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lunes, 27 de septiembre de 2021

LA VENGANZA DE WAN GULD (2ª parte de "La reina de los caribes")

 EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                                 ¡ALERTA DE EXPOILERZ!

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, vengativos lectores.

Continuamos con la historia que iniciamos en La reina de los caribes, segunda novela de la saga de El Corsario Negro. Recordareis que habíamos dejado a nuestros protagonistas habituales, acompañados de la india Yara, cruzando la selva mexicana, camino a Veracruz.

El tránsito por la selva se lleva a cabo sin incidentes destacables, y entran en Veracruz sin problemas. En esa época las colonias españolas eran los lugares más cosmopolitas y variados del mundo, y Veracruz en particular era un importante puerto comercial. La presencia de un grupo formado por un italiano, un alemán, un español, un africano y una india, aún cargados de armas, no tenía nada de particular en las calles de una ciudad española.

Se alojan en un mesón haciéndose pasar por amigos de Wan Guld. Esto, junto al hecho de gastar generosamente su oro, hace que el mesonero les proporcione de buena gana toda la información que necesitan saber. Esa misma noche acuden al palacete de la marquesa de Bermejo, la amante de Wan Guld. Sorprenden a ambos en medio de la cena, y Emilio desafía a Wan Guld a un duelo a muerte. También ruega a la marquesa que se retire, pero esta es una autentica dama española y no se deja amedrentar por los desconocidos. Abandona la sala durante el duelo, pero no para huir.

Este es otro detalle en el que Salgari se desmarcaba de la mayoría de escritores de su época: ni sus héroes eran un perfecto dechado de virtudes, ni se demonizaba a la totalidad de los enemigos del protagonista. Al igual que en El Corsario Negro, Emilio de Roccanera encontraba un adversario noble y admirable entre sus odiados enemigos, en la figura del duque de Lerma, aquí ocurre lo mismo en la marquesa de Bermejo.

Wan Guld, en cambio, sigue tan traidor y cobarde como siempre. Finge perder terreno ante las estocadas de su adversario para retroceder hasta un punto muy concreto del muro, y una vez allí escapa por una puerta secreta que bloquea tras cruzar. Entretanto, la marquesa de Bermejo regresa con una pistola en una mano, un pesado candelabro en la otra, y a la cabeza de un grupo de criados armados. Un pelotón de soldados se presenta poco después. Se produce una breve y confusa secuencia de combates en la que los piratas se deshacen de sus adversarios, y desarman a la marquesa sin dañarla. La valiente Yara, sin embargo, recibe un disparo perdido en el pecho y muere poco después.

En tanto que todo esto tiene lugar, la flota pirata llega hasta Veracruz y ataca la ciudad, tomándola sin demasiadas dificultades. El fuerte, en cambio, parece inexpugnable. Emilio emplea su influencia entre los piratas para mantener a salvo a la marquesa, y aunque esta no deja en ningún momento de defender a Wan Guld, admite que el derecho a vengarse de Emilio es legítimo, una vez se entera de toda la historia.

La marquesa le revela también otra parte del rumor que corre por todo el Caribe sobre el destino de Honorata. Se dice que una carabela española la recogió del mar. Más tarde los restos naufragados de esta fueron vistos cerca de las costas de Florida, en territorio caníbal. La remota posibilidad de que Honorata pueda estar aún viva espolea de nuevo a Emilio, que actúa precipitadamente, como es costumbre en él.

Los piratas atacan el fuerte. Superan con creces a los defensores en número de hombres y cuentan con la artillería de sus barcos como apoyo, pero el fuerte es una plaza concienzudamente fortificada. Se desata una lucha infernal en la que los piratas son masacrados con fuego de mosquetería y culebrinas cargadas con metralla, hasta que estos recurren a traer curas y monjas de la ciudad ya conquistada para usarlos como escudos humanos. Los defensores vacilan ante esta treta, y los piratas obtienen ventaja en el tiempo que estos tardan en reanudar el fuego. Tras un duro combate que deja el fuerte medio derruido, con cadáveres de religiosos, soldados y piratas dispersos por todos lados, un reducido y malherido grupo de defensores supervivientes claudica al fin.

Durante la lucha, Emilio, Carmaux, y Moko han sido capturados, y subidos a bordo de un pequeño barco que ha partido del fuerte por una ría. Solo Wan Stiller ha podido regresar con la tripulación del Rayo, ahora bajo el mando de Morgan, el segundo de Emilio.

