EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
Hoy, once de agosto, es el primero de los tres días en que la lluvia de las Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo serán más visibles. Como todos los años, estas brillantes partículas cósmicas pasarán lo suficientemente cerca de la Tierra como para ser observadas a simple vista desde muchos lugares, siempre que podáis contar con un cielo nocturno sin mucha contaminación lumínica.
Como nos gusta aprovechar días especiales como estos para hacer algunas reseñas determinadas, hoy comentaremos un bolsilibro sobre una lluvia de meteoritos muy particular.
Corre el año 2354. Han pasado 353 años desde la Tercera Guerra Mundial, acaecida en 1992. Los supervivientes se unieron en una sola cultura, equivalente a la occidental. La humanidad ha prosperado extraordinariamente desde entonces, y está retomando su exploración del cosmos.
Una de las estaciones espaciales terrestres detecta un meteorito de más de trescientos metros de diámetro dirigiéndose directamente hacia ella a gran velocidad, y además en pleno proceso de fusión atómica. El meteorito atraviesa la barrera de energía de la base, resiste los impactos de sus cañones láser sin inmutarse, y destruye la estación sin dar tiempo a sus ocupantes a evacuarla.
El gobierno unificado de la Tierra envía cinco naves a explorar el área, por si pudieran recuperar algún resto o realizar alguna medición que les permita entender mejor la naturaleza del meteoro. Pero la expedición es pulverizada por una lluvia de miles de meteoritos en fusión, tan grandes como el primero, que al chocar con las naves estallan como bombas atómicas. Antes de ser destruidas, el comandante de las naves tiene tiempo de informar a la Tierra que ordenó variar el rumbo para esquivar los meteoritos, y que entonces estos lo variaron también como armas teledirigidas, para mantener en todo momento el rumbo de colisión.
Otras dos estaciones espaciales son destruidas por lluvias de meteoritos incandescentes que ajustan su rumbo para precipitarse directamente contra ellas, a tal velocidad que no es posible evacuar al personal. Tras esto, la Tierra recibe un ultimátum de alguien que se presenta como Akon, y exige que se le entregue el control incondicional del planeta so pena de someterlo a una lluvia de meteoritos atómicos tras otra hasta aniquilar a todo ser vivo.
Akon era una especie de leyenda urbana. Cuando la humanidad, exploradora y guerrera por naturaleza se unió en una sola cultura, comenzó a echar de menos una gran amenaza que la mantuviera alerta. Se creó el mito de Akon, una especie de misterioso agresor proveniente del planeta Celestia que pretendía invadir la Tierra. Celestia es un planeta lejano, pero explorado y sin vida. Al parecer alguien ha usurpado la identidad de esa leyenda urbana para valerse del miedo que ya de por sí provoca en mucha gente.
El gobierno de la Tierra decide enviar a la práctica totalidad de su flota a explorar el espacio conocido, pues de algún lado deben venir todos esos meteoritos. Divididas en pequeñas flotas con cuadrantes asignados, todas las naves de la Tierra se esparcen para investigar cualquier fuente de energía anómala que puedan encontrar.
La flota a la que se asigna el cuadrante en el que se encuentra Celestia es atacada por otra de las lluvias de meteoritos que, de nuevo, corrigen su rumbo cuando las naves tratan de esquivarlos. Las naves abren fuego con todas sus armas, logrando destruir unas decenas de meteoritos, pero siendo arrollados por los miles restantes. Tras esto, la Tierra ordena volver al resto de flotas.
Hans, el comandante de una de estas flotas, se dirige directamente a Celestia en lugar de retirarse a la Tierra. Hans es el protagonista de la historia, y se está hablando de él desde el principio, pero es a partir de este momento cuando comienza a ser verdaderamente relevante. Hans está convencido que Celestia no está tan deshabitado como se supone, y que ese planeta es el origen de los meteoritos.
