EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, luchadores del espacio.
Retomamos la Saga de los Aznar con el decimotercer título de la colección. En el anterior, el autoplaneta Valera regresaba a Redención llevando consigo a todos los nativos de la Tierra que quedaban, unos mil millones de humanos. Esto, nacidos esclavos, fueron convertidos por los thorbod en una masa de seres bestiales y analfabetos. Tras un viaje de más de treinta años por el espacio, lleno de privaciones debido a la falta de medios y alimentos con los que mantener a tal población, el Valera llegó al fin a Redención, solo para hallarlo arrasado or un antiguo enemigo al que ya creían derrotado, los hombres de silicio.
La segunda cuna de la humanidad parece tan incapaz de alimentar a los refugiados de la Tierra como las vacías despensas del Valera. Se inicia a toda prisa un plan de recuperación de granjas y cultivos en suelo redentor, pero simplemente no es posible esperar todos los meses necesarios para que los sembrados germinen y produzcan alimentos suficientes para mantener tanto a terrestres como a valeranos, o como para alimentar a rebaños de animales. Como medida de emergencia, se opta por probar suerte en Solima.
Solima es, al igual que Redención y Valera, otro de los planetas de ese sistema solar al que el destino o la caprichosa naturaleza decidió dotar de mundos huecos. Solima no es una excepción. Se trata de otro mundo hueco, pero cubierto casi totalmente por el mar. La intención es organizar un sistema de pesca masiva en Solima para alimentar a terrestres y valeranos mientras se reestablece una agricultura, ganadería y pesca sostenibles en la propia Redención. Varias naves y una gran cantidad de personal son enviados a Solima a tal fin, y entre ellos encontramos a nuestros personajes. Los protagonistas son en esta ocasión Gregorio Aznar (un capitán de la Armada), Adolfo Castillo, Raimundo Castillo, y Aurora Castillo (científicos especializados en el ecosistema).
Los cuatro se sumergen en el mar de Solima en el interior de un pequeño vehículo tan capaz de desplazarse por el agua como por el aire. Son uno de los muchos equipos encargados de hacer una primera valoración de la fauna y vegetación marinas de este mundo. Lo primero que notan, es que a medida que se hunden más y más la temperatura de las aguas desciende, lógicamente, al no recibir el calor del sol que ilumina la superficie del planeta, pero llegados a cierto punto esta vuelve a elevarse a medida que la profundidad aumenta. Continúan hundiéndose siguiendo un larguísimo pozo natural hasta emerger en el interior hueco del planeta, iluminado por un pequeño sol. Este mundo interior cuenta con su propio mar, que se mantiene adherido a la corteza interior por la fuerza de gravedad ejercida por la masa de esta, superior a la del pequeño sol. Gran parte de la corteza interior emerge de las aguas, y sobre esta se ha desarrollado tanto vegetación como vida animal basada en el carbono, no en el silicio como ocurre con Redención.
El grupo sobrevuela este nuevo e inesperado mundo encontrando rastros de civilización, y constatan que sus habitantes son humanos en un estado de desarrollo técnico y social similar al del antiguo Imperio Romano. Su gran error es no volver inmediatamente a la superficie para informar al resto de naves de su hallazgo. En lugar de eso descienden y ocultan su nave para inspeccionar el terreno a pie, y deciden entrar en contacto con los nativos. De hecho, lo que les impulsa a hacer esto es que ven circulando por una calzada un vehículo moderno, una automóvil de cristal ante al cual un destacamento de jinetes armados ceden el paso con deferencia. El grupo sale al paso del vehículo y le hace señales para que se detenga. En su interior viaja una joven que se muestra intrigada por los uniformes que llevan.
