Trata sobre un
grupito de ocho jóvenes acomodados que, aburridos de la vida fácil y los
relativos lujos a los que están acostumbrados, comienzan a buscar diversiones
más peculiares.
Tras una falsa
sesión de espiritismo y una tonta pelea en la que se hieren mutuamente sus
frágiles egos, deciden hacer una apuesta; una prueba de valor. Uno de
ellos acepta pasar una noche entera dentro de un ataúd, introducido en un nicho
vació de un cementerio cercano.
Actuando de
noche y a escondidas, los siete restantes introducen el ataúd en un nicho y
vuelven a sus casas. Pero a la mañana siguiente, cuando acuden a buscarlo, no
son capaces de determinar el lugar exacto en donde lo dejaron. Se asustan,
avisan a la policía, y esta interviene registrando exhaustivamente el
cementerio. El ataúd sigue sin aparecer.
A esto hay que
añadir una serie de intenciones ocultas tras la apuesta, que en realidad fue
algo pactado de antemano entre varios de los personajes, y no algo espontáneo
como hicieron creer al resto del grupo. Pero, además, entre estos conspiradores
hay un segundo grupo con sus propios planes. El resultado es una historia que,
sin parecerme una maravilla, si me resulta muy entretenida y a ratos
intrigante.
La descripción
de la lenta agonía del voluntario sepultado, a medida que el tiempo pasa y el
esperado rescate no se produce está muy lograda, y todo el conjunto recuerda
mucho a las historias de la EC sobre gente que se hace enterrar viva para
cometer un crimen o escapar de uno, que en los 70-80 era otro micro género del
terror más.
Como suele
ocurrir cuando la gente tontea con cosas como el espiritismo y las bromas
macabras, la cosa termina mal para muchos de ellos.
No tenemos la
clásica boda al final, pero si se nos anuncia el inicio de una bonita relación
entre el detective que investiga el caso y una de las implicadas, con lo que
podemos contar con ella en breve.
Y ya que estamos
hablando de juegos de cementerio, yo os propongo también un
juego facilito: echadle un vistazo a la contraportada del libro y deducid
cual era la temática más de moda en la época en la que se escribió.
Yo tengo bolsilibros del Oeste, eran de mi abuelo y eran los que más le gustaban (veía todas las pelis del Oeste que echaran por la tele), aunque también heredé de el algunas de detectives como Perry Mason y Nero Wolfe.
ResponderEliminarDe los que tengo, hay algunos que no aparecen en esa contraportada que muestras: Ases del oeste, Colorado, Héroes del Oeste, Kansas, Oeste Legendario, Centauro, Calibre 44, Búfalo, Hombres del Oeste, y Gran Cañón pero éste ya de la Editorial Easa. Valga decir que todos (excepto 2) son de Marcial Lafuente Estefania.
Y me hace gracia ver que, en alguno de ellos, la primera página es de publicidad y dice así: "Ya está a la venta la nueva serie Selección Terror (con gotas de sangre) Creada para aquellos lectores que poseen nervios de aceron y no temen traspasar las fronteras de lo irreal y adentrarse en un mundo desconocido, aterrador como una pesadilla, apasionante como la más increíble de las aventuras".
Los bolsilibros del oeste siempre fueron los más populares. Había tanta demanda de ellos, que era habitual que una misma editorial tuviera ocho o diez colecciones simultáneas del oeste, porque era mucho más barato comprar el permiso para una edición de tirada semanal que para una de tirada diaria, hasta el punto que salía más rentable sacar la licencia de siete colecciones de tirada semanal (que publicaban su ejemplar en un día distinto cada una, con lo que estabas sacando un librito diario) que la de una sola de tirada diaria. Por eso era "normal" que una editorial tuviera una colección dedicada al terror, otra a la ciencia ficción, y diez al western.
ResponderEliminarProbablemente las aventuras del oeste calaron tanto aquí porque en esa época los productores americanos e italianos venían a rodar sus westerns a España, porque la mano de obra les salía mucho más barata. Eso dio trabajo a muchísima gente: extras, carpinteros para los decorados, ganaderos que alquilaban sus rebaños de vacas y caballos... Además, España estaba menos industrializada, dependía mucho más que ahora de sus campesinos y ganaderos, y esas historias en las que se ensalzaba la vida dura y sencilla de vaqueros y ganaderos, llenas de escenas de granjas y rebaños de vacas, llegaron con mucha facilidad al publico. Yo también tuve mi época de películas de vaqueros cuando era pequeño, pero en algún momento que no recuerdo las pistolas láser sustituyeron en mi imaginación a los revólveres y las naves espaciales a las caravanas.
La publicidad de los bolsilibros era genial, así como sus portadas (hay de todo, pero muchas de esas ilustraciones son sencillamente magníficas), las historias sobre sus autores y los seudónimos que usaban para esquivar la censura del Franquismo y el propio desdén de los lectores potenciales ("¿Un español escribiendo sobre extraterrestres? ¡Eso es cosa de los americanos! ¿Que va a saber de eso un español?")… todo lo relacionado con el pulp español es fascinante.