventanas. Cientos de motas de polvo danzaban en el aire, pasando de todo. A falta de sonidos, el olor fue el que habló. 

Mierda, Bask…

Sí. Lo huelo. Hay algo pudriéndose aquí. Espero que sea comida.

El suelo, techo y paredes de la casa eran de piedra basta, apenas nivelada. Pretendía verse como una cueva y tenía cierta gracia, a qué negarlo. La entrada daba a una sala grande con otras cuatro puertas, una chimenea apagada, y estaba presidida por una mesa redonda llena de trastos cerca de la cual había dos sillas de madera oscura. También había una librería alta y estrecha, con los estantes repletos de libros bien ordenados. Junto a esta, una segunda librería idéntica a la anterior estaba volcada de lado. Todos los libros se habían desparramado por el suelo, algunos bastante lejos. Demasiado lejos como para haber llegado allí por la caída del mueble. Parecía que los hubieran lanzado por toda la sala en un arrebato de furia.

Baskin fue hacia una de las puertas.

Si no recuerdo mal… esto es el servicio…

Abrió la puerta y echó un breve vistazo al interior.

Nada… –dio un par de zancadas hacia la siguiente–. Esto es la cocina… Mira en aquellas dos. Son dormitorios.

Craig comprobó las habitaciones y se reunió con Baskin en la sala central al cabo de un minuto.

Aquí no está. Tampoco hay comida pasada ni ningún animal muerto, pero todo está muy revuelto. ¡En uno de los dormitorios hay dos theremines! ¡Dos! ¿Para qué diablos necesita nadie dos theremines? Es más… ¿Para qué querría nadie ni tan solo uno?

Baskin no prestó atención. Había oído hablar de esos aparatos, pero ignoraba qué aspecto tenían. 

En la cocina tampoco hay nada. Miremos arriba. 

Las escaleras eran estrechos bloques de piedra, sin pasamanos. Se notaba que era un añadido tardío, como toda la segunda planta. El suelo de la segunda planta también era de piedra. Sin duda fue en su momento el techo de la casa original. La escalera ascendía, pegada a la pared, hasta una abertura muy amplia pero no del todo regular, excavada en el techo. Parecía estar hecho a ojo, como si el obrero no se hubiera molestado en tomar medidas antes de empezar a hacer las cosas.

Todas las paredes y el techo de la segunda planta eran de madera. Se trataba de una sola habitación grande que hacía las veces de buhardilla o trastero. El suelo ni tan solo estaba cubierto por un entarimado. No había instalación eléctrica como tal, pero un revoltijo de cables blancos y negros recorría suelo y paredes como lianas, conectándose a lámparas de pie, ventiladores y diversos equipos estratégicamente colocados. Todos estaban apagados ahora. 

El olor era mucho más fuerte aquí que en la planta de abajo. 

Se oía un zumbido de insectos.

Se oía un zumbido de insectos.

Joder Bask… sea lo que sea está aquí.

Las ventanas de la segunda planta estaban tan cubiertas de polvo que la luz natural que entraba por ellas era muy tenue. La buhardilla estaba en penumbras. Pulsaron los interruptores de algunas de las lámparas, pero no se encendieron.

La casa se alimenta con un generador de gasolina. Debe estar apagado, o seco. No importa, todavía hay suficiente luz. 

Moviéndose con cuidado entre los trastos, guiándose por el olor y el sonido, encontraron a Kappler. Estaba tirado a los pies de una pequeña mesa en la que había dos botes de conservas convertidos en portalápices, con un puñado de lápices en cada uno. Junto a ellos había fajos de papeles manuscritos y libretas de notas. Una docena de moscas zumbaba alrededor del cuerpo y la mesa.

Dios mío, Craig… debe llevar muerto varios días. Estaba… estaba mal del corazón. Todos sabíamos eso.

Lo miraron en silencio unos instantes. Al fin, Craig dijo:

Bien. Ya sabes cómo va esto. Como en la tele. Nada de tocar ni mover el cuerpo. Nada de alterar la escena, ni siquiera cubrirlo con una manta. Nada de…

Baskin tomó uno de los cuadernos de notas de la mesa y comenzó a hojearlo.

Mierda Bask… ¡nada de ponerte a coger las cosas del muerto, por favor!

