Comunicado del Supervisor General.
El pasado día 2, la úlcera que tenía el gatín en su ojo enfermo se abrió y tuvimos que llevarlo a toda prisa al veterinario, con el ojo lleno de sangre. A pesar de estar dándole dos medicamentos, uno ingerido y otro tópico, la infección que ya tenía en el ojo cuando lo recogimos ha empeorado y es necesario extirparlo entero.
Aún tiene algo menos de cuatro meses, demasiado pequeño para resistir bien la anestesia general, así que van a retrasar la operación un mes más. Tocamos madera y cruzamos dedos, zarpas y/o tentáculos a ver como termina todo.
En otro orden de cosas, pero también relacionado con lo primero, hemos tenido ocasión de terminar el libro Cuentos de aventuras mientras le hacíamos compañía al gatito. Las historias que añadimos a las ya leídas son:
En la bahía de Yeddo. El protagonista de este relato breve y de carácter más bien cómico es Alf Davis, un marinero norteamericano que disfruta de un día de permiso en un puerto chino. Lo de “disfrutar” es un decir, pues es un puerto pequeño y sórdido en el que sus únicas opciones son malgastar su sueldo en alcohol y compañías femeninas de dudosa virtud. Y el último bote de su goleta dispuesto para hacer trasbordo a los marineros ya abandonado el puerto, así que tiene que costearse el viaje a bordo él mismo, pagando a alguno de los pescadores locales. El problema llega cuando se dispone a pagar sus últimos tragos y descubre que su dinero a desaparecido, robado de su bolsillo en algún callejón. La mayor parte de la población local únicamente sabe decir en inglés “Pague ahora” y esa es la respuesta que Alf obtiene de cada chino con el que habla.
Milagrosamente, rascando cada monedita perdida del fondo de sus bolsillos logra reunir lo suficiente para saldar su cuenta en el bar y evitar que lo linchen. Pero ahora tiene el problema de estar sin dinero en un puerto extranjero donde nadie entiende su negativa al “pague ahora”. Intenta explicarle a uno de los barqueros que tiene más dinero en el barco y que le pagará tan pronto como llegue, pero este se muestra intransigente y no sale del “Pague ahora”… salvo para presentarle algunas opciones. El barquero le pide su camisa, lo cual enfurece a Alf. Es una camisa nueva de dos dólares, cuando el precio habitual de llevarlo a bordo es de diez yenes (seis centavos). Alf se aleja del barquero, pero este le sigue insistentemente reclamando su camisa. A este se van uniendo más y más ofreciéndose a llevarle a cambio de su gorra o sus zapatos. De pedirlos pasan a exigirlos y luego a intentar robárselos, y Alf se ve de pronto defendiéndose a puñetazos de los barqueros chinos.
Logra zafarse de ellos y corre hasta la caseta de lo único que los barqueros temen: la policía del puerto. Allí explica su situación a un guardia de servicio y le pide que lo lleven ellos hasta su barco. El guardia también se niega a hacerlo, alegando que las barcas de la policía no están para eso. Finalmente Alf se harta de todo y, mandando al cuerno a los policías, se lanza al agua y nada en la oscuridad casi total de la noche hasta su barco.
Al día siguiente le apetece bajar a puerto otra vez y sube a una de las barcas de pescadores que se agolpan junto a la goleta para trasbordar marineros a tierra. Cuando se dispone a pagar los diez yenes de rigor, el barquero se niega a aceptarlos. El haberle estado gritando ayer a los policías del puerto lo ha convertido en una especie de héroe para los barqueros, y ahora todos consideran un honor ser ellos los que lo lleven y traigan del puerto.
¿A quien le interesa vivir? La siguiente historia está ambientada durante la revolución mexicana de 1910. En medio de las facciones enfrentadas, un grupo de gringos trata de sobrevivir como buenamente pueden. Los trabajadores mexicanos de las plantaciones y fábricas gestionadas por extranjeros están aprovechando la confusión reinante para asesinar a sus jefes y quedarse con los negocios. Básicamente, todo gringo está siendo fusilado alegando espionaje o cualquier delito que los revolucionarios se inventen sobre la marcha.