Tras interrogar por separado a varios prisioneros, determinan a donde se dirige el barco, y durante tres días lo persiguen, tratando de darle alcance a través del estrecho de Yucatán. Al fin logran interceptarlo y cortarle el paso casi a la entrada del puerto de Cárdenas, en Cuba. El Rayo está mejor armado que su presa, el Alhambra, por lo que este rehúye el combate. Sin embargo, una fragata amarrada en el puerto de Cárdenas se percata de lo que ocurre y parte en persecución del Rayo. De este modo, el Alhambra huye buscando otro puerto seguro en el que pueda entrar, perseguido por el Rayo, perseguido a su vez por la fragata. Es más, sabiendo que la fragata supera en potencia de fuego al Rayo, y que los piratas preferirán el abordaje al combate artillado, el capitán del Alhambra se aleja de costa y pone rumbo a una tormenta, pues el fuerte oleaje supondrá una dificultad adicional a los piratas a la hora de abordarles.

Hábilmente dirigido, el Rayo logra acortar distancias con el Alhambra, hasta dejarlo dentro del alcance de sus cañones de proa. Unas cuantas descargas afortunadas desarbolan el Alhambra, inmovilizándolo, y los piratas se lanzan al abordaje a pesar de la tormenta, que se ha convertido ya en un huracán. El combate entre piratas y españoles es tan feroz que la lluvia torrencial que cae sobre las cubiertas a duras penas basta para lavar la sangre que se derrama sobre ellas. Los piratas toman finalmente el Alhambra, liberan a Emilio y sus compañeros y abandonan el barco a la deriva, virando el Rayo para enfrentarse a la fragata, que ya tienen casi encima.

La fragata no es otra que el buque del propio Wan Guld, con el que huyó tras la toma de Veracruz. La fuerza de la tormenta y el intercambio de cañonazos destrozan ambos barcos. Los palos caen arrastrando al mar los aparejos, y a los gavieros con ellos. Maderos y cuerpos revientan cuando el tremendo oleaje levanta los barcos, que no cesan de dispararse uno al otro ni aún en las crestas de las olas, y los estrella de nuevo en el mar. Cuando los buques, ya ingobernables y destrozados chocan uno con el otro, los piratas pasan al abordaje al eterno grito de Emilio de –“¡Adelante, hombres del mar!”.

Ambas tripulaciones están ya prácticamente condenadas a muerte por la pérdida de sus barcos en medio de la tormenta, por lo que se lanzan a luchar sin miramientos. Wan Guld, enloquecido por el continuo acoso del Corsario Negro a lo largo de los años, prende fuego a su propia santabárbara, volando su barco por los aires y matándose a sí mismo y los hombres que le quedaban. Emilio ya corría hacia Wan Guld al verle aparecer en cubierta, pero sus compañeros le salvan la vida lanzándose contra él y cayendo todos por la borda. Desde el mar ven explotar a la fragata, y la tormenta aleja de ellos al Rayo, desarbolado y envuelto en llamas.

Los cuatro supervivientes del desastre confeccionan una rudimentaria balsa con los barriles, mástiles, tablones y cordajes flotantes. Y por segunda vez en su vida adulta, el Corsario Negro llora, esta vez por la pérdida de su amada nave.   

La corriente arrastra a los náufragos hasta las costas de Florida, agotados y sin nada más que cuchillos para defenderse de los nativos. Tras varios días malviviendo en la jungla, son al fin capturados por una tribu de caníbales. Uno de ellos chapurrea algo de español, y les comunica que van a ser sacrificados y devorados en honor al genio del mar que protege su tribu.

Tras algunos intentos fallidos de escapar, y cuando su muerte ya parece inevitable, son llevados ante el genio del mar. Es Honorata, vestida con un manto de plumas de aves exóticas y con una corona de oro ceñida a la cabeza. Los indios la vieron salir del mar en sus costas. Ya habían tenido contacto con los hombres blancos, pero Honorata es la única mujer blanca que han visto, y tomaron sus largos cabellos dorados y su piel extremadamente pálida por un signo de divinidad. La han adorado desde entonces como a una reina, como un amuleto de buena suerte.

Emilio y Honorata se toman de la mano y corren a una playa cercana donde los nativos varan sus barcas de pesca. Allí, con el mar como testigo, el mismo mar que se tragó los cuerpos de sus hermanos y el del padre de Honorata, Emilio apela a todos ellos para romper su juramento. Su palabra, su alma, su inextinguible sed de venganza… nada de eso tiene ya valor. Está dispuesto a arriesgarse a una eternidad en el infierno por romper su sagrada promesa, a cambio de la posibilidad de pasar unos pocos años en el mundo de los vivos junto a la mujer que ama.

Al día siguiente, cuando Wan Stiller, Carmaux y Moko, ahora elevados a huéspedes de honor de la tribu, van en busca de Emilio y Honorata, hallan su cabaña vacía. En la playa, la corona de oro yace abandonada sobre la arena, junto al puñal de Emilio. Y al contarlas, se echa en falta una de las barcas. 

Puedes ver otro libro de este autor pulsando aquí.

La regina dei Caraibi1901. Emilio Carlo Giuseppe Maria Salgari. Colección Emilio Salgari nº 30. Edición de 1987 de Obris S.A.

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