Esto parece ser lo que estaba haciendo cuando murió. Su última investigación ¿No crees que la directiva querrá que guardemos algo de esto antes de llamar a la policía? 

Mierda… no se… salgamos de aquí. Este sitio me está dando náuseas… vamos abajo.

Craig y Baskin volvieron a la sala principal. Baskin se sentó en una de las sillas. La mesa ya estaba llena de trastos, así que dejó sobre la silla de al lado el montón de legajos y libretas que había cogido del piso de arriba. Craig se sentó en la silla que quedaba, mesándose las sienes y respirando profundamente. 

Mierda de silla… le bailan las patas…

No es la silla respondió Baskin sin levantar los ojos de la libreta que estaba leyendo. Es el suelo. Está desnivelado.

Hay que joderse… gruñó Craig levantándose de golpe. 

Sacó el móvil y lo agitó, buscando cobertura mientras recorría la sala de un extremo a otro.

No te esfuerces. Hasta que no salgamos de las montañas, nada. De todas formas, nosotros sólo llamaremos a la directiva y que sean ellos los que llamen a la policía ¿eh?

Bueno, pues vámonos de una vez.

No… susurró Baskin apenas, absorto en la lectura. Ahora estás alterado. No quiero que tengamos un accidente. Vamos a esperar un rato. Tranquilízate. Haz algo… Lee uno de esos libros, mismo añadió haciendo un vago gesto hacia la estantería que permanecía en pie.

Craig soltó una maldición y fue hacia ella, pasando la vista rápidamente por los títulos de los libros.

“El elemento H ha sido introducido a presión con éxito…” murmuró Baskin.

Craig, sin dejar de comprobar las cubiertas de los libros, le preguntó:

¿Elemento H? ¿Qué es eso?

Baskin se sobresaltó, dándose cuenta que lo había dicho en voz alta.

Es… algo que pone aquí. En las notas de trabajo de Kappler. Habla de una máquina que estaba fabricando, aunque no da muchos detalles de ella. El texto es muy confuso, al parecer tomaba notas en la primera libreta o folio que tenía a mano, en cualquier lado. No están fechadas ni numeradas. Y hace referencias a algo que llama el “elemento H”.

Craig devolvió a su sitio uno de los libros de los estantes que había sacado para hojear. 

Hidrógeno ¿no? El símbolo químico H corresponde al Hidrógeno.

Baskin negó con la cabeza. 

No creo que se refiera al Hidrógeno… escucha esto: “…la duplicación atómica no reduce el volumen de elemento H, ya que he descubierto que este se duplica también a sí mismo a la par que se consume para duplicar otra materia. Todo parece indicar que cada vez que se produzca una nueva duplicación, la cantidad restante de elemento H aumentará en lugar de disminuir”.

¿Qué? Eso no tiene sentido ninguno ¿Duplicación atómica?

Si… al parecer describe una máquina que, simplemente… em… saca copias de objetos a partir de la nada. Pero no deja claro como pretendía lograr eso. Hay algunos esquemas… dibujos… habla mucho de ese “elemento H”, pero no deja claro que es… ¿Me estás escuchando?

Craig estaba ahora rebuscando entre el montón de libros del suelo. Había palidecido repentinamente, pero Baskin no se fijó en ello. Miraba alternativamente las cubiertas de la librería que permanecía en pie y los títulos de los tomos desparramados.

me preocupa” continuó Baskin– “no haber logrado controlar el proceso. Todas mis hipótesis a ese respecto han fallado. La onda portadora no puede ser dirigida. La dirección, alcance e intensidad, así como la frecuencia en que el fenómeno ocurre, parece en todo modo aleatoria, aunque por lógica aumentará a medida que la masa de H se incremente. Si hay un patrón, es tan complejo que no consigo verlo”.

Bask…

“También está el asunto de la duplicación del elemento H, que acompaña a cada duplicación atómica. No podía prever esto, y es una tragedia. Significa que el elemento H no se agotará pasado un cierto número de duplicaciones, como era mi intención. Al contrario, el efecto, en realidad, aumentará tanto en magnitud como en frecuencia. El aumento del radio de acción será exponencial conforme al aumento de la masa de H. Podría llegar a abarcar todo el planeta, todo el sistema solar”.