Aunque Hans es el héroe de la historia, es también un verdadero psicópata. Para asegurarse el aterrizar en Celestia para explorarlo, utiliza toda su flota como cebo. Manda al resto de sus naves directamente hacia Celestia, mientras la suya circunvala el planeta. La flota recibe una andanada de miles de meteoritos, que efectivamente parten de la superficie de Celestia. Treinta y nueve naves con sus tripulaciones son destruidas y solo seis logran retirarse. Cuando el ataque se produce, Hans (cuya nave se encuentra en ese momento en el lado opuesto del planeta) pone rumbo directo a Celestia. Es atacado también, pero por una nube de meteoritos mucho más pequeña. Esto es lo que Hans pretendía, que las fuerzas de Celestia descargaran su ataque contra la flota sin fijarse en su nave. Ha sacrificado literalmente a casi todos sus hombres para asegurarse él un aterrizaje seguro. A pesar que su nave también es atacada, se trata de una agresión leve y precipitada comparada con la anterior. Su nave logra esquivar los meteoritos hasta que estos, al perseguirla casi a ras del suelo, se estrellan con la superficie.
Hans desembarca junto con una decena de hombres, armados con fusiles desintegradores y granadas. Se encaminan hacia una fuente de energía que han detectado, y resulta corresponder a una base subterránea. Allí son atacados por robots con armas similares a las suyas. Los robots son sorprendentemente parecidos a los modelos usados en la Tierra, pero más primitivos, como si fueran modelos anticuados, y los destruyen con relativa facilidad.
La base en sí está abandonada. Todo parece automatizado, y es claramente maquinaria terrestre. Se trata de un antiguo yacimiento minero reconvertido en una fábrica de producción en cadena de meteoritos. Máquinas excavadoras extraen roca del propio planeta, como si todo este fuera una inmensa cantera. Otras máquinas comprimen las rocas dándoles forma levemente esférica, imbuyéndolas de energía atómica, e instalándoles un aparato de control que les permite seguir al blanco, como los misiles teledirigidos. Y no es lo único que está automatizado. Apenas han empezado a investigar el entorno cuando se activa un sistema de autodestrucción. Logran salir a tiempo, pero varios de los soldados son aplastados por los cascotes que salen despedidos por la explosión.
A su regreso a la Tierra, la nave de Hans sufre un atentado justo en el momento del aterrizaje y toda la tripulación muere menos él y otro hombre, llamado Gordon. Hans ya sospechaba que Akon era en realidad uno de los miembros del gobierno conjunto de la Tierra, y esto lo confirma, pues solo ellos sabían cuando y donde iba a aterrizar.
Tras otra investigación y otra incursión a una base secreta recién descubierta en la Tierra, Hans determina al fin quien realmente Akon. Resulta ser su propia novia, que trabajaba como secretaria del Gobierno Unificado y tenía acceso a la información que manejaba este. En el asalto a esta segunda base muere Gordon, el único superviviente del atentado a la nave además de Hans, que la verdad es que parece un poco gafe. ¡La gente a su cargo tiene una acusada tendencia a morir! Y viendo la alegría con la que el autor despacha a los personajes secundarios, no esperéis que la novia traidora se redima al ser descubierta. Acabará partida en dos por una compuerta de seguridad, con lo que olvidaos de la boda al final típica de los bolsilibros.
O quizá no, porque en el último párrafo de la última página, una impresionante morena se acerca corriendo a Hans, que se ha convertido en un famoso héroe mundial, y le pide que le cuente sus aventuras. Que oportuna, la moza.
Lo que más me ha llamado la atención de este relato, es la frialdad con la que Hans envía a sus hombres a la muerte. Muertes que lamenta en el momento de producirse, pero de las que no se arrepiente posteriormente, pues había una finalidad tras ellas. No ve las muertes de sus soldados como un sacrificio, sino como una inversión, pues a cambio de ellas logra llevar a cabo su misión.
Y algo que me ha gustado mucho es que cuando entran en situaciones de combate los diálogos entre los personajes pasan a ser muy realistas, limitándose a lo mínimo imprescindible, empleando términos muy concretos y un lenguaje estandarizado. No he leído muchos libros de este autor, pero desde luego este es con diferencia el mejor por el momento.
Y ahora que ya ha pasado el peligro de los meteoritos incandescentes, podéis dedicar los próximos dos días a mirar el hermoso destello de las Perseidas sin aprensión. Nadie las está controlando.
Es decir… ¿Nadie las está controlando, verdad?🤨✨
Puedes ver otro bolsilibro de este autor pulsando aquí.
Los meteoritos incandescentes. 1984. Eric Sorenssen [Manuel González Cremona] (texto) Antonio Bernal (portada). Héroes del espacio nº 227. Editorial Bruguera S.A.
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