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domingo, 18 de diciembre de 2022

ALGO HORRIBLE EN LA CIENAGA

 EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                                 ¡ALERTA DE EXPOILERZ!                                                                                              

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, ávidos lectores.

Espero que no os importe ensuciaros las manos ni mojaros los pies cuando es necesario, porque para llegar hasta el fondo de este caso quizá tengamos que chapotear un poco en un pantano.

Cuatro hombres y cuatro mujeres se reúnen para ejecutar al doctor Raddison. Todos ellos han estado financiando su trabajo con enormes cantidades de dinero que, ya están convencidos, no van a recuperar. El doctor les prometió resultados, pero estos han estado retrasándose más y más, a lo largo de un lustro, hasta dejar cerca de la ruina a varios de los presentes. 

El doctor hace una tentativa de salvar la vida, en unas últimas palabras que tienen más de amenaza que de súplica, pero eso no le libra de que los ocho le disparen a la vez con sendos revólveres. Se deshacen del cuerpo lanzándolo a un pantano, y cada uno se marcha por su lado, creyendo ingenuamente que sus problemas han terminado, cuando no han hecho más que comenzar. 

Presentada la trama, a continuación se nos presentan a los protagonistas. Por un lado tenemos a Sylvia Forrester, una joven y atractiva escritora millonaria con un titulo nobiliario, y por otro a Hugo Droxton, su no menos joven y apuesto aunque plebeyo chofer-mayordomo. 

Sylvia recibe una carta maloliente en la que un desconocido la acusa de haber disparado contra él, y le avisa que su venganza está cerca. En realidad la carta fue enviada a la anterior dueña de la casa, en la que Silvia lleva menos de un mes instalada. Sylvia se deshace de la carta sin darle importancia, pero Hugo comienza a indagar por su cuenta.  

Entretanto, algunos de los ocho conspiradores han estado ocupados, licuándose. Sus cuerpos empiezan a picar y sentirse extraños y en el transcurso de algunos minutos se reducen a una pasta fangosa similar al cieno. Lo más sorprendente es que continúan vivos en esa nueva forma y se dirigen hacia la boca de alcantarilla o desagüe más cercano, como si el instinto los guiara hacia el lugar más frio, oscuro y húmedo que tengan a mano.

Hugo rastrea a la destinataria original de la carta que ha recibido Sylvia, y a fin de sonsacarle toda la información que pueda entabla una buena relación con ella. Muy, muy buena relación. Al día siguiente de este encuentro, ella nota que empieza a derretirse y llama de inmediato a Hugo. Cuando este llega a su casa ya no queda nada de ella, pero la mujer ha tenido la templanza de dejarle una nota. Es breve y está incompleta, porque en un punto de la redacción ha dejado de tener dedos con los que sostener un lápiz. En la nota le aclara que ella y otras siete personas, de las que les cita los nombres, mataron a un tal doctor Raddison, y que esta es su venganza. El doctor les había prometido proporcionarles un producto rejuvenecedor, pero se cansaron de esperar y de su continua demanda de fondos, y acabaron con él. El doctor juró que tras la muerte “los llamaría a su presencia”.

Hugo emplea un contacto que tiene en la policía para averiguar que, contando a esta última víctima, los ocho asesinos ya han desaparecido o se han licuado ante testigos en los dos últimos días. La policía encamina sus pesquisas hacia el ayudante del doctor, suponiendo que este pueda estar vengando a su maestro contaminando a las víctimas con alguna clase de químico que los disuelve. 

Y volvemos ahora con Sylvia, que se nos está enamorando de Hugo pero está demasiado ocupada con sus cosas para darse cuenta de ello. Acaba de comprar una gran casa de campo cerca de una ciénaga, en busca de un lugar más aislado y tranquilo que su residencia actual. Se traslada allí con Hugo, y pasan dos semanas en las que casi se olvidan de todo el asunto del doctor asesinado y los conspiradores disueltos. Sin embargo, hablando con los pastores y aldeanos locales, Hugo descubre que la casa que acaba de comprar su ama perteneció al doctor Raddison, y que por tanto el pantano que hay a poco más de kilometro y medio de su nueva residencia debe ser donde arrojaron el cadáver acribillado de este. 

Los locales le hacen partícipe también de la desaparición de algunas piezas de ganado en las inmediaciones de la ciénaga, y la extinción de todos los peces que vivían en esta, como si algún tipo de criatura extremadamente hambrienta hubiese anidado en ella. Le han puesto incluso un mote, “la bestia de la ciénaga”, y no van nada desencaminados. La bestia es real y cada vez más voraz. Empieza a engullir también personas, atrapándolas y hundiéndolas en su gelatinoso interior, donde las disuelve. 

Los aldeanos toman entonces la decisión de formar una posee (una turba de linchamiento) para ir en busca de “la bestia de la ciénaga”. Van a por ella con latas de petróleo y prenden fuego a amplias áreas de la ciénaga, logrando mucha luz y calor y quemando un montón de árboles y matojos, y probablemente poniendo en fuga a un montón de ranas, pero ningún resultado real. 

