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martes, 1 de febrero de 2022

LA MÁSCARA DE VENGANZA

EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                                  ¡ALERTA DE EXPOILERZ!                                                                                       

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, bárbaros lectores.

Tras una época de historias largas que se iban continuando de un número a otro, la colección de Conan el bárbaro entró en una etapa de historias cortas, autoconclusivas y no conectadas, antes de volver a la dinámica de las tramas largas. En algunas de esas historias cortas ni tan solo se dejaba claro en que lugar del mundo estaba ni como había llegado a la situación de partida, como en el caso de esta.

Comenzamos con Conan abandonando furtivamente las ruinas en llamas de una ciudad de la que no llegamos a saber el nombre. En esta ocasión le ha tocado estar en el bando perdedor, pues era uno de los defensores de la urbe. Tras una semana de asedio, el ejército atacante ha reducido el lugar a una pila de escombros calcinados, y Conan nada puede hacer ya salvo tratar de seguir con vida.

Mientras se aleja de la zona, llega al claro de un bosque en el que un grupo de sitiadores está torturando a uno de los guerreros que lucharon junto a él durante esa larga semana. Sin pensárselo mucho, salta en medio del claro repartiendo espadazos y acaba rápidamente con sus desprevenidos adversarios. Por la enorme disparidad de ropas y armas de estos, podemos suponer que se trata de mercenarios, aunque esto tampoco se nos aclara. Uno de ellos en particular es un hábil lanzador de cuchillos. En cuanto comprende que la intención de Conan es rescatar al guerrero al que torturaban, lo remata lanzándole un cuchillo a la garganta.

Conan acaba con los otros mercenarios, le corta al lanzador de cuchillos la mano con la que los empuña, y lo deja para que se desangre hasta morir. Tras tomar uno de los caballos de estos y todas las bolsas del botín que saquearon de la ciudad, se aleja olvidándose de su enemigo mutilado. Pero este no muere. Logra arrastrarse hasta la hoguera y cauterizar su muñón con las llamas. 

Poco después es encontrado por tres guerreros que están rastreando a Conan para vengarse de él. Todos ellos sufrieron daños permanentes luchando con el cimmerio en el pasado. Su jefe, Rezak, tiene la cara cruzada por una enorme cicatriz. Otro perdió una pierna y Rezak, que parece tener maña con lo de fabricar mecanismos, la sustituyó por una prótesis con una cuchilla retráctil. El tercero recibió tantos golpes en la cabeza que se quedó permanentemente tarado, y ahora no es más que una masa de músculos descerebrada que simplemente obedece a Rezak sin más. El lanzador de cuchillos se une a ellos, y Rezak le fabrica un engranaje que, adosado al muñón, le permite dispararlos como si fueran saetas de ballesta. Rezak ha fabricado también algo para Conan, un casco con púas hacia el interior, como una versión portátil de la dama de hierro.

Mientras sus enemigos se fortalecen, Conan se debilita. Una de sus heridas se ha infectado, la fiebre lo consume, y su caballo sucumbe a una dura huida por terreno desértico. Andando a trompicones por la fiebre, más muerto que vivo, pero sin soltar nunca las bolsas de botín, logra llegar hasta una pequeña granja. El matrimonio que vive allí lo acoge, y Conan les entrega una bolsa repleta de monedas de oro a cambio de dos días de comida y descanso. Durante esos dos días que Conan permanece en la granja reponiéndose, Rezak y los suyos le siguen el rastro.

El granjero decide quedarse con todo el oro del bárbaro. A espaldas de su mujer, le envenena el desayuno del tercer día, cuando Conan se dispone ya a marcharse. En ese momento irrumpen en la granja Rezak y sus seguidores, y Conan se ve obligado a enfrentarse a ellos mientras se retuerce de dolor por el veneno.

A pesar de la desventaja que esto supone logra acabar con todos. En el forcejeo final con Rezak, ambos caen al suelo y la máscara se cierra sobre la cabeza de este. Conan, decidido a no cometer otra vez el error de dejar enemigos vivos a su paso, va en busca del granjero, pero este ha muerto a causa de uno de los cuchillos lanzados durante el confuso combate. La mujer le echa la culpa a él por haber atraído a los asesinos a su casa. Conan, sabiendo lo inútil que sería discutir, se marcha llevándose a los muertos en sus propios caballos y abandonando junto a la entrada de la casa hasta la última moneda del botín con el que cargaba.

No es una mala historia. Muy sencilla, porque había de desarrollarse en solo veintiuna páginas, pero interesante. El asunto de las prótesis que fabrica Rezak está algo exagerado. No tanto por la complejidad de los mecanismos en sí como por lo rápido que los hace. Sin planificación ninguna, improvisa un mecanismo que además injerta en el brazo del mercenario y aparentemente conecta a su musculatura, ya que ese dispara los cuchillos sin tocar el mecanismo con la otra mano. Y fabrica tal obra de arte y se la implanta al otro en solo unas pocas horas, sin planos, sin moldes, todo a base de fuego, metal y martillo. 

El lanzador de cuchillos, que además de la mutilación de una mano ha soportado el implante sin anestesia, no parece perder ni un gramo de sus fuerzas y cabalga sin descanso durante dos días persiguiendo a Conan, mientras que este dedica esos mismos dos días a reponerse de una herida infectada en el hombro. En ese sentido la historia está muy forzada, y de haber dejado un lapso de tiempo mayor (dos semanas, en lugar de dos días, por ejemplo) habría resultado más creíble. 

Nada de esto, sin embargo, impide dejarse llevar por la historia y disfrutar de las escenas en las que Conan da muerte a unos enemigos que, después de haber tenido la inmensa suerte de enfrentarse a él una vez y sobrevivir, son lo bastante estúpidos como para enfrentarse a él una segunda vez. 

Puedes repasar más comics de Conan pulsando aquí.

The Mask of Vengeance. 1988. Don Perlin (guion y dibujo). Conan el bárbaro nº 160. Publicado por Comics Fórum en 1990.

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