La joven, llamada Flavia, es claramente humana y habla español igual que ellos. Conversando con Flavia, los valeranos medio averiguan y medio deducen que al menos una nave logró escapar de Redención cuando este fue atacado por los hombres de silicio. Buscó refugio en Solima y debió encontrar el mismo u otro paso hasta su interior hueco. De algún modo esa sociedad evolucionó allí como una dictadura, con un grupo tomando el control, acaparando toda la tecnología y dejando al resto de refugiados para que se valieran por sus propios medios. Con el tiempo el reducido grupo de líderes debieron crear un halo de divinidad en torno a su imagen, y propagaron entre el resto la idea de que la tecnología de la que disponían era fruto de sus poderes divinos. Bastaron un par de generaciones para que los nacidos dentro de un grupo u otro dejaran de dudar de lo que se les contaba. Una vez todos los refugiados originales hubieron muerto, ya nadie quedó para contradecir la “versión oficial” de la historia.
Flavia está convencida que el suyo es el único mundo que existe. No sabe nada de la Tierra, Redención ni Valera. Al estar en el interior de un mundo hueco con un sol central, no tienen la visión nocturna del cielo que tendrían en la superficie. Nunca han visto las estrellas y por tanto no han podido siquiera especular sobre la posibilidad de que haya algo más “ahí fuera” porque desde su percepción no existe un “fuera”. Es por ello que Flavia cree sinceramente que su líder, Haakón, es un dios que vive en un castillo volador erigido sobre una nube, en compañía de sus ángeles. Aquellos más cercanos a Haakón, como el padre de Flavia y por ende su familia, son bendecidos por el dios viviente y comparten algunos de sus poderes, como el automóvil cristalino en el que viaja. En un mundo donde la gente se desplaza a caballo o en carros, disponer de un vehículo así hace de ella una privilegiada.
Flavia no entiende muy bien de lo que le habla el grupo de extraños, pero le parece importante y los invita a acompañarlos a presencia de su padre. Este, llamado Aquila, gobierna una de las ciudades de este mundo. Acoge a los extraños en su casa y oye su historia con un claro rechazo porque pone en entredicho todo aquello en lo que ha creído hasta ahora, pero no se muestra hostil. Eso sí, los “invita” a quedarse en su casa y Flavia les deja claro que se considera una ofensa imperdonable rechazar semejante invitación de un personaje tan importante como es su padre. Los valeranos aceptan quedarse unas veinte horas, por cortesía, y luego regresar al Valera a informar de sus descubrimientos. Aquila emplea ese tiempo para presentar su propio informe a Haakón. Se comunica con el dios por medio de un “espejo mágico” que, naturalmente, no es más que un viejo equipo de televisión bidireccional.
Adolfo, notando que Flavia se siente atraída por él, trata de influirla para que su padre les permita abandonar cuanto antes su casa. Ella está de acuerdo en ayudarles y le plantea el asunto a su padre. De hecho, Aquila se arrepiente de haber informado a Haakón y acepta dejarlos partir y volver al Valera a condición de que se lleven a Flavia y a sus otros dos hijos con ellos, demostrando que tiene serias dudas sobre la “divinidad” de su líder. Pero ya es demasiado tarde. Los “ángeles” de Haakón (tropas enfundadas en armaduras de combate dotadas con mochilas de vuelo) descienden sobre ellos y capturan tanto a los valeranos como a Aquila y su prole. Todos son llevados en una antigua nave hasta el "castillo en las nubes" de Haakón, que naturalmente no es más que otra nave de mayor tamaño.
