MENSAJE DEL SUPERVISOR GENERAL: todas las fotos que aparecen con la dirección de este blog sobreimpresionada son de artículos de mi propiedad y han sido realizadas por mí. Todo el texto es propio, aunque puedan haber citas textuales de otros autores y se usen ocasionalmente frases típicas y reconocibles de películas, series o personajes, en cuyo caso siempre aparecerán entrecomilladas y en cursiva. Todos los datos que se facilitan (marcas, fechas, etc) son de dominio público y su veracidad es comprobable. Aún así, al final de la columna de la derecha se ofrece el típico botón de "Denunciar un uso Inadecuado". No creo dar motivos a nadie para pulsarlo, pero ahí esta, simplemente porque tengo la conciencia tranquila a ese respecto... ¡y porque ninguna auténtica base espacial está completa sin su correspondiente botón de autodestrucción!

miércoles, 30 de julio de 2025

LIBROS CONMEMORATIVOS DEL ARMA SUBMARINA & SÉPTIMO ANIVERSARIO

                                         Presentado por... el Supervisor General.

Hoy es el séptimo aniversario de este blog. Desde el anterior se han añadido 282 entradas para un total de 2301. Espero que al menos algunas de ellas os hayan resultado interesantes o entretenidas.

Para que esta no sea una entrada vacía, tengo para mostrar un par de libros que, curiosamente, también conmemoran un aniversario importante. Fueron publicados en 2015 para celebrar los cien años de la fundación del Arma Submarina, nombre que recibe el conjunto de submarinos militares españoles. 

Nunca estuvieron a la venta y se editaron en un número muy limitado, como obsequio para las dotaciones de los submarinos activos en ese momento y las personalidades relevantes que asistieron a los diversos eventos programados. 

Tengo estos libros porque, de los veintitrés años que formé parte de la Armada Española, siete los pasé como tripulante de uno de sus submarinos. No voy a liarme a contar batallitas ni anécdotas, tranquilos. La entrada es para mostrar, como en todos los aniversarios del blog, algún elemento de mi colección que ha tenido una especial relevancia en mi vida. En este caso, por esos siete años de servir a la patria trabajando en las estrecheces, incomodidades y (por qué callarlo) riesgos inherentes de hacerlo en un vehículo que navega a decenas (en ocasiones a cientos) de metros bajo las olas, en lugar de hacerlo sobre estas como todo barco decente.

El libro de mayor tamaño cuenta con 160 páginas y tapas duras. Contiene material muy diverso, desde una compilación de datos históricos y técnicos (tan precisos que en otra época se hubiesen considerado secreto de estado) hasta las quejas de un oficial de víveres que tuvo que pasarse un mes alimentando a la tripulación con puré en polvo, natillas en polvo, huevina en polvo, leche en polvo, y fruta enlatada. Y el agua potable para mezclarla con la comida en polvo no sobraba, precisamente. El más pequeño, en formato apaisado, cuenta con 215 páginas en blanco y negro y es más un catálogo fotográfico, con los textos explicativos justos para indicar qué muestra cada imagen.

Los libros son un repaso pormenorizado a los (en aquel ya lejano 2015) cien primeros años del Arma Submarina española, fundada formalmente en 1915. Esta tiene una relevancia especial en la historia mundial, ya que fue la que dio origen a los “auténticos submarinos” tal como los entendemos a día de hoy.

Aunque existieron modelos anteriores al submarino Peral, este es considerado el primer submarino verdadero por varias razones. Desde el llamado Diseño de Bourne, de 1578, docenas de submarinos desfilaron tratando de hacerse un hueco en las armadas de guerra. Algunos fueron simples diseños teóricos: planos sobre papel que jamás se construyeron. Otros sí llegaron a fabricarse, pero los resultados en las pruebas fueron tan pobres que los proyectos acabaron abandonados. Algunos modelos funcionales lograron incluso dañar barcos enemigos, pero tras esto no pudieron regresar a puerto y acabaron en el fondo del mar convertidos en grandes ataúdes colectivos. 

