Comunicado del Supervisor General.
Aprovechamos que el gatín estaba especialmente somnoliento tras su ágape para terminar con los últimos once relatos de este libro. Parecen muchos teniendo en cuenta que anteriormente hemos estado leyendo tres o cuatro al día, pero esto se debe a que hacia al final se han acumulado la mayoría de los más cortos, de un par de páginas como mucho. Los identificaréis rápidamente porque esos los he resumido en uno o dos párrafos cada uno.
Demasiado tiempo esperando: una historia clásica de la que el autor nos cuenta su propia versión. Un hombre llamado Rodrigo despierta en el dormitorio de su casa. Está algo confuso al principio, puesto que ha pasado algo más de dos años hospitalizado debido a un grave accidente de tráfico en el que quedó en coma. Tras salir del coma y un periodo de observación y recuperación, se despierta al fin en su propia casa.
Todavía algo confuso por el cambio de situación sale del dormitorio y entra al salón… donde se encuentra a un completo desconocido fumando en su sofá. No es el único, porque hay otro extraño deambulando por su casa. La casa fuera de su dormitorio, además, está llena de basura por todos lados, de platos sucios apilados con restos de comida que se han convertido en hervideros de larvas y moscas. Es una autentica pocilga, cual guarida de okupas, y eso es lo que en principio parecen ser los desconocidos que se han instalado en su hogar.
Estos, sin embargo, le hablan con familiaridad, como si fueran viejos conocidos. Sus respuestas cuando Rodrigo les exige explicaciones son evasivas, dando rodeos sin cesar, hasta que tras mucho hacerse de rogar se deciden a hablar.
En realidad Rodrigo no ha llegado a salir del coma. Está empezando a hacerlo ahora, pero aún le queda camino por recorrer. Los dos desconocidos, que son representaciones que su mente ha creado para tratar de hacerle entender esto, le dicen que ya va siendo hora de despertar porque su mujer, Rosa, sigue esperando por él.
Creo que el hecho de que solo su dormitorio esté limpio mientras el resto de la casa sea una pocilga es también un reflejo de esto. Ha “recuperado” una habitación de su casa, digamos que una porción de su mente, e irá recuperando el resto a medida que su conciencia vaya atravesando las densas capas del coma hasta despertar. Es, como decía al principio un historia muy clásica. Seguro que conocéis otras similares, sobre alguien que se ve involucrado en situaciones extrañas que lo llevan a descubrir que está muerto o en coma, porque es algo que no va a aceptar de forma consciente y debe ir primero sospechándolo y luego descubriéndolo por sí mismo.
Cuatro escalones: un hombre cuyo nombre no llegamos a saber está reparando un escalón de su casa. Mientras está en ello, el escalón abre un par de ojos y se lo queda mirando. El hombre se asusta y cae rodando por la corta escalera, rompiendo un juguete que su hija se había dejado por ahí. Cuando vuelve a mirar, los ojos ya no están.
Testigo: Jorge lleva un par de días en otra ciudad. Solo sabemos de él que está ahí para testificar contra alguien. La única persona con la que ha llegado a cruzar más que un par de palabras es Jeremías, el tipo de la puerta de al lado de la pensión en la que está durmiendo.
Jorge sale a dar una vuelta, aunque parece aterrado por la idea de que le maten para evitar que testifique. En la calle se encuentra con Jeremías y se van juntos a comer a algún sitio. Cuando se meten en un callejón camino a una pizzería, Jeremías saca una pistola y le vuela la cabeza a Jorge. Otra historia que no me cuenta nada.
Despídete: Lorena se encuentra picoteando algo en una cafetería, y mientras lo hace fantasea con que un par de chicos jóvenes y guapos le sonríen y la miran de arriba abajo. Cuando vuelve a la realidad vemos que está sola en la cafetería y tiene ante sí una tostada a medio comer, un café ya frio, y una foto de cuando ella era pequeña en la que aparece junto a su padre.
Se nos da a entender (o eso entendí yo, al menos) que su padre está muriendo y ella iba de camino a despedirse de él, pero entró en la cafetería solo para hacer tiempo, sin decidirse a verle en sus últimos momentos. Digo de esta lo mismo que de la anterior, y os recuerdo que este libro se anuncia en la contraportada como de relatos sobrenaturales.
Lectura obligada: otro relato brevísimo en el que nos describe como una mujer graba a punta de bisturí la palabra “violador” por todo el cuerpo de un hombre al que tiene encerrado en su sótano, y al que también ha castrado.
No se nos aclara si el hombre es culpable o no de aquello de lo que ella lo acusa, pero la mujer parece creer sinceramente que lo es.
Aniversario: una pareja está celebrando su aniversario de boda. Tras brindar, la mujer le dice al hombre que puso veneno en su vino, y a continuación el hombre le dice que cambió las copas, y la que estaba envenenada se la ha bebido ella.
