LA COLECCIÓN DE FIERAS
¡Arrr!
¡Salid a cubierta, escoria de los siete mares! Demos la bienvenida a bordo al tercer personaje de la colección 💀Pirata, de los que ya vimos otros dos hace bastante tiempo.
Teníamos a este extraviado (quizá naufragado en
una isla desierta, quizá borracho como una cuba en alguna taberna) y lo
encontramos hace un par de semanas.
Hemos esperado
hasta ahora para mostrarlo por hacerlo coincidir con el 19 de septiembre, es
decir El día internacional de hablar como un pirata. ¡Arrr! ¡Mil millones
de mil cañones! ¿Por qué rayos y truenos no estáis todos hablando como un
pirata? ¡Malditas ratas portuarias! Hoy ni tan solo deberíamos permitir comentarios que no estén escritos al
estilo pirata... aunque lo cierto es
que la mayoría de los piratas no sabían escribir.
La jeta de este
facineroso (que es lo más destacable de estas figuras) se caracteriza por
mostrar una expresión de profundo pasmo. Teniendo en cuenta que entre sus armas
hay un pistolón, me da la impresión que esa cara se debe a que le ha disparado
accidentalmente a quien no debía.
Su otra arma es en
realidad una herramienta, una piqueta de la época (mezcla de rasqueta y palanca)
que se empleaba para decapar pintura o barniz viejo, arrancar moluscos, clavos,
o trozos de metralla de la madera del casco, y no deja de ser una buen arma contundente. Esto es algo que me gusta de esta
colección, que además de armas traen herramientas típicas del trabajo a bordo,
concretamente, una piqueta, un hacha de carpintería, y un garfio de
estibador. La mayor parte del trabajo a bordo era mantenimiento, porque el
salitre del agua marina corroía los materiales, y el barco debía ser baldeado,
repintado y reparado continuamente. ¡A trabajar, haraganes!
Y, ojo al parche, al contrario que los otros piratas de la colección, este va descalzo. Probablemente a los envasadores se les acabaron los zapatos u olvidaron ponérselos a esta figura, pero el ir descalzo era lo normal a bordo. Debido al balanceo del barco, el estar moviéndose por una cubierta siempre húmeda, trepando por escalas de cuerda o trabajando en los mástiles, hacía que se tuviera mucho mejor agarre a la superficie con los pies desnudos. Los marineros que podían permitirse el lujo de tener zapatos (!Arrr! ¡Zapatos, ni que fueran delicados señoritos de ciudad!) los usaban en sus escasas bajadas a puerto.
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