La
isla del tesoro es, junto a El doctor Jekyll y míster Hyde,
la obra más conocida de Robert L. Stevenson, y el referente básico de todas las
historias posteriores de piratas.
La
trama es sobradamente conocida, y no me extenderé demasiado explicándola: el
joven Jim Hawkins, único hijo de una familia pobre cuyo sustento es una pequeña
posada, consigue fortuitamente un plano que muestra la localización de un
enorme tesoro pirata enterrado en una remota isla. Un amigo de la familia, el
Dr. Trelawney, organiza una expedición para partir en busca de tan fabuloso
botín. Pero tan pronto como La Hispaniola, su barco, llega a las costas de la
isla mostrada en el mapa, la tripulación se amotina. El líder de los amotinados
es John Long Silver, el cocinero de a bordo.
Estalla un combate entre los
amotinados y los oficiales, a los cuales tansolo permanecen fieles Jim y un
reducido grupo de marineros y criados. A medida que las heridas y las fiebres
se van cobrando su cuota de víctimas y el equilibrio de poder entre leales y
amotinados cambia continuamente, vemos como se pasa de los combates a la
negociación, como los bandos están cada vez más desdibujados, y como la
desconfianza y la traición comienzan a hacer mella en todos ellos.
Una modesta
edición de 1995. Clásicos universales nº 72 de Edicomunicación S.A. No anotada,
incluye un brevísimo estudio preliminar de la obra y el autor, y una pequeña
errata... un párrafo sobre Gustavo Adolfo Béquer, que probablemente debió haber
aparecido en otro libro.
Podría parecer una trama muy convencional, en el sentido que está llena de todos los
tópicos habituales de los cuentos de piratas: un mapa que todos desean,
motines, un tesoro enterrado, un pirata con pata de palo y un loro al hombro…
pero si actualmente todo esto nos parecen tópicos, es porque esta novela los
estableció como tales. Y la historia que este libro nos cuenta, aun siendo
apasionante, palidece en mi opinión ante otra historia relacionada con ella: la
de cómo se gestó la escritura de la obra.
Stevenson
fue un personaje bastante peculiar para su época. Sus ideas revolucionarias y
su comportamiento inusual le hicieron ganarse fama de excéntrico. Una de sus
“excentricidades” fue casarse con una mujer divorciada.
Estamos
hablando de 1880. Que una viuda o una divorciada volvieran a casarse no era
ilegal, pero si moral y socialmente reprochable. Lo que se esperaba de una
mujer “decente” es que no se divorciara del marido, y que, si enviudaba, le
guardase luto el resto de su vida. Eso era lo correcto según la mentalidad de
la época. Y si, además, como en el caso de Fanny Osbourn, tenía dos hijos y una
hija de su relación anterior, que otro hombre se interesase por ella era una
posibilidad extremadamente remota.
Stevenson
no solo le propuso matrimonio a Fanny, sino que crio al hijo y la hija de ella
(para aquel entonces, el primer hijo de Fanny había muerto de tuberculosis)
como si fueran propios, cuando lo normal en estos casos era “deshacerse” de
ellos enviándolos a un lejano internado.
Al
año siguiente a la boda, Stevenson, Fanny, los ahora hijo e hija de ambos, y el
padre de Stevenson, se encontraban en una casa de campo. Era un entretenimiento
habitual escribir relatos entre todos, pasándose un puñado de cuartillas para
que cada uno leyera lo escrito por los demás y continuara la historia añadiendo
lo que se le ocurriera en ese momento. Uno de esos relatos grupales había
llegado hasta las manos del muchacho en un punto en el que un grupo de
exploradores desembarcaban en una isla desierta, y a Stevenson le impresionó el
interés y los conocimientos que demostró tener el joven por las historias de
piratas, pues añadió una gran cantidad de nuevos personajes e incluso dibujó un
mapa de la isla repleto de detalles, anotaciones, y lugares con nombres
llamativos.
