Comunicado del Supervisor General.
Últimamente el gatín está mucho más activo (buena señal) y eso me deja menos tiempo para leer cuando estoy haciéndole compañía, así que no he adelantado mucho con la lectura de Cuentos de aventuras.
Esta vez solo añado al total dos historias más, leídas a trompicones entre los últimos tres días. Estas son:
Una aventura en el aire. Nos narra en primera persona el último día de trabajo de un malabarista aéreo, antes de pasar a dedicarse a otra cosa. Su labor consiste en elevarse en un globo aerostático hinchado con aire caliente con humo en lugar de con aire caliente sin humo. La diferencia entre un caso y otro, por lo que nos explican, es que los globos hinchados con aire caliente con humo se enfrían (y por tanto, descienden) mucho antes.
El narrador está en Oakland (California) y su ascenso en globo y posterior descenso en paracaídas (que es básicamente en lo que consiste su espectáculo) lo organiza como evento publicitario una empresa de tranvías. Como de costumbre, se dirige hacia el globo entre los vitores de la multitud reunida para presenciar de cerca su ascenso y caída. El globo tiene la particularidad de no contar con una barquilla o cesta como tal, sino una plataforma dotada de una especie de columpio al que va enganchado el paracaídas del acróbata, siendo este su único tripulante. Cuando el acróbata salta, este enganche despliega el paracaídas y a la vez libera el humo del globo para que caiga en las inmediaciones. Cuando el viento es favorable para alejarlo del núcleo de gente y que el globo caiga en una zona despejada, se sube al columpio y todos los amarres son soltados.
En ese momento, lo habitual es que el público aplauda y vitoree al acróbata viéndolo ascender, pero lo que se encuentra en esta ocasión el protagonista es un absoluto silencio y caras de asombro, en lugar de gritos y alegría. No tarda mucho en darse cuenta del porqué. En el momento de soltar los amarres, un niño de unos ocho años, emocionado por lo que estaba viendo y quizá queriendo participar de algún modo, se ha separado del público corriendo hacia el globo y se ha agarrado a una de las cuerdas sueltas. Ahora el globo se eleva, sin contacto con el suelo, llevándose al niño con él durante el poco tiempo que le aguanten las fuerzas.
El narrador no puede hacer nada por él. No tiene control sobre el globo, y no puede moverse de su columpio sin quitarse el paracaídas para tratar de agarrar al niño, puesto que si lo hace con él puesto liberará la válvula que deshincha el globo y este caerá rápidamente contra el suelo. Lo único que puede hacer en esas circunstancias, es tratar de distraer al chiquillo hasta que el escaso calor del humo que llena la bolsa del globo se disipe y el globo descienda lentamente.
Así que empieza a hablarle como si no pasara nada. Le propone ser parte del espectáculo, y le habla de cuanto dinero puede ganar dedicándose a eso. Al principio logra que el niño se olvide del vacío bajo sus pies durante unos instantes, pero enseguida empieza a llorar otra vez y a malgastar sus escasas fuerzas agitándose y pataleando. El narrador pasa entonces a quejarse él también, a amenazarle, y a decir que ha decidido no saltar hoy, lo cual llena al muchacho de indignación.
Tras lo que parece una eternidad pero en realidad es un vuelo de unos pocos minutos, el globo se enfría y desciende poco a poco hasta tomar tierra. En cuanto lo hace, el hombre baja del columpio hecho una furia y le da una tremenda paliza al niño por el mal rato que le ha hecho pasar, y para que aprenda a ser más responsable en el futuro.
Los osos de cara pelada. En esta ocasión el narrador es un solitario buscador de oro que tiene su concesión en las montañas de Yukón (Canadá). Mientras deambula por ellas se topa con uno de los osos autóctonos, a los que se conoce como osos de cara pelada.
Anteriormente ha tenido encuentros con los osos pardos de las laderas, que son una variedad tímida y rehúye al hombre. Pensando que estos otros osos van a ser igual que aquellos, al ver al oso se lanza hacia él gritando y levantando los brazos, creyendo que el animal va a darse la vuelta y huir despavorido.
La sonrisa se le borra de la cara cuando ve que el oso no solo no huye, sino que sigue acercándose a él. Enfurecido, el hombre le grita y gesticula más al oso, agitando su sombrero prácticamente en el hocico del animal. Cuando el oso se cabrea y se le echa encima, el hombre pierde el sombrero (y la dignidad) y empieza a correr colina abajo tratando de dejarlo atrás. Para retrasar al oso, le arroja unos bizcochos de levadura y unos pedazos de tocino que llevaba en un bolsillo, como desayuno. El oso se detiene a comer, y el hombre sigue corriendo hasta encontrarse de frente con otro oso que corre directo hacia él. desesperado, el hombre se arroja entre unos arbustos, rueda sobre piedras, se tropieza con todas las raíces del mundo, se golpea con toda rama existente, y finalmente cae sobre otro hombre. Este se hallaba allí escondido del segundo oso, que iba persiguiéndole a él.
Tras esconderse un buen rato, los dos hombres deciden volver juntos al pueblo, comprar un par de fusiles, y buscar a los osos para matarlos. Pero no es necesario. Cuando vuelven por el sendero en el que se encontraron con los osos, ven que ambos están muertos. El que perseguía el primer hombre y el que perseguía al segundo se han encontrado en el camino, y se han matado uno al otro antes de cederse el paso. ¡Así de feroces son los osos de cara pelada!
Admito que no se nada sobre globos aerostáticos y mucho menos sobre osos, pero dudo que (en comparación con sus respectivos tamaños) los osos de cara pelada sean más feroces que este gatín asesino.
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Cuentos de aventuras. 1972 (fecha de la recopilación). Jack London [John Griffith] (texto) Fernando Alcázar (portada) Libro Joven de Bolsillo nº 37, Editorial Doncel.
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