Bask

“…con H duplicándose constantemente, y cada vez con más frecuencia, el campo de efecto podría llegar a extenderse en pocos años a toda nuestra galaxia, quizá a todo el universo. Las masas duplicadas serán por ende cada vez mayores. Ignoro qué pasará cuando comience a duplicar planetas, soles o agujeros negros”… cielos, que colección de disparates. Se había vuelto completamente loco.

¡Doctor Baskin, coño!

Baskin dejó el cuaderno y miró por fin a Craig. Esta vez sí se fijó en lo pálido y alterado que parecía.

Ven aquí, Bask… por favor… mira esto y dime si ves lo mismo que yo.

Baskin fue hacia él. Craig estaba acuclillado con un libro del montón del suelo en cada mano. Hizo un gesto con la cabeza hacia la librería que estaba en pie.

Mira esos libros… estante de arriba. Léeme los títulos de izquierda a derecha.

Baskin tomó el primer libro. Era un tomo blanco, grueso, sin adornos.

Es Campos y partículas de Lempskin. 

¡Campos y partículas, de Lempskin!- repitió Craig lanzando a un lado uno de los libros que tenía en la mano. Un tomo blanco, grueso, sin adornos. -¡El siguiente!

Baskin sacó el siguiente libro del estante. Era finito, con cubiertas negras y azules. 

Fronteras y otros ensayos, de Asimov.

¡Fronteras y otros ensayos, de Asimov! gritó Craig agitando en la otra mano un libro finito, con cubiertas negras y azules. ¡Siguiente!

Baskin empezó a preocuparse. Aquello no significaba nada, pero…

El Bar en el Fondo del Mar, de…

¡El Bar en el Fondo del Mar, de Stefano Benni! –gritó Craig lanzando contra la pared un libro idéntico al que Baskin tenía en la mano–. ¡Y el siguiente es Taras Bulba, de Gogól!... y el siguiente… Craig rebuscó frenéticamente en el montón–. Lo vi por aquí… ¡Ajá! ¡El buque fantasma, de Marryat! ¿Me equivoco?

Baskin leyó los siguientes títulos. Se estaba asustando.

No… no te equivocas.

¡Míralos tú mismo! ¡Cada libro de esa librería está aquí! ¡Fíjate bien! ¡Mismas ediciones, mismo estado de conservación! ¡Son los mismos libros! ¡Me juego lo que quieras que hasta el último de ellos está por duplicado!

Baskin se pasó una mano por la frente para arrastrar las gotitas de sudor que se le habían formado. 

Eso no… no significa nada. Sabes que hay gente que tiene comportamientos compulsivos. Que compra el mismo libro una y otra vez. Que necesita ver una misma película cada uno de los días de su vida… Kappler no estaba muy lúcido últimamente…

Craig señaló a uno de los últimos libros del primer estante. Un librito del grosor de una caja de cerillas puesta de lado.

Ese… ese es Las Ciudades Invisibles, de Italo Calvino. Ábrelo. Debe tener una dedicatoria. Léemela.

Baskin alcanzó el libro. Era el que Craig le había dicho. La primera página tenía una dedicatoria escrita a mano con una tinta azul casi desvaída. 

“Para mi amigo Kap. Sigue buscando tu ciudad”.

Craig le mostró un librito que tenía en las manos. Era el mismo libro. Lo abrió por la primera página. La misma dedicatoria estaba allí, escrita con la misma letra y la misma tinta azul desvaída. 

Hay uno por aquí, en el montón… lo he visto antes… que lleva el sello de una biblioteca en varias de las páginas. ¿Quieres que lo busquemos en los estantes? ¿Vemos si lleva los mismos sellos en las mismas páginas?

Dios santo Craig… ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?

Craig se puso en pie. Vaciló ligeramente. Debía tener las piernas dormidas.

Claro que me doy cuenta Bask. Soy analista y estadista. Darme cuenta de las cosas, de los detalles y de los patrones es lo mío. Es mi trabajo. Me fijo en las cosas. Mira… mira eso. No me di cuenta antes porque tenía la mente en otra cosa, pero ahora estoy casi seguro ¿Cuántas sillas ves?

Baskin se volvió hacia la mesa.

Tres… Tres, claro.

Creo que había dos cuando entramos.

Baskin miró otra vez las sillas. Reprimió un escalofrío. 