Cáscara: Rodolfo es un anciano científico que ha dedicado más de treinta años de su vida a lograr un solo propósito; la inmortalidad. Los últimos cinco los ha centrado en una investigación muy específica que por fin parece haber dado sus frutos.
En su laboratorio cuenta con tres chimpancés con los que se le ha dado permiso para experimentar. A uno de ellos le implantan en una mano tejido TCR (Transmisor de Conciencia Reversible), que es en lo que se base el experimento de Rodolfo. En teoría, cuando el chimpancé toque siquiera a otro ser vivo con el tejido TCR, transmitirá su mente, conciencia, personalidad y recuerdos al cerebro del otro, borrando y sustituyendo por completo a los originales. Sin embargo, pocas horas antes de que lleven a cabo la prueba final de juntar a este chimpancé con otro para ver que ocurre, el chimpancé con el TCR implantado parece volverse loco y se arranca su propio antebrazo en un aparente intento de deshacerse del implante. El chimpancé se destroza a sí mismo en el proceso hasta tal punto que el personal de seguridad lo mata de un tiro.
Al día siguiente, Ana, la esposa de Rodolfo, llega a visitarlo al laboratorio. Este le muestra el prototipo de TCR que está en desarrollo para uso humano, para que una persona pueda prolongar indefinidamente su vida ocupando el cuerpo de otra (¿de verdad nadie del equipo ve ninguna clase de traba moral o legal en esto?) mediante el simple toque. Se trata de un guante de malla que se coloca cubriendo la mano y replica la función del implante TCR. Mientras le muestra el artefacto y le explica su uso, alguien de su equipo lo requiere en otro lugar y Rodolfo se marcha, dejando a su mujer sola en su laboratorio privado, con el guante-prototipo a su alcance.
Ana, intrigada por la posibilidad de recuperar la juventud (no su juventud, pero sí la juventud de alguien, al menos) se coloca el guante solo por ver como le queda. Viéndola sola en el laboratorio, otro investigador le propone acompañarla a donde se encuentra su marido, que en ese momento está en la jaula de los chimpancés, socializando con ellos.
Ana es conducida a la jaula donde se sienta junto a Rodolfo y los dos chimpancés que quedan. Estos empiezan a examinarla con curiosidad y finalmente se deciden a abrazarla. Y naturalmente, Ana abraza a uno de ellos sin recordar que lleva el guante puesto, o quizá sin saber que era un prototipo ya terminado y funcional. Su conciencia es transferida al mono mientras su propio cerebro queda vacío, convirtiendo su cuerpo en un cascarón viviente. Rodolfo cubre con su cuerpo el de Ana, por instinto, pese que a que cuando ve el guante en su mano comprende que ahora la mente de Ana está en el cuerpo de uno de los chimpancés. El chimpancé receptor se ha desmayado por el borrado de su cerebro y la grabación forzada de recuerdos y personalidad de Ana. El otro simio, sin saber que está pasando pero notando que algo va terriblemente mal, reacciona saltando por la jaula y golpeando suelo y barrotes mientras grita enfurecido.
El guardia de seguridad, atento siempre a reaccionar ante cualquier arranque violento por parte de los simios, empuña su fusil y cose a tiros a los dos chimpancés, creyendo estar protegiendo a los humanos. En realidad, está matando los cuerpos de los dos primates pero solo la mente de uno, ya que la mente de Ana, transferida por completo, ocupa el cuerpo del otro.
Un tanto previsible (desde el momento en que Ana va hacia la jaula de los simios con el guante puesto ya sabemos lo que va a pasar) pero bastante bien. Hay algunas cosas que pueden parecer fallos al principio, como que el guardia que vigila a los simios emplee munición real en lugar de dardos narcóticos. O que Rodolfo tenga acceso a un guante TCR ya funcional y se lo pueda entregar a alguien ajeno al proyecto, sin implementar ningún protocolo de seguridad. Pero son de esas convenciones que hay que aceptar para que la historia funcione.
Compañía: Asier, el camarero de un bar, ve entrar en el local a una joven que empieza a beber sin medida, hecha un manojo de nervios. Entre lloros, ésta le cuenta que ha sorprendido a su novio engañándola con otra y que lo único que quiere es emborracharse, cuanto más rápido mejor.
Asier, en lugar de comportarse como un profesional y negarse a servirle a alguien en ese estado, la anima a seguir bebiendo al tiempo que la toma de la mano y se pone cariñoso con ella. Esta es otra de esas escenas, como la que ya vimos en La recuperación, en la que el autor presenta como loable la actitud de un personaje que a mi me resulta cuanto menos oportunista.
El bedel: un día cualquiera, sin nada de particular, el anónimo y anciano bedel de un colegio que curiosamente está situado frente al mar, empieza a barrer el porche y los escalones del edificio. Guiado al parecer por la demencia senil, continúa barriendo la carretera que separa al colegio de la playa. Luego barre la playa y se adentra en el mar tratando de barrer el agua, hasta ahogarse.
