EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.

Saludos, intrépidos reporteros.
Esta es la tercera aventura de Tintín, publicada originalmente por entregas entre finales de 1932 e inicios de 1933. Es también la primera de las tres que Hergé dedicaría al tema del trafico de drogas, siendo las otras El Loto Azul y El cangrejo de las pinzas de oro. En esta ventura se nos presentan oficialmente los detectives Hernández y Fernández, que ya tuvieron una breve y anónima aparición en Tintín en el Congo.

Comienza con Tintín y Milú a bordo del crucero Epomeo, rumbo a Shanghái cruzando por el Canal de Suez. Allí conoce al profesor Filemón Ciclón, un clásico sabio despistado que probablemente inspiraría más adelante al profesor Tornasol. El sr. Ciclón es egiptólogo, y muestra a Tintín un antiguo pergamino que, según él, le guiará infaliblemente hasta la perdida tumba del faraón Kih-Oskh, famosa porque todos los que han intentado hallarla hasta el momento desaparecieron sin dejar rastro. A bordo del Epomeo conoce también a Roberto Rastapopoulos, un irascible productor de cine.
Al día siguiente de conocer a estos personajes, los detectives Hernández y Fernández se presentan en el camarote de Tintín, acusándole de trafico de drogas. Afirman que un chivato anónimo le ha delatado, y al registrar su camarote encuentran una caja con una gran cantidad de paquetes de cocaína. Sin más, lo encierran en un compartimento de almacenaje para retenerlo hasta llegar a la siguiente escala de la ruta, que es Port-Said. Ya amarrados a puerto, Tintín sale del compartimento por una claraboya, pasa a una barca de pesca que pasaba cerca del casco, y convence al dueño para que lo lleve al puerto. Allí se encuentra con el profesor Ciclón, el cual (pese a su despiste permanente) recuerda haberle conocido en el barco y le invita a acompañarle en su búsqueda de la pirámide.
Hergé no sabía prácticamente nada de las dinámicas del trabajo a bordo de los barcos, y por lo que se ve tampoco tenia mucha idea en lo que se refiere a las excavaciones arqueológicas. Por eso de niño aceptaba sin mas la mayor parte de lo que veía en estos comics y me podían parecer realistas, pero lo cierto es que los comics de Tintín son pura fantasía. La “expedición” del profesor Ciclón consiste en únicamente él y Tintín sin guías, escolta, autoridades locales, ni excavadores. No hay zonas acotadas, no hay campamento, ni tan solo toldos para el sol, no llevan agua ni provisiones, como si todo pudiese solventarse en un par de horas. El propio Ciclón se pone a excavar con las manos hasta dejar al descubierto una estructura de más de un metro de lado, y encuentra el punto exacto en el que se encuentra la tumba guiándose por la descripción del pergamino, sin coordenadas ni nada parecido. Pero lo dicho; son cosas que de pequeño pasaba por alto porque yo mismo no sabía nada de como funcionaba realmente el mundo.
Lo importante del caso, es que Tintín se aleja un momento de la excavación y encuentra tirado ahí, en medio de ninguna parte, un puro cuyo sello de la etiqueta muestra el mismo símbolo que se repite tanto en el pergamino del profesor como el la parte del templo que han dejado al descubierto. Lo que no encuentra, al regresar a la excavación, es al profesor. Por medio de una puerta secreta que aparentemente se abre sola en el muro del templo logra acceder a este, encontrándose con una mastaba sorprendentemente bien conservada. El lugar es enorme, y apoyados contra un muro, ve una hilera de sarcófagos abiertos conteniendo los cadáveres de los exploradores que buscaron la tumba antes que el profesor Ciclón; diecinueve de ellos, con los cuerpos envueltos en vendajes pero los rostros incorruptos. Otros tres sarcófagos vacíos, hechos a medida e identificados con un cartel, aguardan a los siguientes tres ocupantes; el profesor Ciclón, Milú, y él mismo. También descubre cajas de embalar llenas de puros como el que ha encontrado afuera, pero no tiene tiempo de averiguar nada más. La sala en la que se encuentra se llena de gas narcótico y alucinógeno, que lo sume en un profundo sueño lleno de pesadillas.
