EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, vengativos lectores.
Continuamos con la historia que iniciamos en La reina de los caribes, segunda novela de la saga de El Corsario Negro. Recordareis que habíamos dejado a nuestros protagonistas habituales, acompañados de la india Yara, cruzando la selva mexicana, camino a Veracruz.
El tránsito por la
selva se lleva a cabo sin incidentes destacables, y entran en Veracruz sin
problemas. En esa época las colonias españolas eran los lugares más
cosmopolitas y variados del mundo, y Veracruz en particular era un importante
puerto comercial. La presencia de un grupo formado por un italiano, un alemán, un español, un africano y una india, aún cargados de armas, no
tenía nada de particular en las calles de una ciudad española.
Se alojan en un
mesón haciéndose pasar por amigos de Wan Guld. Esto, junto al hecho de gastar
generosamente su oro, hace que el mesonero les proporcione de buena gana toda
la información que necesitan saber. Esa misma noche acuden al palacete de la
marquesa de Bermejo, la amante de Wan Guld. Sorprenden a ambos en medio de la
cena, y Emilio desafía a Wan Guld a un duelo a muerte. También ruega a la
marquesa que se retire, pero esta es una autentica dama española y no se deja
amedrentar por los desconocidos. Abandona la sala durante el duelo, pero no
para huir.
Este es otro
detalle en el que Salgari se desmarcaba de la mayoría de escritores de su
época: ni sus héroes eran un perfecto dechado de virtudes, ni se demonizaba a
la totalidad de los enemigos del protagonista. Al igual que en El Corsario
Negro, Emilio de Roccanera encontraba un adversario noble y admirable entre
sus odiados enemigos, en la figura del duque de Lerma, aquí ocurre lo mismo en
la marquesa de Bermejo.
Wan Guld, en
cambio, sigue tan traidor y cobarde como siempre. Finge perder terreno ante las
estocadas de su adversario para retroceder hasta un punto muy concreto del
muro, y una vez allí escapa por una puerta secreta que bloquea tras cruzar.
Entretanto, la marquesa de Bermejo regresa con una pistola en una mano, un
pesado candelabro en la otra, y a la cabeza de un grupo de criados armados. Un
pelotón de soldados se presenta poco después. Se produce una breve y confusa
secuencia de combates en la que los piratas se deshacen de sus adversarios, y desarman
a la marquesa sin dañarla. La valiente Yara, sin embargo, recibe un disparo perdido en el
pecho y muere poco después.
En tanto que todo
esto tiene lugar, la flota pirata llega hasta Veracruz y ataca la ciudad,
tomándola sin demasiadas dificultades. El fuerte, en cambio, parece
inexpugnable. Emilio emplea su influencia entre los piratas para mantener a
salvo a la marquesa, y aunque esta no deja en ningún momento de defender a Wan
Guld, admite que el derecho a vengarse de Emilio es legítimo, una vez se entera
de toda la historia.
La marquesa le
revela también otra parte del rumor que corre por todo el Caribe sobre el
destino de Honorata. Se dice que una carabela española la recogió del mar. Más
tarde los restos naufragados de esta fueron vistos cerca de las costas de Florida,
en territorio caníbal. La remota posibilidad de que Honorata pueda estar aún
viva espolea de nuevo a Emilio, que actúa precipitadamente, como es costumbre
en él.
Los piratas atacan
el fuerte. Superan con creces a los defensores en número de hombres y cuentan
con la artillería de sus barcos como apoyo, pero el fuerte es una plaza
concienzudamente fortificada. Se desata una lucha infernal en la que los
piratas son masacrados con fuego de mosquetería y culebrinas cargadas con
metralla, hasta que estos recurren a traer curas y monjas de la ciudad ya
conquistada para usarlos como escudos humanos. Los
defensores vacilan ante esta treta, y los piratas obtienen ventaja en el tiempo que estos tardan en
reanudar el fuego. Tras un duro combate que deja el fuerte medio derruido, con cadáveres
de religiosos, soldados y piratas dispersos por todos lados, un reducido y
malherido grupo de defensores supervivientes claudica al fin.
Durante la lucha,
Emilio, Carmaux, y Moko han sido capturados, y subidos a bordo de un pequeño
barco que ha partido del fuerte por una ría. Solo Wan Stiller ha podido
regresar con la tripulación del Rayo, ahora bajo el mando de Morgan, el segundo
de Emilio.