Quizá no te fijaste bien.

Quizá, pero arriba, en la mesa de la que cogiste todos esos cuadernos… había dos botes de lata. Cada uno tenía cinco lápices casi igual de largos. Uno de ellos estaba mordisqueado. Cinco lápices en cada bote, y uno de los cinco en cada bote, mordisqueado.

Comportamiento compulsivo, ya te lo he dicho…

En ese dormitorio hay un armario con dos theremines idénticos dentro. Entra y míralos. No es un artefacto muy común. ¿Porque Kappler tenía dos? Estoy convencido que, si registramos toda la casa fijándonos bien, empezaremos a encontrar objetos duplicados por todas partes. Y no me refiero a juegos de platos y cubiertos, entiéndeme. Me refiero a cosas de las que por lógica no debería haber más de una. 

Dios mío… no puede ser… Baskin corrió hasta la mesa. Cogió de nuevo el cuaderno que había estado leyendo y pasó las hojas frenéticamente, buscando algo.

Aquí está… a ver… escucha esto… “la duplicación atómica debería ser por tanto perfecta. En teoría, cuando un objeto sea alcanzado por la onda portadora, el elemento H se consumirá, transformándose en todos y cada uno de los átomos de la masa alcanzada, ordenados del mismo modo. La porción de H consumida es de aproximadamente un gramo por cada ochocientos cincuenta gramos de la masa del objeto original, en la proporción debida. Puesto que introduje tres gramos de H en la máquina, esto implica que la máquina duplicará un objeto o conjunto de objetos con una masa total de algo más de unos dos kilos y medio antes de detenerse”.

Pero… pero antes has dicho que ese elemento H también se duplica…

Sí… esta debe ser una anotación anterior a las que leí antes… está todo desordenado... pero podría ser la confirmación de esto. No quería creérmelo, pero… no, no es posible. No quiero creérmelo.

Y hay otra cosa, Bask. Lo he notado un par de veces. Una sensación como de… no sé, extraña. Como si un segundo se alargara demasiado. ¿Lo has notado?

Baskin miró a Craig fijamente.

No… no ¿Qué dices? ¿Un segundo más largo que los otros?

Craig se encogió de hombros.

No se expresarlo de otra forma. Lo noté cuando estábamos en el coche, poco antes de llegar aquí. Y luego otra vez, cuando subimos a la segunda planta. Un segundo demasiado largo… o quizá el mismo segundo dos veces seguidas, no sé otra forma de describirlo. ¿De verdad no lo has notado?

No he notado nada parecido… respondió Baskin lentamente, aunque había cierta vacilación en su voz. Y en todo caso… si es cierto que en algún lugar de la casa hay una máquina que duplica objetos al azar… ¿Qué piensas hacer al respecto?

Craig abrió la boca y la volvió a cerrar, desconcertado.

¿Que qué pienso hacer? ¿En serio me preguntas eso? ¡Bueno! Creo que por lo pronto habría que encontrarla. Estaría bien echarle un vistazo y comprobar si realmente Kappler fabricó algo así él solo o es que nos hemos vuelto locos los dos. Y si realmente existe y funciona… bueno, estaríamos hablando de algo capaz de crear cualquier cosa de la que poseas una muestra.

Baskin negó con la cabeza mientras seguía pasando las páginas del cuaderno.

Kappler recalca en varias ocasiones que no logra controlar la máquina, que está llena de fallos imprevistos. Que duplica cosas al azar sin que se pueda elegir el objeto afectado o el momento en que va a hacerlo.

¡Mierda Bask! ¡Los prototipos siempre tienen fallos! ¡Si de verdad existe, lo perfeccionaremos en el laboratorio! Tenemos sus notas de trabajo, solo hay que estudiarlas. Cuando tengamos la máquina delante la entenderemos. Y en cuanto a lo de no poder controlar lo que duplica… no creo que los del Banco Internacional de Alimentos se quejen si metemos la máquina en uno de sus almacenes y la dejamos allí un año. Imagínate que cada dos o tres horas duplica algo que tenga dentro de su alcance. ¿Importa mucho si es un saco de treinta kilos de arroz o uno de veinte kilos de maíz? Y si la apalancamos en un rincón de la cámara principal de Fort Nox ¿Importa mucho si duplica los lingotes de oro del montón de la izquierda en lugar de los del montón de la derecha? Esto podría ser el mayor avance en toda la historia de la humanidad; la posibilidad de obtener un suministro infinito de recursos a partir de la nada.