Cuando despierta, esta dentro de un sarcófago, a la deriva en altamar. No tiene ni idea de como ha llegado allí, pero en nuestro privilegiado papel de lectores, tenemos mas acceso a la información que él. Durante la noche los sarcófagos fueron embarcados por error (en lugar de las cajas de puros) en un barco de contrabandistas capitaneado por Allan Thompson, un personaje que será importante en títulos posteriores pero que aquí solo tiene un breve papel. Al ser interceptado el barco por una lancha de los guardacostas, Allan mandó arrojar toda su carga al mar para deshacerse de las pruebas, y luego fueron incapaces de localizarla. Ahora la corriente aleja el sarcófago de Ciclón del de Tintín y Milú. Finalmente, los contrabandistas encuentran solo el sarcófago de Ciclón y capturan a este. Tintín y Milú son recogidos por lo que parece ser un dhow, una embarcación generalmente pequeña y muy estrecha con velas latinas que se emplea para hacer comercio costero de menudeo. El capitán del dhow lo deja en tierra firme junto con otro pasajero, el señor Oliveira de Figueira, un vendedor ambulante de todo tipo de trastos, personaje muy divertido y en mi opinión desaprovechado.
Aquí la historia pasa a una sucesión de mini aventuras inconexas. Aparentemente inconexas, mas bien, porque al final veremos que hay un porqué detrás de todo lo que se nos muestra, por muy aleatorio que parezca.
Tintín es raptado por unos árabes pero luego resulta que el líder de estos es un admirador de sus aventuras, y lo libera. Tiene un par de encuentros (bastante cordiales) con el cineasta Rastapopoulos. Descubre que el dhow que le salvó del mar se dedica al contrabando de armas, y los detectives Hernández y Fernández aparecen de nuevo para acusarle de ser responsable de ello. Tras escapar (otra vez) de los detectives es reclutado a la fuerza en el ejército, acusado de espionaje, y fusilado… aunque se le fusila en falso, solo con cartuchos de fogueo, como parte de un plan orquestado para rescatarle… de nuevo por Hernández y Fernández, que no pueden permitir que su sospechoso reincidente muera sin haberlo detenido antes en condiciones.
Un detalle importante, es que el coronel que lo manda fusilar lo hace por orden de un misterioso líder que se comunica con él por carta. Esas mismas cartas las vimos circular cuando Tintín fue acusado de contrabando de drogas y cuando se le capturó en el templo y se encerró en el sarcófago. A modo de firma, todas estas cartas llevan el mismo símbolo que aparecía en el pergamino del profesor Ciclón y los puros de la mastaba, y están escritas en papel azul.
Aquí las peripecias de Tintín y Milú entran en una nueva fase que pone a prueba la suspensión de la verosimilitud: para escapar por tercera vez de los detectives (y ahora además de los árabes) roba una avioneta, y otras dos salen en su persecución y lo derriban en la jungla. Allí cura de la fiebre elefantiásica a un elefante haciéndole tragar un bote entero de pastillas de quinina. Esto hace que la manada de ese elefante lo adopte como su médico oficial. Para comunicarse con ellos, Tintín talla una trompeta en madera con la que puede darles instrucciones tan precisas como que lo duchen escupiéndole agua con sus trompas, o lo lleven de un lado a otro como si fueran taxis.