Los protagonistas principales son Davis y Wemple. Ambos están fuertemente armados en su granja defendiéndose de trabajadores que hasta no hace mucho estaban encantados con el espléndido sueldo que recibían de ellos. Ahora esos mismos agradecidos trabajadores han razonado que prefieren matarlos y robárselo todo que trabajar para ganarlo. Aunque podrían resistir algún tiempo en previsión de que la cosa se calme un poco, Davis y Wemple han decidido salir para hacer un viaje de ida de cincuenta millas, y quizá otras tantas de vuelta, si no encuentran mientras tanto un lugar más seguro en el que quedarse. El motivo de esta decisión es una dama, Beth Drexel, de la que ambos están enamorados. A pesar que los dos la pretenden, acuerdan que la prioridad es ponerla a salvo y que no van a perder el tiempo compitiendo para seducirla. La recogerán de su granja, si es posible la llevarán a la relativa seguridad de Tampico (donde hay estacionadas tropas norteamericanas y un gran grupo de civiles refugiados) y de no poder llegar a Tampico regresarán a su propia granja.
A ellos se van uniendo otros que encuentran por el camino. Uno va en busca de un amigo al que quiere salvar. Otro, en busca de un enemigo al que quiere matar. Cada uno a lo suyo pero todos en la misma dirección, aprovechan la oscuridad de la noche y la confusión reinante para deslizarse por un rio en un destartalado bote a motor, el Chill II (“chill” es una expresión inglesa equivalente al tranqui, colega español).
Avanzan tanto como pueden con el Chill II mientras que desde las orillas, revolucionarios borrachos disparan sus fusiles contra el sonido del motor, no pudiendo ver el bote en la oscuridad reinante. De algún modo logran llegar hasta la granja del padre de Beth tras abandonar el bote y andar un buen rato. Cuando llegan a su objetivo comunican a la familia su plan de ir a Tampico. En ningún momento hacen la más mínima referencia a sus sentimientos hacia Beth, puesto que no están allí para eso. Como dificultad adicional, además de Beth, su padre y los sirvientes leales, deben llevarse con ellos a Marta Morgan, una mujer inválida.
En una de las plantaciones apresuradamente abandonadas por las que pasan encuentran uno de los escasos y modernos automóviles, toda una rareza en esa época. Amontonados en él como buenamente pueden y pisando a fondo (50 km/h) el grupo logra avanzar sobre caminos de tierra y fango, atascándose continuamente, hasta llegar a Tampico. Alguno del grupo muere por el camino, alcanzado por una bala (siempre hay que asumir que se van a sufrir daños en este tipo de asuntos) pero Davis y Wemple cumplen el objetivo que se habían propuesto.
Algo que encuentro extraordinario en este relato, es que el autor consigue que entendamos, sin explicárnoslo, por que los dos hombres estaban enamorados de Beth Drexel. En lugar de contárnoslo, nos lo muestra. De Beth solo nos dice que es morena y de piel oscura (probablemente de madre mexicana o india) pero su carácter alegre y su valor están patentes en todo momento pese al constante peligro. En una de las ocasiones en que el coche se atasca y los hombres se sacan sus chaquetas para colocarlas bajo la rueda y que esta no resbale en el bache, Beth añade su falda al fardo de telas para lograr más agarre. Y cuando todos agachan las cabezas al oír silbar las balas de los revolucionarios, Beth alza la suya para empuñar un fusil, porque ve que Davis y Wemple también lo están haciendo. Y el relato termina sin que sepamos si ella amaba a alguno de los dos, porque recordemos que cuando decidimos acompañar al grupo en su viaje (leyendo esta historia) nuestra misión no era aclarar este punto, sino ir a buscar a Beth para ponerla a salvo.
¡Adiós, Juan! Pasamos ahora a Hawái, y a Juan Kersdale, un acomodado comerciante de la isla con negocios en el caucho, azúcar, café y ganado. A eso añadimos el ser guapo, joven, deportista, instruido, inteligente, y todo lo bueno que se le pueda añadir, al gusto de cada uno y cada una. Nadie se explica como un buen partido como Juan permanece soltero y sin compromiso conocido en un lugar en el que las bellezas abundan. Pero este no es nuestro protagonista. El narrador es un recién llegado a la isla que se ha interesado por la colonia de leprosos de la cercana isla Molokai, convertida en lazareto para ir acumulando allí a los afectados por esta terrible dolencia.