Baskin negó de nuevo con la cabeza.

¿Te leo otra vez la parte en la que dice que la frecuencia y el alcance de las duplicaciones no va a dejar de aumentar jamás? ¿Has pensado en lo que le ocurrirá a nuestra órbita si la masa del planeta se incrementa en unos cuantos miles de toneladas en el próximo año? ¿Cientos de miles de toneladas en el siguiente? ¿Varios millones de toneladas al mes, al día, cada hora? Estoy contigo en lo de buscar la máquina… pero si existe, lo primero que debemos hacer es detenerla. Detenerla como sea, incluso destruyéndola si hace falta. Y una vez la máquina esté detenida, entonces, con tiempo suficiente… examinarla, estudiarla, mejorarla… y reactivarla sólo si parece prudente hacerlo.

Craig ladeó la cabeza. Era su forma de asentir.

Muy bien. Tú mandas. Busquemos esa fotocopiadora infernal.

Baskin dirigió su mirada hacia las escaleras.

Aquí abajo no hay nada. Y arriba estaba lleno de trastos. Me pareció que no eran más que electrodomésticos desechados, pero lo cierto es que no me fijé en lo que eran. Supongo que, y dejemos esto claro una vez más, si tal máquina existe y no nos estamos volviendo paranoicos, debe estar allá arriba. 

Agitó en su mano el cuaderno –No hay ningún dibujo de la máquina completa, pero sí de algunas de sus piezas. 

Pues vamos.

Subieron por las escaleras. Craig iba delante.

Subieron por las escaleras. Craig iba delante.

Craig se detuvo faltándole solo tres escalones para llegar arriba. Volvió la cabeza, mirando a Baskin.

¿Qué? ¿Qué ocurre? ¿Por qué te paras?

Craig respiró hondo. 

No… nada. Me pareció… oír algo…

Terminaron de subir. En el suelo, los cadáveres de dos Kappler se pudrían acompasadamente. Sobre la mesa había tres botes de lata, cada uno con cinco lapiceros. Un lapicero en cada bote estaba mordisqueado.

Joder murmuró Craig. Se quitó la cazadora, repentinamente acalorado, y la echó sobre una caja grande de cartón cerrada con cinta de embalar. A continuación, se subió las mangas de la camiseta, apoderándose de un metro de tubería de plomo que descansaba contra una pared. 

–Tienes razón… detengamos la máquina y luego ya veremos.

Los trastos a los que antes no habían prestado atención resultaron ser televisores antiguos de caja cuadrada, radiadores, y torres de ordenadores arcaicos. Aquello parecía estar acumulando polvo desde hacía décadas. Había menos luz ahora. 

Craig pasó junto a la mesa mirando de reojo los tres botes de lápices. Por alguna razón, eso le inquietaban más que los dos cadáveres.

Baskin estaba buscando algo que coincidiera con los dibujos del cuaderno. Aunque los dibujos representaban piezas sueltas, tenía la esperanza de identificar algunas de ellas incluso si estaban montadas en otra cosa. Finalmente se detuvo en una de las esquinas.

Esto es.

Craig se volvió en su dirección. Baskin estaba junto a lo que parecía una vieja caldera de calentar agua a la que le hubieran añadido unas cuantas tuberías de cobre y una serie de válvulas de presión. No tenía ningún componente eléctrico visible, ni nada que tuviera un aspecto ni remotamente similar a un ordenador o un sistema informatizado. A penas llegaba al metro y medio de altura. Un par de varillas terminadas en sendas bolas de metal sobresalían de la parte de arriba, como antenas de radio. Las piezas estaban toscamente unidas unas a otras con pegotes de pasta de soldadura en frío. En uno de sus costados había encajada una manivela como la que se empleaba para arrancar los motores de los coches antiguos.

Bromeas ¿Verdad? Mira esa manivela ¿Se supone que eso es para ponerlo en marcha? ¿O es que funciona a cuerda?

Baskin le mostró el cuaderno. Los tubos y válvulas que brotaban del cuerpo principal eran los mismos que aparecían dibujados en las páginas. 