Al
día siguiente, y puesto que una lluvia torrencial los retenía desde hacía horas
en el interior de la casita, Stevenson probó algo distinto. Inició lo que
actualmente podríamos considerar un juego de rol totalmente narrativo. Por
lo que nos cuentan sus biógrafos, basándose en los recuerdos de ese día de
Fanny y su hijo, Stevenson comenzó a contarles una historia de piratas a la que
todos ellos podrían ir añadiendo detalles libremente a medida que la historia
se desarrollara. En lugar de esperar su turno para añadir algo sin saber de qué
trataría el siguiente capítulo, todos serían participes de la historia desde el
inicio. El protagonista sería un joven de la misma edad que su hijastro.
Obviamente la historia estaba dirigida a él, y fue quien más intervino a parte
del propio Stevenson. El cuento trataría sobre la búsqueda de un tesoro
enterrado en una isla… la misma isla que había dibujado el muchacho el día
anterior. Y así se gestó el primer borrador de La isla del tesoro.
Una lujosa
edición de 2003 de Ediciones Rueda. Gran
tamaño, tapa dura, y letra cómoda de leer, pero sin anotaciones ni más reseña
que una microbiografía de Stevenson en la contraportada.
.
A
lo largo de dos semanas, Stevenson escribió sobre las aventuras de Jim Hawkins
durante las mañanas. Por las tardes leía lo escrito a su familia, y a la noche
tomaba nota de todos los cambios o añadidos que estos habían introducido sobre
la marcha, para tenerlos en cuenta a la mañana siguiente e incorporarlos a la
historia.
Probablemente
el resultado final fue bastante diferente a lo que él tenía previsto, pero este
cuento que un hombre comenzó a narrar a su familia sin saber cómo iba a
terminar, a la vacilante luz de los quinqués de petróleo mientras el viento y
la lluvia azotaban las ventanas de su casita, se convirtió en la mayor aventura
de piratas de la historia, y marcó la pauta a seguir de todas las otras.
De
La isla del tesoro se han hecho docenas de películas y series, y sin
duda se seguirán haciendo. Charlton Heston interpretó a Silver en 1990, en la
que quizá sea la mejor adaptación del libro. Los Teleñecos
protagonizaron su propia versión en 1996, y Disney la convirtió en una aventura
espacial en 2002 con El Planeta del Tesoro. Hay una magnifica serie de
animación japonesa de 1978 titulada Takarajima, que dedica un emotivo
capitulo a la muerte del anciano Redruth, un personaje por lo general olvidado
en la mayoría de versiones. Una adaptación bastante libre con Ed Harris en el
papel de capitán Smollet, tiene un final totalmente inesperado y fuera de
lugar. Jim Hawkins, Silver y Ben Gunn se alían para matar tanto a los
amotinados como a los oficiales. Al capitán Smollet lo ensartan lanzándole un
alfanje como si fuera una jabalina, y se reparten el tesoro entre los tres.
En
muchas de estas versiones se tiende a dar más protagonismo a Silver del que
tiene en la novela, que ya es mucho. Basta con ver el título de una versión de
1985 que cambiaba el típico La isla del tesoro por Las aventuras de
John Silver. En la serie Black Sails (Velas negras) Silver pasaba a
ser directamente el protagonista, en una historia ambientada en su juventud,
antes de la trama de la novela, cuando aún se sostenía sobre dos piernas.
Edición de 2004
de Anaya/El País. En formato barato, pero profusamente anotada, y muy fiel a la
edición original inglesa de 1883. Incluye la dedicatoria de Stevenson a su
hijastro, un breve poema redactado también por Stevenson titulado "Al
comprador indeciso", y un pequeño plano de la isla con los principales
lugares resaltados.