En sus conversaciones con Juan, éste le habla de Molokai como poco menos que un paraíso, queriendo desterrar de la mente del recién llegado cualquier idea preconcebida que pueda tener sobre las leproserías. Le explica que nunca ha estado en la isla lazareto, pero por lo que él sabe, el nivel de vida y cuidados del que los leprosos disfrutan es superior al que tienen el común de los nativos en la propia Hawái, hasta el punto que hay quien finge ser leproso para ser trasladado allí.
Ante el interés del narrador por el tema, Juan lo lleva hasta el puerto uno de los días en que van a embarcar a un nuevo lote de leprosos hacia Molokai, unas cuarenta personas entre las que hay incluso niños muy pequeños. Sus familiares están allí para despedirlos, pero no hay besos ni abrazos pues todo contacto directo debe evitarse. Juan le presenta a varios doctores que están supervisando el embarque. Uno de ellos, McWeigh, empieza a explicarle cosas y sin darse cuenta se van apartando del grupo mientras Juan se queda atrás hablando de negocios y política con el resto.
McWeigh le comenta al narrador algunos casos especialmente desafortunados. Entre ellos está el de Lucía Mukunui, una nativa que es en si misma el motivo por el que se dice que “El oro de Hawái es su carne”. Lucía es una muchacha de belleza sin par, amable, agradable, con una voz celestial. Muchos hombres importantes le han propuesto matrimonio, pero ella siempre los ha rechazado a todos, pese a que no se le conoce compromiso previo. Su contagio es muy reciente y la enfermedad aún no ha alterado su extraordinario porte.
El narrador se queda contemplando todo el drama del embarque de los leprosos, entre ellos el de la bella Lucía. Cuando ya todos están a bordo y se sueltan las maromas del amarre, cuando ya no hay vuelta atrás posible, Lucía se destaca en cubierta y grita a pleno pulmón con una voz triste y desgarrada -¡Adiós, Juan!
Al oír aquella voz, Juan Kersdale se vuelve hacia el barco, olvidándose de la gente con la que estaba hablando, y su semblante palidece al descubrir a Lucía asomada a la borda. Viendo su rostro, repentinamente deformado por el espanto, el narrador lo entiende todo. Entiende por qué tanto Juan como Lucía seguían solteros, y entiende que el idílico paisaje que éste le describió cuando le hablaba de Molokai no eran más que mentiras creadas para tranquilizar a los nativos que veían partir a sus familiares enfermos.
Mil docenas de huevos. David Rasmunsen es el típico héroe de Jack London, esforzado y comprometido con sus objetivos más allá de la cordura. Tiene una pequeña casita hipotecada en algún lado de la extensa planicie que ha día de hoy es San Francisco, donde le espera una abnegada y fiel esposa. David está haciendo un viaje inverosímil, hasta Klondike. Un viaje de algo más de un mes a través de montes y páramos congelados, transportando doce mil huevos de gallina.
¿Por qué? Porque el Klondike es una región muy aislada, de muy difícil acceso, y de gente muy rica que no tienen en que gastar el dinero. Klondike es una zona de buscadores de oro que llevan tanto oro en polvo adherido a la ropa que se lo sacuden con desagrado como quien se sacude el polvo del camino. La región es tan estéril y remota que su alimentación de los buscadores generalmente se reduce a tiras de cuero de caballo o mula, y estarán dispuestos a pagar mucho por un pequeño manjar como un huevo fresco.
Un viajero llegado recientemente del Klondike le contó a David que los huevos de gallina se estaban pagando allí a cinco dólares la docena. En donde vive David, la docena de huevos cuesta quince centavos. Mil docenas de huevos, a un coste total de ciento cincuenta dólares en su punto de partida, valdrán cinco mil dólares en polvo de oro en su punto de destino. Pongamos cuatro mil descontando gastos de viaje en el peor de los casos. Cuatro mil dólares ganados en dos meses, uno de ida y otro de vuelta, son una fortuna comparada con los cien dólares al mes que está ganando ahora. Bastará para deshipotecar su casa, ampliarla, y darle a su mujer la buena vida que a entender de David ella se merece.