Es lo único que se aproxima a lo que describen las notas de Kappler. 

Baskin pasó la palma de la mano por la parte baja de la máquina.

Vibra… muy ligeramente. Hay algo que vibra aquí dentro. 

Pegó la oreja. Estuvo casi un minuto escuchando.

Suena a engranajes… como un engranaje de relojería. Ruedecillas dentadas girando sin cesar… y hay también un… un tintineo… como de campanillas.

Está claro que bromeas. No puede ser esa cosa. Esto ni siquiera puede funcionar. Míralo bien. No es posible… ¿no tiene ni fuente de alimentación?

Baskin miró por todas partes. Ninguno de los cables del suelo se conectaba a la máquina. 

Debe tener una fuente interna. Pero no puede ser nada radioactivo. Una pila atómica necesita refrigeración por agua constantemente. Tampoco parece que lleve un depósito de combustible. Tendría que expulsar humo por algún lado…

Craig contempló la máquina, balanceando el trozo de tubería. De pronto se echó a reír.

¿No fantaseaba siempre Kappler sobre la posibilidad de crear una máquina de movimiento perpetuo? ¿Qué una vez arrancada, su propio movimiento generaría la energía cinética necesaria para hacer que siguiera moviéndose eternamente? ¿Cada pieza empujando a la siguiente hasta que la última empuje a la primera otra vez y toda esa mierda?

Eso que dices viola la Segunda Ley de la Termodinámica… el perpetuum mobile es una imposibilidad científica.

Craig hizo un gesto hacia los botes de lápices.

¿Acaso eso no lo es? ¿No es este mismo trasto una imposibilidad científica? ¿Un chisme hecho con la chatarra que Kappler tenía por casa, que funciona sin ninguna fuente de energía? Mira, si de verdad crees que esta especie de cafetera es la máquina de Kappler, acabemos de una vez. 

Craig tomó aire, levantó la tubería con ambas manos y la descargó con todas sus fuerzas. Se oyó un fuerte binnng y una diminuta abolladura apareció en el chisme en forma de caldera.

¡Mierda! ¡Me tiemblan los brazos! hizo el amago de levantar la tubería otra vez, pero lo dejó estar–. Busquemos algo que arda y peguémosle fuego. 

No… esta cosa no es muy grande. Entre los dos podemos empujarla hasta la escalera y dejarla caer por el hueco hasta el piso de abajo. Hay espacio más que de sobra para lanzarla por ahí.

Craig dio una palmada a la máquina. Sonó a hueca.

Probémoslo.

Tumbar la máquina no fue difícil. No pesaba mucho en realidad. Fuera lo que fuera lo que contenía, era ligero. Toda la parte baja tenía esa extraña forma de caldera de agua, y era más ancha y pesada que la parte superior. Podía hacerse rodar de lado con relativa facilidad. Tras hacerla bailar un poco para esquivar la mesa y los cadáveres gemelos, ya estaban junto a la escalera. 

Baskin colocó la máquina tumbada al mismo borde del hueco. Craig puso el pie sobre ella mientras se asomaba, echando un vistazo abajo. Más de tres metros de caída.

Pues qué bien dijo simplemente, y la hizo rodar por el hueco.

La máquina rebotó en el primer escalón y se estrelló contra el suelo de piedra haciendo saltar unas esquirlas. Se escuchó un breve silbido, como si aire a presión o vapor escapara de su interior, pero solo duró unos segundos.

Baskin fue el primero en bajar. La máquina estaba abollada. Unos cuantos de sus tubos de cobre se habían soltado con el impacto. De uno de ellos se deslizaba un pequeño flujo de fino polvo color blanco metalizado que brillaba emitiendo su propia luz y tintineaba mientras caía, sonando como diminutas campanillas. Baskin pegó la oreja inmediatamente, escuchando con atención.

Craig se quedó a mitad de la escalera, observándole, como temiendo que la máquina fuera a explotar o algo parecido.

¿Aun suena? 

Baskin separó su cara de la máquina. 

No… ya no se oye nada, ni vibra. El golpe ha debido sacar de su sitio algunas de las ruedas del engranaje.

Parecía decepcionado.

