EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.

Saludos, ávidos lectores.
Vamos con otro bolsilibro, que los tenemos un poquito olvidados. Este nos cuenta la historia del capitán Sen, que se aleja de la Tierra en una misión aparentemente rutinaria. Aunque no espera problemas al menos hasta haber dejado atrás Marte (como se anotaba en las cartas náuticas antiguas “A partir de aquí, monstruos”) él tiene un mal presentimiento.
Sen cuenta con una buena nave y con una reducida pero experta tripulación entre la cual está Toin, la teniente de comunicaciones, que además es su amante. Es una misión que debería hacérsele relativamente cómoda, pese a lo cual no puede quitarse la sensación de que algo terrible va a pasar.
Y razón no le falta en realidad, aunque el problema no se va a originar únicamente a bordo de su nave. Un peligro mayúsculo se cierne sobre toda la humanidad. Por esas fechas el mundo está dividido en dos únicas superpotencias, los Continentes Unidos y el Kondukator. Cada una de ellas ha decidido más o menos al mismo tiempo agredir a la otra con una nueva generación de armas atómicas experimentales, sin una declaración de guerra previa. La función de las declaraciones de guerra es advertir a un país que va a ser atacado, para darle la oportunidad de hacer cosas como poner a salvo a sus civiles. Es, digamos, una forma de darle al país atacado la oportunidad de prepararse para paliar los daños colaterales y la destrucción de los objetivos no militares. Un intento de limitar lo máximo posible la destrucción a solo los ejércitos enemigos y no a sus ciudadanos… aunque una vez declarada formalmente la guerra, se considera “legítimo” el atacar ciudades.
En este caso ambas superpotencias deciden no declarar una guerra formal para negar al enemigo toda capacidad de respuesta posible. Dado el tipo de armas que van a emplearse en la contienda, que nos describen como un tipo de bombas atómicas cuyos átomos se relacionan entre ellos como si se tratara de un virus inteligente (un concepto extraño pero interesante) se espera una destrucción mutua casi absoluta. El único modo de sobrevivir a esta guerra (y “sobrevivir es ley” como nos indica el título) es con un ataque inicial tan sorpresivo y devastador que no dé tiempo a su rival a organizar un contraataque de consideración. Así pues Sen, Toin y los otros tres miembros de la desprevenida tripulación se alejan de la Tierra en lo que creen que será una misión de exploración rutinaria tras la cual volverán a su verde y azul planeta. Mientras tanto, los habitantes de ese planeta desatan un exterminio colectivo.
La potencia del armamento empleado resulta ser mucho mayor de lo previsto. Para no alertar al enemigo (pues ambos bandos tienen espías vigilando todos los movimientos y despliegues de armas de su rival) estas nuevas bombas no se han probado, si no que su funcionamiento y capacidad destructiva es únicamente teórico. Cuando las explosiones comienzan a multiplicarse y los efectos de unas y otras armas se combinan, la devastación resultante está más allá de nada que pudiesen haber imaginado. La onda expansiva de las explosiones barren del cielo a los propios aviones que dejaron caer las bombas, y estas desintegran no solo las ciudades sobre las que fueron lanzadas, sino que el cráter que dejan en su lugar profundiza hasta prácticamente el centro de la Tierra. Ríos de magma brotan como geiseres del planeta, agujereado como un queso de gruyere. Esto desata una reacción de destrucción imparable, que termina con todo el orbe fragmentándose y estallando. Al final de la brevísima contienda no queda nada más que trozos de roca flotando en el espacio.
A bordo de la nave, los tripulantes tienen sus propios problemas, a una escala menor pero no por ello menos peligrosa. La nave lleva consigo tanques de flora microbiana, con órdenes de liberarlos en un planeta sin vida. La idea es que, con el paso de los siglos o milenios, está flora microbiana se desarrolle en algún mundo creando un nuevo hábitat para la humanidad. Sin embargo, como si la destrucción de la Tierra hubiese sido percibida por esa flora microbiana, por esa esencia de la vida misma, está empieza a desarrollarse a un ritmo acelerado. La flora se multiplica dentro de los tanques hasta el punto de amenazar con reventarlos. Al ser una cantidad pensada para ser liberada en todo un mundo, la concentración es tan alta que resultará letal para los humanos si se esparce en la nave.
Los tripulantes, que todavía ignoran lo ocurrido a la Tierra, desvían su rumbo previsto para buscar cualquier planeta muerto en el que soltar los tanques de la flora microbiana antes de que estos revienten. De este modo, los tanques se convierten a la vez en su peligro más inmediato pero también en su única esperanza, debido a que su vertiginoso desarrollo podría hacer habitable un asteroide o mundo sin vida lo suficientemente rápido como para que se establecieran allí. La tripulación se vuelve consciente de ello cuando intentan comunicarse con la Tierra y no captan ninguna señal, en ningún idioma. Esto, combinado con una serie de lecturas que reciben sobre el Sistema Solar, les convencen de que la Tierra ya no existe.
Debido a que van a contrarreloj, con las bacterias evolucionando a pasos agigantados a formas cada vez más perfeccionadas y agresivas, la tripulación no tiene más remedio que liberarlas en el primer mundo con unas mínimas condiciones para hacerlo que encuentre. Debe ser un medio en el que la vida pueda sostenerse, pues ellos mismos necesitan habitar algún lugar. Sin embargo el único mundo al que son capaces de llegar a tiempo presenta leves indicios de una vida básica que con el tiempo podría llegar a dar lugar a formas de vida inteligente de pensamiento complejo.