Tras adquirir y embalar cuidadosamente los huevos, David inicia su viaje. Los imprevistos se van sucediendo, consumiendo rápidamente la reserva de dinero que llevó con él para cubrir los gastos de viaje. Los porteadores que contrata para una parte del viaje cobran más de lo esperado y le abandonan a mitad del camino, largándose con el dinero recibido. Otra parte del camino debe hacerla en un bote de vela, pero cuando llega al lugar resulta que el precio de los botes es mucho mayor del que le habían contado. Hay una larga lista de espera para obtenerlos, porque los carpinteros locales los hacen a demanda en lugar de tener una reserva de ellos para vender. A fin de acelerar lo máximo posible su viaje, David compra un bote que ya estaba terminado pagándolo al doble de su coste, para que se lo entreguen a él en lugar de a la persona que lo encargó.
A esto van sucediendo toda otra serie de contratiempos. Todo el relato, en realidad, es una sucesión de desgracias que David resiste y supera como mejor puede, pero también va encontrando alicientes, en forma de viajeros que regresan ahora del Klondike. Cada uno se queja de la mortal falta de alimentos que hay allá, puesto que casi ningún transporte de suministros logra llegar. Los precios están disparados, y los huevos de gallina se pagan ya a un dólar la unidad. Sus ciento cincuenta dólares en huevos, que pretendía vender por cinco mil, valen ahora doce mil. Animado por esta noticia, David prosigue incansable un viaje mucho más largo, costoso y duro de lo esperado que lo está arruinando física y económicamente.
En la última etapa del viaje adquiere trineos para la nieve, perros y ayudantes indios. El ritmo que les impone a unos y otros es tal que agota a los perros hasta matar a muchos de ellos, y espanta a los endurecidos y casi incansables indios, que terminan huyendo aterrados del blanco loco. Cuando llega al Klondike tiene un pie congelado y condenado a la amputación y es casi un esqueleto viviente. Ha perdido la capacidad de pensar y razonar, y solo el instinto le ha hecho seguir adelante, convertido en una maquina biológica sin mas objetivo que llegar del punto A al punto B llevando la carga C.
Es recibido por una multitud de buscadores de oro con los estómagos vacíos. Pide un dólar y medio por cada huevo, y a los buscadores les falta tiempo para entregarle una bolsa tras otra de oro en polvo, casi peleándose por ser atendidos, por miedo a quedarse sin alguno. ¡Dieciocho mil dólares cuando los venda todos! Pero cuando empiezan a probarlos, los huevos resultan estar pasados. El largo viaje junto con las inclemencias y bruscos cambios de temperatura los han echado a perder. Su cargamento ya no vale nada, y la embotada mente de David ya no recuerda que en algún lugar hay una pequeña casita y una abnegada mujer esperándole, con la boca curvada en una triste y esperanzada sonrisa. La misma necesidad de sobrevivir a toda costa que le ha permitido ignorar las penurias, el frio y el dolor le ha bloqueado cualquier recuerdo que pudiera impulsarle a darse la vuelta y renunciar a su objetivo.
David suelta del trineo a los perros que han sobrevivido a la ordalía del viaje, les da de comer, y se ahorca de un madero con el mismo látigo que empleó para azuzarlos.
Las historias de aventuras de Jack London no siempre son agradables. Nos hemos acostumbrado demasiado a relacionar la palabra “aventura” con algo emocionante y trepidante, pero su significado original era el de una empresa arriesgada, potencialmente mortal. Estas historias cobran un significado especial cuando sabemos que el autor basó la mayor parte de ellas en sus propias experiencias como marinero, buscador de oro y granjero/ganadero, y que sus personajes son a menudo reflejos de sí mismo o de la gente que conoció, odió, amó y perdió a lo largo de su vida.
Puedes ver la reseña de los otros cuentos comentados de este libro pulsando aquí o de otro libro de este mismo autor pulsando aquí. El siguiente libro que leeremos haciéndole compañía a gatín será Paroxismos de terror, que suena bastante espantoso.
Cuentos de aventuras. 1972 (fecha de la recopilación). Jack London [John Griffith] (texto) Fernando Alcázar (portada) Libro Joven de Bolsillo nº 37. Editorial Doncel.
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