¡Perfecto! exclamó Craig dando una palmada al aire y terminando de bajar la escalera–. ¡Se acabó el movimiento perpetuo y esta maldita Fotocopiadora del Apocalipsis, o lo que diablos sea!

Baskin se incorporó lentamente. 

Esto… recogió con las puntas de los dedos una pizca del polvo brillante. ¿Crees que pueda ser esto el elemento H?

Craig se rio. 

Claro que sí… quizá el elemento H era polvo de hadas. ¡Una máquina llena de polvo de hadas, para hacer realidad todos nuestros deseos! ¡Ahora solo hay que averiguar de dónde demonios lo sacó Kappler!

Baskin arrastró los pies hasta la mesa. Se fijó en que todavía fueran tres las sillas, y se sentó en la que había estado antes. Tomó uno cualquiera de los cuadernos y se puso a ojearlo.

Todavía no puedo creer que Kappler fuera capaz de construir algo así. Y además sin medios, con piezas de electrodomésticos… ¿Y qué demonios es el elemento H?

¿Quién sabe?... Bask ¿Nos vamos ya? Tenemos que alejarnos de aquí de todos modos para poder llamar. Está oscureciendo y allá arriba hay dos cuerpos pudriéndose… o dos veces un cuerpo, o como quieras verlo, pero no quiero estar más tiempo aquí. Y desde luego, no quiero ser el primero que trate de explicarle a la policía todo esto.

Baskin cerró el cuaderno y lo dejó junto a los otros. 

Lanzó un largo y cansado suspiro y se puso en pie, recogiendo todo el fajo de documentos y libretitas y encajándoselo debajo del brazo.

Sí… vámonos ya. 

¡Al fin! ¡Un poco de cordura!

Animado ante la perspectiva de largarse, Craig se dirigió rápidamente hacia la puerta dando largas zancadas. Cuando estaba casi en ella giró en redondo y se encaminó hacia la escalera.

Ooops… mi cazadora. Me la dejé arriba.

Te espero en el coche dijo Baskin mientras Craig subía las escaleras a la carrera.

Te espero en el coche dijo Baskin mientras Craig subía las escaleras a la carrera.

Esta vez sí lo notó. Ese segundo más largo de lo normal… o el mismo segundo repetido dos veces del que le había hablado Craig.

Pero no era posible. Habían detenido la máquina. 

¡No! gritó Craig desde lo alto de la escalera–. ¡No! ¡No!

Baskin se volvió y miró hacia arriba. Dos escalones por delante de Craig, que ya casi había llegado a la segunda planta, había otro Craig. Estaba de espaldas al primero, pero empezaba a volverse con expresión de perplejidad.

Pero… ¿qué? murmuró el otro Craig mirando al primero. El otro Craig buscó a Baskin con la mirada. Fijó la vista en él, como preguntándole que estaba pasando.

“Me conoce” pensó Baskin. “Es otro Craig, pero a la vez es el mismo, con sus mismos recuerdos”

¡No! repitió el primer Craig con voz quebrada–. ¡No! ¡Yo soy yo! y empezó a retroceder, sin pensar en lo que hacía.

Craig… intentó gritar Baskin, pero tenía la voz estrangulada y apenas pudo susurrarlo, mientras veía a su amigo moverse–.  Craig… no…

Craig echó hacia atrás un pie y lo apoyó en el vacío. Cuando se dio cuenta ya era tarde. Craig se precipitó de espaldas por la escalera, gritando. Su cabeza se abrió contra uno de los escalones de piedra antes de llegar al suelo. Su cuerpo roto quedó tirado junto a la máquina rota.

Baskin arrastró los pies hacia él, pero no podía apartar la vista del otro Craig. Éste había levantado la mano instintivamente al ver a Craig caer, en un claro gesto de intentar agarrarlo. De intentar salvarlo. El otro Craig estaba contemplando ahora el cadáver del piso de abajo. De nuevo buscó a Baskin y sus miradas se cruzaron.

¡Ese no soy yo! gritó el otro Craig. 

Se dio la vuelta y corrió al interior de la buhardilla. 

Se dio la vuelta y corrió al interior de la buhardilla. 

Baskin echó a correr también. Tan pronto como se volvió tropezó con algo que un segundo antes no estaba allí: una cuarta silla. 