Allí son separados y Haakón llama a su presencia solo a los valeranos. Les deja patente que no cree ser un dios, y les cuenta su historia, que es poco más o menos la que ellos ya habían supuesto. Haakón (cuyo nombre real es Josafal Aznar) fue el comandante de una expedición enviada a Solima para estudiar la viabilidad de trasladar a la población de Redención a ese otro mundo. Al descubrir el interior hueco y comprender sus posibilidades, Josafal decidió convertirlo en su paraíso particular. Todos aquellos que se opusieron a él fueron fusilados por sus oficiales más leales, acusándolos de traición. El resto fue relativamente sencillo. Disponía de las naves y armas de rayos, y simplemente eligió a dedo quien ocuparía puestos de privilegio en las naves y quienes trabajarían para él a nivel del suelo en una suerte de nueva sociedad medieval. Con nada más avanzado que carromatos y espadas a su disposición y privados de su historia, las nuevas generaciones de plebeyos fueron rápidamente adoctrinadas hasta dar por buen la versión de la realidad que su líder les contaba. Mientras tanto, los hombres de silicio terminaban de arrasar las ciudades de Redención. Josafal se ha mantenido en el poder haciendo trasplantar su cerebro a un nuevo cuerpo cada vez que el anterior estaba ya demasiado viejo para mantenerlo con vida mucho más tiempo.
Esto último era también un tópico de la ciencia ficción antigua. Se aceptaba que si el cuerpo envejecía y se pasaba el cerebro a otro cuerpo una y otra vez, ello proporcionaba una especie de inmortalidad. Contando con los medios y conocimientos necesarios para semejante trasplante esto podría hacerse en la vida real una o dos veces, pero no muchas más. Aunque el cuerpo sea “nuevo” eso no rejuvenece los tejidos del cerebro. Quiero decir, que si sacas el cerebro de un cuerpo de ochenta años y lo metes en uno de veinte, los tejidos del cerebro siguen teniendo ochenta años de edad. Y cuando ese cuerpo de veinte tenga cuarenta, el cerebro tendrá cien. Aquí se exagera mucho este proceso, diciéndonos que Josafal ha estado haciendo esto por cerca de mil trescientos años a fin de ser el dictador perpetuo de Solima. Naturalmente no tiene intención de renunciar a su divino trono.
Josafal / Haakón envía a los valeranos a una celda y toma la decisión de ejecutarlos a ellos y también a Aquila y su familia, a los que considera contaminados por las ideas de los extranjeros. Uno de los hombres de Josafal los libera a todos y les proporciona armas de fuego para que escapen. Sabe que su líder es megalómano hasta el extremo de preferir destruir su mundo antes de perder su estatus de dios. Y el problema es que puede hacerlo. Aparte de una reserva de bombas atómicas, su nave principal, su castillo en los cielos, dispone de una de las terroríficas Bombas W. El grupo inicia una huida a la desesperada hacia el hangar de naves para apoderarse de una de las pequeñas, con las que huir de regreso al Valera. Pero antes deberán matar a Josafal e inutilizar la Bomba W, un vasto proyectil que, colocado en su soporte vertical desde hace más un milenio, preparado para ser lanzado en cualquier momento, se extiende a lo largo de diez de las cubiertas de la nave.
Y sí, lo lograrán… no todos ellos, pero lo lograrán y tendremos alguna que otra boda al final, como es costumbre, pero… pero he de decir que, comparado con los anteriores, este episodio de la saga me ha sabido a poco. Agradezco el continuo cambio de tono de la colección: algunos libros son de corte totalmente militarista, y dentro de estos hay tanto batallas a gran escala con matanzas masivas como pequeñas acciones de comando. Hay historias de aventuras, y otras dedicadas casi exclusivamente a profundizar en el trasfondo. Los saltos generacionales permiten cambiar totalmente de elenco, temática o situación sin abandonar una misma historia general, y explorar esa historia desde múltiples ángulos, y eso está bien. Naturalmente, también se dan situaciones como esta, que cuando estás en uno de esos picos bajos, en los que la acción se reduce a una misión de exploración y una pequeña escaramuza, te sabe a poco por muy relevante para la trama general que sea lo que está ocurriendo.
¡Próximamente en sus kioscos, División Equis.
Mando siniestro. 1974 (reescritura del texto original de 1954). George H. White [Pascual Eguídanos]. La saga de los Aznar nº 13. Editorial Valenciana S. A.
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