Poco después Hugo encuentra al ayudante del doctor rondando la casa. Lo reconoce al instante porque, por la policía, sabía que este era jamaicano, y estos no abundan en la campiña inglesa. Lo intercepta y amenaza para sacarle información. El jamaicano, llamado Kyphor, no parece tener muy clara la diferencia entre la ciencia y la magia, y le suelta a Hugo una charla sobre control mental e inmortalidad. Pero el caso es que todo lo que le cuenta es básicamente cierto. La fórmula de Raddison sí vuelve inmortal a quien la consume, pero para lograr esto reduce su cuerpo a una forma mucho más básica, similar a la de una ameba, conservando la mente y el volumen que tenía en forma humana. Radisson ya sospechaba que sus socios querían reunirse con él para matarle, por lo que tomó la formula justo antes del encuentro. Cuando le dispararon y lanzaron al pantano el cambio ya estaba en marcha, y se completó mientras se hundía en la ciénaga. 

Kyphor fue el que envió las cartas, cuyo papel había sido previamente tratado con la formula, a los socios de Radisson. Está no afectó a Sylvia o a Hugo a pesar que estuvieron manipulando una de estas cartas, porque su contacto con ella fue mínimo. Pero a los otros, que las leyeron y releyeron una y otra vez y las arrugaron con fuerza al ver las amenazas que había en ellas, la fórmula terminó por pasar a su cuerpo a través de la piel. Otro de los efectos de la fórmula, es conectar mentalmente a todos los afectados. Raddison, el primero de ellos, el que más ha crecido desde que su mutación se produjo, controla a los demás, ya que al parecer su nuevo cuerpo de ameba crece sin límite a medida que consume materia orgánica. Y en esta criatura la expansión mental va a la par que la física. Los ocho afectados han estado durante días desplazándose por alcantarillas y ríos para llegar a fundirse con él. Y una vez unidos los cuerpos, también las mentes se mezclan, en una horrible forma de inmortalidad colectiva, siempre hambrienta de absorber nuevos cuerpos y mentes. 

Hugo baja la guardia, sumido en sus reflexiones sobre todo lo que Kyphor le acaba de contar, y este aprovecha su distracción para noquearle de un puñetazo y escapar. Al parecer va a chivarse al doctor, porque algunas horas después una enorme ameba irrumpe en la casa de Sylvia y trata de engullir a los presentes. Hugo consigue rechazarla lanzándole una simple linterna a pilas, lo que le hace pensar que la criatura, inmune por su naturaleza a las armas sólidas, podría ser vulnerable a la electricidad. 

Al día siguiente Sylvia está quitándose el susto de encima trabajando en el invernadero de la casa, cuando algo se mueve tras ella. Kyphor ha estado todo el tiempo oculto en la propia casa, en un laboratorio secreto al cual se accede desde una trampilla secreta en el invernadero. El ayudante la captura para ofrecérsela al gelatinoso doctor, al que ya adora como a una deidad. 

Este no tarda en aparecer y asimila primero a Kyphor. Cuando se dispone a hacer lo mismo con Sylvia, Hugo irrumpe oportunamente en el invernadero. Ha pasado toda la noche preparando rollos de docenas de metros de cable repartidos por la casa en previsión de otro ataque de la criatura, y lanza uno de ellos sobre esta. El cable se hunde en el blando cuerpo de la ameba y la electricidad de la casa pasa a la criatura, friéndola y reduciéndola a un liquido aún más pringoso y maloliente de lo que ya era, pero sin ninguna cohesión molecular, muerta a efectos prácticos. 

En principio, lo único que queda por resolver es la boda. La pareja protagonista que se casa al final es el colofón del 99% de los bolsilibros, pero en este caso se demora varios meses. Sylvia es una dama inglesa y Hugo su mayordomo, y socialmente una boda de esa índole seria inaceptable. Por tanto, Hugo retrasa la esperable petición de mano hasta terminar unos estudios de biología que estaba cursando. Tan pronto como le dan el diploma le pide la mano a Sylvia, porque ahora ella ya puede despedirle y casarse con un doctor en lugar de con un mayordomo. Cosas de la época.  

Nada mal. Los monstruos tipo The Blob no son nada habituales en los bolsilibros (solo recuerdo otro caso, en uno de Garland) y está muy bien presentado. Las implicaciones de una criatura capaz de vivir por siempre, crecer sin cesar e inmune a casi todo, dan mucho juego cuando se manejan bien. Lo que no me ha gustado de la historia es que no podría tener lugar sin una serie de casualidades muy convenientes. Primero, Sylvia vive en la casa que anteriormente perteneció a una de las conspiradoras, y por ello recibe ella una de las cartas. Luego se traslada a vivir a otra casa que resulta que perteneció al doctor, donde se oculta su ayudante y cerca de la ciénaga en la que lanzaron el cuerpo de este. Hugo tiene contactos con la policía que le hacen participe de lo que averiguan, y además resulta que el doctor Raddison había perjudicado de algún modo a su padre en el pasado, convirtiendo todo el asunto en personal. Este ultimo detalle no lleva a nada, y es otra conexión entre los protagonistas y el caso que se ve muy forzada. Aun así es una historia bastante pringosa, apestosa y entretenida.   

Puedes ver otro libro de este autor pulsando aquí.

Algo horrible en la ciénaga. 1976. Clark Carrados [Luís García Lecha] (texto) Antonio Bernal (portada). Selección Terror nº 193. Editorial Bruguera S.A.

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