Cayó al suelo y el fajo de documentos y libretas se desperdigó. No se molestó en recogerlo. Sólo quería salir de la casa cuanto antes.

Cruzó la puerta y llegó corriendo hasta los coches. Había dos, idénticos, uno junto al otro. Cayó de pronto en la cuenta que era Craig quien tenía las llaves. Se volvió hacia la casa, dudando. 

Y al mirar de nuevo la casa desde fuera una idea, una idea terrible, pasó por su mente.

Cuando llegaron a la casa, le pareció haber tardado bastante menos de lo que esperaba en encontrarla. La orientación de la casa también le había desconcertado, así como la ausencia de árboles rodeándola. Solo había una explicación.

Era otra casa. En algún momento la máquina había duplicado la casa original, con todo su contenido… incluida la propia máquina. La máquina se había duplicado a sí misma. La otra máquina a su vez había continuado duplicando cosas. Habían destruido la otra máquina, la que apareció replicada junto a la réplica de la casa y todo su contenido. En algún lugar de las montañas, a una hora de camino, debía estar la casa original, rodeada de robles, con la orientación correcta. Y con la máquina original duplicando cosas, cada vez más, o cada vez mayores, o a mayor distancia, o con menor intervalo. 

¿Estaría vivo el Kappler de la casa original? ¿Estaba vivo cuando apareció esta réplica de la casa, y murió o se mató al comprender lo que acababa de ocurrir? ¿Era ya un cadáver en putrefacción cuando toda la casa fue replicada?

Las llaves se dijo a sí mismo Baskin para centrarse. Las llaves… en la cazadora de Craig…

No quería volver a entrar, pero debía hacerlo. 

No quería volver a entrar, pero debía hacerlo. 

Dios mío… no, no, no… no permitas esto, por favor. No permitas que esto ocurra…

La ventana del segundo piso cedió. Una cascada de lapiceros se vertió hacia fuera. Había miles de ellos. Baskin sabía que uno de cada cinco estaba mordisqueado, aunque era imposible fijarse en ese detalle.

Arrastrado por la corriente de madera, Craig cayó al suelo desde la ventana. La duna de lapiceros que ya se había formado amortiguó un tanto el golpe. Craig estaba vivo otra vez. Debía ser el otro Craig. 

Se levantó a trompicones. Volvió a caer. Se le habían clavado un par de lápices entre las costillas.

Los lápices que seguían brotando de la ventana llovían directamente contra su espalda, amontonándose sobre él. 

¡Bask! gritó el otro Craig mirando en dirección a su amigo–. ¡Bask! ¡Vete! ¡Trae a la policía… al ejército! ¡Hay que destruir las casas! ¡Hay que destruir las máquinas!

Al parecer, el otro Craig había llegado a la misma conclusión que él.

Baskin retrocedió un paso, sin poder apartar la vista del otro Craig.

Baskin retrocedió un paso, sin poder apartar la vista del otro Craig.

Una nueva casa apareció a lo lejos, a unos dos kilómetros montaña arriba, peligrosamente inclinada. Su ventana rota del segundo piso vomitaba al vacío una avalancha infinita de lapiceros, cadáveres de Kappler y Craigs aullantes.

¡Bask! ¡Que traigan bombas… lanzallamas…lo que sea! ¡Hay que destruir las máquinas! ¡Todas las máquinas!

La cascada de lápices comenzó a cubrir a Craig.

¡Hay que destruir todas las máquinas! gritó Craig una vez más a Baskin, que sobrepasado por la situación, permanecía de pie junto a los dos coches.

¡Hay que destruir todas las máquinas! gritó Craig una vez más a los dos Baskin, que sobrepasados por la situación, permanecían de pie junto a los cuatro coches.

¡Hay que destruir todas las máquinas! gritó Craig una vez más a los cuatro Baskin, que sobrepasados por la situación, permanecían de pie junto a los ocho coches.


2 comentarios:

  1. Lo he leído de nuevo con interés. Al principio no estaba seguro de conocerlo, pero hacia la mitad sí que lo reconocí y recordaba cómo iba a trascurrir. ¡Masterpiece!

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    1. Muchas gracias. La verdad es que este es uno de los que estoy contento de como me han quedado. Tengo otros que me da la impresión que no terminan de cuajar, pero este en particular considero que tiene un buen acabado.

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