Tras interrogar
por separado a varios prisioneros, determinan a donde se dirige el barco, y durante
tres días lo persiguen, tratando de darle alcance a través del estrecho de
Yucatán. Al fin logran interceptarlo y cortarle el paso casi a la entrada del puerto de Cárdenas,
en Cuba. El Rayo está mejor armado que su presa, el Alhambra, por lo que este
rehúye el combate. Sin embargo, una fragata amarrada en el puerto de Cárdenas se
percata de lo que ocurre y parte en persecución del Rayo. De este modo, el
Alhambra huye buscando otro puerto seguro en el que pueda entrar, perseguido
por el Rayo, perseguido a su vez por la fragata. Es más, sabiendo que la
fragata supera en potencia de fuego al Rayo, y que los piratas preferirán el
abordaje al combate artillado, el capitán del Alhambra se aleja de costa y pone
rumbo a una tormenta, pues el fuerte oleaje supondrá una dificultad adicional a
los piratas a la hora de abordarles.
Hábilmente
dirigido, el Rayo logra acortar distancias con el Alhambra, hasta dejarlo
dentro del alcance de sus cañones de proa. Unas cuantas descargas afortunadas
desarbolan el Alhambra, inmovilizándolo, y los piratas se lanzan al abordaje a
pesar de la tormenta, que se ha convertido ya en un huracán. El combate entre
piratas y españoles es tan feroz que la lluvia torrencial que cae sobre las
cubiertas a duras penas basta para lavar la sangre que se derrama sobre ellas.
Los piratas toman finalmente el Alhambra, liberan a Emilio y sus compañeros y
abandonan el barco a la deriva, virando el Rayo para enfrentarse a la fragata, que ya tienen casi encima.
La fragata no es
otra que el buque del propio Wan Guld, con el que huyó tras la toma de Veracruz.
La fuerza de la tormenta y el intercambio de cañonazos destrozan ambos barcos.
Los palos caen arrastrando al mar los aparejos, y a los gavieros con ellos.
Maderos y cuerpos revientan cuando el tremendo oleaje levanta los barcos, que
no cesan de dispararse uno al otro ni aún en las crestas de las olas, y los estrella de nuevo en el mar. Cuando los buques,
ya ingobernables y destrozados chocan uno con el otro, los
piratas pasan al abordaje al eterno grito de Emilio de –“¡Adelante, hombres del
mar!”.
Ambas
tripulaciones están ya prácticamente condenadas a muerte por la pérdida de sus
barcos en medio de la tormenta, por lo que se lanzan a luchar sin miramientos.
Wan Guld, enloquecido por el continuo acoso del Corsario Negro a lo largo de
los años, prende fuego a su propia santabárbara, volando su barco por los aires
y matándose a sí mismo y los hombres que le quedaban. Emilio ya corría hacia
Wan Guld al verle aparecer en cubierta, pero sus compañeros le salvan la vida
lanzándose contra él y cayendo todos por la borda. Desde el mar ven explotar a
la fragata, y la tormenta aleja de ellos al Rayo, desarbolado y envuelto en
llamas.
Los cuatro
supervivientes del desastre confeccionan una rudimentaria balsa con los
barriles, mástiles, tablones y cordajes flotantes. Y por segunda vez en su vida
adulta, el Corsario Negro llora, esta vez por la pérdida de su amada nave.
La corriente
arrastra a los náufragos hasta las costas de Florida, agotados y sin nada más
que cuchillos para defenderse de los nativos. Tras varios días malviviendo en
la jungla, son al fin capturados por una tribu de caníbales. Uno de ellos
chapurrea algo de español, y les comunica que van a ser sacrificados y
devorados en honor al genio del mar que protege su tribu.
Tras algunos intentos fallidos de escapar, y cuando su muerte
ya parece inevitable, son llevados ante el genio del mar. Es Honorata, vestida con un manto de plumas de aves exóticas y con una corona de oro ceñida a la cabeza. Los indios la vieron salir del mar en sus costas. Ya habían tenido contacto con
los hombres blancos, pero Honorata es la única mujer blanca que han visto, y
tomaron sus largos cabellos dorados y su piel extremadamente pálida por un
signo de divinidad. La han adorado desde entonces como a una reina, como un
amuleto de buena suerte.
Emilio y Honorata
se toman de la mano y corren a una playa cercana donde los nativos varan sus
barcas de pesca. Allí, con el mar como testigo, el mismo mar que se tragó los
cuerpos de sus hermanos y el del padre de Honorata, Emilio apela a todos ellos
para romper su juramento. Su palabra, su alma, su inextinguible sed de venganza…
nada de eso tiene ya valor. Está dispuesto a arriesgarse a una eternidad en el
infierno por romper su sagrada promesa, a cambio de la posibilidad de pasar
unos pocos años en el mundo de los vivos junto a la mujer que ama.
Al día siguiente,
cuando Wan Stiller, Carmaux y Moko, ahora elevados a huéspedes de honor de la
tribu, van en busca de Emilio y Honorata, hallan su cabaña vacía. En la playa,
la corona de oro yace abandonada sobre la arena, junto al puñal de Emilio. Y al contarlas, se echa en falta una de las barcas.
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La regina dei Caraibi.
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