Paseando por la selva se encuentra con el profesor Ciclón. Lo ultimo que supimos de él es que había quedado en manos de Allan y los contrabandistas de cigarros, pero ahora deambula por la selva sin mas explicación. Tintín no se da cuenta en ese momento, pero Ciclón ha sido inyectado con una droga que provoca locura permanente. Esta locura hace que el afectado vea como algo divertido, como una especia de broma, el matar a la gente. Su comportamiento es en todo momento pacífico... hasta que un arma de cualquier tipo cae en sus manos. Entonces hacen todo lo posible por matar a la persona más cercana, sin entender si quiera por que su victima no quiere participar de buen grado en la broma. En el caso de Ciclón, al ser ya un completo despistado de charla incoherente, el que se haya vuelto loco no es algo evidente de entrada, porque su comportamiento es casi el mismo de antes. Tintín lo lleva hasta un bungalow cercano donde son acogidos, y conoce a otra serie de personajes a cuada cual mas pintoresco, entre los que destaca un faquir.
Aquí descubrimos que hay toda una extensa organización criminal que parece controlar todo lo que ocurre en la zona, y que la mayoría de los personajes que han ido apareciendo sirven en algún que otra grado a ella, ya sea directamente o como simples encubridores. Esta organización mueve hilos para que Tintín sea encerrado en un manicomio, del que también logra fugarse. Así, a base de huidas y accidentes termina conociendo casualmente (y salvando del ataque de un tigre) al maharajá de Rawhajpurtalah. Mientras conversan durante una cena, Tintín se entera que la familia de su anfitrión está muy comprometida con la lucha contra el tráfico de opio, y que su padre y su hermano fueron también inoculados con la droga de la locura. Esta es al parecer la venganza que los traficantes aplican a aquellos que interfieren en sus asuntos.
Dándose cuenta que todo lo que le ha ocurrido desde su encuentro con el profesor Ciclón a bordo del Epomeo está relacionado con los traficantes de opio, Tintín traza un plan con el maharajá para hacerles una encerrona. Logran engañar a uno de ellos y Tintín le sigue hasta su guarida secreta, en los mismos sótanos del palacio del maharajá. Allí se las apaña para capturar a toda la plana mayor de los narcotraficantes, que actúan como una secta en la que todos ocultan sus identidades incluso unos a otros bajo túnicas y capuchas.
A medida que Tintín descubre sus identidades, vemos que entre ellos están varios de los personajes que conocimos a lo largo de la aventura y que no parecían tener conexion entre ellos. Hay también un completo desconocido, lo que nos da una idea de la magnitud internacional que tiene la organización. Los detectives Hernández y Fernández aparecen repentinamente como refuerzos de Tintín, y queda aclarado al fin que él no es culpable de nada relacionado con la organización.
Tintín aun tendrá que rescatar al hijo del maharajá, raptado por miembros de la secta. Uno de ellos, el que parece ser el verdadero líder supremo de la misma, muere al despeñarse por un acantilado sin que lleguemos a saber quien es. De un modo totalmente casual, Tintín descubre también que los cigarros (puros, mas bien) que contrabandeaba Allan son la forma en la que se distribuía el opio, amasado en forma alargada y envuelto en hojas de tabaco. Esto pule un poco más la historia, pero sigue dejándonos con interrogantes.
Personalmente, encuentro fascinante el modo en que Hergé lograba equilibrar el tono ligero de la aventura juvenil (escenas tontísimas como la de la trompeta para hablarle a los elefantes) con asuntos tan duros como el tráfico de drogas y la corrupción a todos los niveles sociales que este desata. La forma en la que manejaba este contraste era lo que le permitía atraer a lectores de distintas edades y es lo que hace que sigan gustándome ahora, releyéndolos cuarenta años después de haberlos descubierto.
El siguiente número, titulado El Loto Azul, continúa directamente la historia de este.
Puedes repasar las aventuras de Tintín ya reseñadas pulsando aquí o bien aprender a hablar con propiedad pulsando aquí.
Les Cigares du pharaon. 1932-1933. Hergé [Georges Remi]. Las aventuras de Tintín nº 3. Reedición de 1988 de Editorial Juventud.
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