De haber sido otro su origen, estoy convencido que el verdadero protagonista de La
isla del tesoro hubiera sido Silver, y la historia narraría como los engañó a todos y se llevó el tesoro dejando a oficiales y amotinados con un palmo de
narices. Pero esta historia, cuyo borrador llevaba el significativo título de The
sea cook (El cocinero del mar) comenzó como el intento de un hombre de
mantener entretenida a su familia (más concretamente a su hijastro) durante un
mes oscuro y lluvioso. Esto se nota especialmente en detalles
como que el protagonista tenga la misma edad que el muchacho a quien iba
dirigida, o que no exista más personaje femenino de importancia que la madre de
Jim, ni una historia de amor metida con calzador por la que obviamente un
chaval de once años con la cabeza llena de piratas no sentiría ningún interés.
A
pesar de haber sido desplazado de su puesto como protagonista natural de la
historia, Silver ha quedado en la imaginación colectiva de la humanidad como el
prototipo de pirata: astuto, brabucón, a ratos incluso valiente, zalamero
cuando le conviene, traidor y leal a partes iguales y, ante todo, incapaz de
rendirse por mucho que se le tuerzan los planes. Un hombre dispuesto a cruzar
el mar y recorrer toda la isla con una sola pierna, abriéndose paso a tiros y
tajos si es necesario en busca de su destino. Capaz de matar por la espalda y
traicionar a sus compañeros sin ningún miramiento, pero capaz también de
interponerse entre las armas de estos y el pequeño Jim, protegiéndolo con su
propio cuerpo de espadas y balas.
Y
Silver es tan solo uno de los muchos detalles inolvidables que llenan esta
novela: cómo no mencionar al Capitán Flint, su loro, con su obsesiva
cantinela de "¡Doblones de a ocho!". Al anciano Redruth, que
en su lecho de muerte, tan solo pide a sus amigos que recen algo por su alma "si
no les supone demasiada molestia". Al temible Israel Hands, el maestro
artillero de Flint, un personaje real cuya vida está documentada, y que
Stevenson tomó prestado para hacerle intervenir en esta historia ficticia. Al
loco Ben Gunn, que tras muchos años abandonado en la isla alimentándose de
pescado, raíces y cocos, estaba dispuesto a jugarse la vida por un trozo de
queso. Y,
sobre todo, la canción de los piratas, en sus muchas versiones y traducciones,
que nunca concuerdan, pero forman un todo. Esa canción que Billy Bones, ebrio y febril, cantaba a todas horas llenando de terror a Jim y su madre en la posada
del Almirante Benbow.
Tiemblan las velas
y el corazón
yo-ho, y una botella
de ron
Quince hombres
llevan el cofre del muerto
yo-ho, y una
botella de ron
De setenta que
eran al zarpar del puerto
Yo-ho, y una
botella de ron
Quince hombres
llevan el cofre del muerto
yo-ho, y una
botella de ron
El mar y el diablo
se llevaron al resto
Yo-ho, y una
botella de ron
Hombres de almas
negras como el carbón
Yo-ho, y una
botella de ron…
Hay libros que hacen Historia con mayúscula, y La isla del tesoro es uno de ellos. El tiempo dedicado a crear personajes hondamente humanos, haciéndolos únicos e inigualables; o a mostrar cómo poco a poco la implacable naturaleza de la isla obliga a trastocar los planes de los hombres más duros; o a explorar los deseos y pasiones que rigen nuestra existencia, de los más bajos a los más sublimes... hacen que esta "novela de aventuras" esté por encima de géneros, clasificaciones y edades recomendadas. Grandísimo libro y grandísima reseña, ¡enhorabuena por ella!
ResponderEliminar¡Muchas gracias! ^^
EliminarHay libros genéricos que se escriben por encargo o sin poner interés y eso lo notas cuando los lees. Pero hay libros que se escriben poniendo el alma en ellos, y eso se nota también. Estos libros son una ventana a la personalidad y mentalidad de su autor, y nos permiten "conocerlos" muchos años después de su muerte. Yo no sabia nada sobre el origen de Alicia en el País de las Maravillas hasta que leí las varias entradas que hay dedicadas a ese libro en tu blog de Estudios Carrolianos. A veces, la inspiración y el proceso de creación de un libro es tan apasionante como el mismo texto.