Trufo Tres sigue jugando: y por fin, ya en el penúltimo relato, encontramos uno en el que aparece un gato. Trufo Tres es un cachorro de gato recién adoptado, cuyos dueños acaban de comprar una casa. El narrador, cuyo nombre no llegamos a saber, está montando muebles e instalando aparatos mientras su mujer está fuera trabajando. Mientras el hombre va de un lado a otro de la casa trasteando con herramientas y el gatito juega a su alrededor, va dándose cuenta de detalles extraños. Un objeto que no es suyo ni le suena que pueda ser de su mujer, una selección de alimentos en la nevera que no se corresponde con la habitual, algunos de sus libros preferidos embutidos en cajas con la inscripción “para donar”, etc.
A pesar de todo, el hombre sigue a lo suyo, y el gatito hace lo mismo, jugando a su alrededor y más molestando que otra cosa. Finalmente llega el momento en que su mujer regresa a la casa, pero no lo hace sola. Su madre (y suegra del hombre) está con ella. En cuanto entran en la casa su mujer deja caer al suelo las bolsas de la compra que llevaba en las manos, rompiendo las botellas y esparciendo los comestibles del interior, y se hecha a llorar. Su madre se abraza a ella tratando de consolarla.
El hombre va hacia ambas, perplejo, tratando de entender lo que ocurre porque además ninguna de las dos parece ser capaz de verlo u oírlo. Al intentar unirse al abrazo, el hombre pasa a través de ellas, y luego ve impotente como las mujeres se marchan de la casa cerrando la puerta tras ellas. Solo Trufo parece ser capaz de verle y oírle, y el hombre comprende entonces que es un fantasma. En algún momento reciente que no recuerda debió morir, y su mente todavía no había asimilado este hecho.
Es otra variante de la historia clásica de “está muerto/en coma pero aún no se ha dado cuenta” que ya vimos en Demasiado tiempo esperando.
Kletba Praha: una pareja de recién casados, Akame y Shen, están (presumiblemente de luna de miel) en Praga, contemplando el famoso reloj de Nuestra Señora de Tyn. Este es un reloj de torre dotado de una serie de autómatas que en determinadas horas se mueven siguiendo una secuencia.
Akame y Shem aguardan a las nueve en punto de la tarde, junto con mucha otra gente en la calle que espera a que se produzca el desfile de los autómatas. Suenan las campanadas, una fila de apóstoles mecánicos surge de un lado del reloj y vuelve a entrar por el otro mientras un esqueleto que representa La Muerte agita la cabeza y tira de una cadena con la que parece abrir y cerrar las portillas por las que los apóstoles y otras figuras asoman para hacer su movimiento.
Las nueve campanadas suenan y la gente comienza a dispersarse… pero la figura de La Muerte no se detiene. Vuelve a tirar de la cadena provocando un nuevo paseo del resto de figuras. Akame es la primera en darse cuenta y presiente lo que esto significa, quedando en shock, paralizada de pie en medio de la calle, y Shem tiene que sujetarla para que no caiga al suelo.
A medida que más personas se dan cuenta de lo que está ocurriendo comienza cundir el pánico. Por los retazos de conversaciones que Shem logra entender a su alrededor, parece haber algún tipo de leyenda sobre el fin del mundo y la muerte de la humanidad relacionada con ese suceso. El esqueleto sigue abriendo y cerrando las portillas una y otra vez y los apóstoles y figuras no dejan de desfilar por el reloj.
Aterrada, Akame se abraza a Shen pero sus brazos se cierran solo en torno a las ropas de éste, que caen al suelo sin ningún cuerpo en su interior que las sostenga. Shen a desaparecido, y lo mismo ocurre con todos los hombres que había en ese momento en la calle. Y es de suponer que con todos los del mundo, dejando a las mujeres solas, condenadas al caos y la extinción.
Bueno, esto ha sido todo. No es para nada lo que esperaba, la verdad. Hay algunos de los relatos que se me han hecho entretenidos o interesantes, pero son más los que no. Hay un solo relato en el que aparece un gato cuya relevancia es mínima (lo cual me parece una tomadura de pelo en un libro titulado precisamente "Maullidos" y cuya portada es la boca de un gato) y menos de la mitad tienen algo de sobrenatural, cuando se supone que todos lo eran en mayor o menor medida.
El próximo libro de historias cortas que tenemos reservado para las horas de hacerle compañía al gatito pocho en su larga cuarentena es Cuentos de aventuras, de Jack London. Hasta que lo empecemos, podéis reprasar todos los relatos de mAULLIDOs desde los primeros pulsando aquí.
mAULLIDOs. 2023. Salvador Lacárcel Frutos (texto). Ian Linsday y Pexels (portada). Malbec Ediciones.