Aquí se nos plantea el dilema moral de turno: necesitan soltar en la tenue atmosfera de ese mundo su carga microbiana puesto que de no hacerlo esta se esparcirá por el ambiente totalmente cerrado de la nave, matándolos a todos. También necesitan soltar las bacterias en ese mundo para que estas generen vegetación, atmósfera, evaporación y por tanto agua, pero esto destruirá o modificará las formas de vida autóctonas que ya haya allí. Por tanto ¿hasta qué punto es lícito que, para asegurar su propia supervivencia, la supervivencia de los últimos miembros de una raza que ya ha demostrado ser capaz de destruir su propio mundo y aniquilarse ellos mismos, interrumpan el desarrollo natural de un planeta en el que podría llegar a generarse otra forma de vida inteligente?
Tras un intenso pero rápido debate a base de razonamientos y gritos, el capitán Sen decide terminar con la discusión: “Sobrevivir es ley”, aunque ello implique que los últimos representantes de esa fallida humanidad aplasten con su bota la incipiente vida que está formándose en ese otro mundo.
Justo tras tomar esa decisión, y preparándose ya para defenderla a puñetazos ante la negativa de uno de sus hombres, salta la señal de alarma del laboratorio. En un intento de retrasar la proliferación de la flora microbiana hasta estar en disposición de liberarla en una atmósfera compatible, los tanques de esta han empezado a ser sometidos a radiación. La doctora Marsha, a cargo de los tanques, pensó que el bombardeo radiactivo tendría un efecto destructor moderado sobre este elemento, reduciendo su tasa de crecimiento, pero ha ocurrido justo al revés. La radiación ha estimulado su crecimiento, cuya rápida evolución lo ha convertido en algo que nada tiene que ver con lo que salió de la Tierra. Ahora las bacterias se han unido formando una gran masa que ha empezado a devorar todo a su paso. Se nos describe como una especie de neurona cerebral gigantesca, gelatinosa, y rodeada de seudópodos. Rompe el tanque de contención y atrapa al ayudante de Marsha, absorbiéndolo a su interior y reduciéndolo a sus elementos básicos.
La película de The Blob se había estrenado en 1958, y su secuela Beware! The Blob! en el 1972. Este bolsilibro es de 1981, así que es muy posible que el autor hubiese visto alguna de ellas, porque la criatura recuerda mucho el monstruo de estas películas.
Una vez la cosa empieza a moverse por la nave buscando más sabrosos humanos, la historia se transforma en una lucha por contenerla. Los tripulantes se organizan reuniendo unos productos químicos que tienen disponibles, con los que creen que podrán frenar el avance de la criatura. Esto resulta ser más sencillo de lo que podríamos haber supuesto. Su evolución a una forma de vida orgánica compleja en realidad ha vuelto más tangible (y por lo tanto mucho más vulnerable) a la bacteria. Los tripulantes rocían al monstruo con un compuesto rico en flúor que actúa como un ácido para la cosa. De haberse llegado a liberar en forma de bacterias y haber proliferado en sus pulmones, habría resultado letal para todos, pero al adquirir una forma física ha adquirido también debilidades que no tenía en su forma anterior más sencilla.
Al final la cosa únicamente mata a uno de los tripulantes, pero estos eran tan solo cinco desde el inicio. Eso nos deja con dos hombres y dos mujeres que (recordemos) ya no tienen un planeta al que regresar, ni tanques de flora microbiana con la que convertir en un vergel algún mundo sin vida al que puedan llegar. Aunque se nos dice que por esas fechas la humanidad contaba con estaciones espaciales habitadas y colonias en otros mundos del Sistema Solar, la explosión de la Tierra ha enviado una honda de choque tan potente que ha destrozado todas esas colonias, matando también a sus habitantes. Esas dos parejas son todo lo que queda de la forma de vida más inteligente y compleja que vio nacer su planeta.
Muchos bolsilibros terminaban así, con entre una y tres parejas (y afortunadamente de cara a la supervivencia de la especie, parejas heterosexuales) viajando a la deriva con la levísima esperanza de llegar a establecerse en un mundo habitable que repoblar. En este caso no nos dejan con la incógnita de si lo lograrán o no. De todas formas, el combustible y alimentos de la nave no van a durar mucho puesto que la suya iba a ser una misión de relativamente corto alcance, centrada en recopilación de datos y en liberar su carga microbiana en algún asteroide sin vida.
Su situación parece aún más desesperada que antes cuando reciben una señal de comunicaciones. Consiguen establecer una transmisión clara, y una voz les anuncia que son una nave exploradora de Novaterra. Este es al parecer un planeta colonizado por accidente. Una expedición anterior a ellos perdió su ruta y se vio forzada a posarse en un mundo en el que liberaron su propia carga de flora microbiana. Nunca antes se habían comunicado con la Tierra porque (no se nos dan muchos detalles, pero es algo que puede suponerse fácilmente) tuvieron que centrarse en sobrevivir en ese nuevo mundo. Y no ha sido hasta recientemente que han tenido otra vez capacidad para poner a punto su nave y despegar con ella, buscando retomar el contacto con su mundo de origen. Lo único que han encontrado de la vieja Tierra han sido estos cuatro supervivientes, a los que se disponen a dirigir a hasta Novaterra. Finalmente el título del libro se cumple otra vez. “Sobrevivir es ley”. O como decían en Jurassic Park “La vida se abre camino”.
He de decir que este bolsilibro es mucho mejor (tanto a nivel argumental como de escritura) que el único que había leído de este autor hasta ahora, al que podéis dar un vistazo pulsando aquí.
Sobrevivir es ley. 1981. Eliot Dooley [Enrique Martínez Fariñas] (texto) Miguel García (portada). Héroes del espacio nº 88. Ediciones Ceres S.A.
No hay comentarios:
Publicar un comentario