Eran ingenios extremadamente básicos. Hubo submarinos metálicos, pero también de madera e incluso de cuero cosido. Los primeros modelos atacaban embistiendo al enemigo con un pincho de hierro colocado en la proa pensado para perforar el casco, o con una bomba adosada al extremo de una pértiga que quedaba clavada al adversario al chocarse con él. Hubo un modelo ruso (el Nikonov, de 1720) armado con lanzallamas… y he de decir que encuentro muy original el concepto de un submarino usando el fuego como arma. 

Algunos contaban con piezas de artillería, pero estas eran simplemente armas diseñadas para tierra firme montadas sobre el casco. El submarino debía emerger, quedando al descubierto para que los tripulantes salieran de uno en uno por la escotilla a alistar y operar el arma, que a menudo había quedado inutilizada por la inmersión. Los dos grandes problemas, no obstante, eran la propulsión y el oxígeno: algunos usaban remos, otros mecanismos de tracción, vapor, turbinas de gas comprimido… pero todos tenían una autonomía muy limitada, no pudiendo alejarse más que unos pocos kilómetros de costa. Su papel se limitaba a la defensa de puertos, ya que ni tan solo podían alejarse de estos tanto como para perderlos de vista, antes de verse obligados a regresar a ellos.

Además, ninguno contaba con un sistema de renovación de aire, así que una vez se consumía el oxígeno disponible dentro del sumergible, este se veía obligado a emerger para que la tripulación pudiera respirar. En definitiva, eran ideas interesantes, pero ninguno era realmente funcional. 

El submarino Peral fue un diseño casi alienígena para su época: un doble casco de acero, propulsión por condensadores eléctricos, sistemas de renovación de aire, torpedos propulsados a motor que se podían lanzar con precisión estando sumergido, y una autonomía de 400 kilómetros. Si nos ceñimos a la verdad, no fue ni el primero en construirse, ni el primero en sumergirse (voluntariamente, se entiende), ni el primero en ser capaz de emerger luego, ni siquiera el primero en hundir un barco enemigo. En lo que sí fue el primero es en lograr hacer todas esas cosas y, además… permitir a la tripulación regresar a puerto con vida. Porque una misión no puede considerarse verdaderamente exitosa si no se vuelve a casa para contarla.

Hay una razón por la que he esperado al séptimo aniversario del blog para mostrar estos libros. No sólo porque fueron también siete los años que estuve destinado en un submarino, sino porque esta fue precisamente la causa por la que me vi obligado a abandonar la Armada Española y también el motivo por el que comencé a escribir en este blog.

En el transcurso de una misión sufrí un accidente, a consecuencia del cual tuve que pasar por quirófano. Cinco horas de cirugía seguidas de más de un año de rehabilitación, tras el cual me confirmaron que la recuperación de la movilidad que había perdido era imposible. Fue durante ese año y pico, en el que mi futuro en la Armada no estaba claro, cuando comencé con el blog como una forma de llenar el tiempo mientras esperaba una recuperación que finalmente no se produjo. A causa de esa lesión fui también desmovilizado y terminó mi (quizá no muy espectacular, pero al menos sí sólida hasta ese momento) carrera en las Fuerzas Armadas. 

¡Ups! Al final si que he terminado contando batallitas😅. Supongo que en algunos casos es inevitable.

Así que realmente puedo decir que a los submarinos les debo tanto el haber perdido lo que, desde pequeño, había sido mi verdadera vocación, como haber iniciado lo que actualmente es una de mis mayores aficiones, que no es otra cosa que este humilde blog. Como dice el refrán “No hay mal que por blog no venga”🤔… bueno, algo así era, más o menos… Vosotros ya me entendéis.

El estar repasando todas estas fotos de la vida a bordo de los submarinos me ha recordado la austeridad que suele imperar en ellos, por lo que este año celebramos el aniversario del blog con un simple botecito de gelatina con una velita. Puedo asegurar categóricamente que es mucho mejor que el flan en polvo.

Y eso es todo. Esperamos volver a veros por aquí cuando celebremos el octavo aniversario, amigos.

domingo, 27 de julio de 2025

LA NOCHE DE LOS TRÍFIDOS

 EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                                ¡ALERTA DE EXPOILERZ!

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, ávidos lectores.

Estamos a 27 de julio, y ya sabéis lo que significa eso… ¿Qué? ¿Qué no lo sabéis? Bueno, pues el 27 de julio es nada más y nada menos que el Día internacional de sacar a pasear tu planta de interior. Fascinante concepto ¿verdad? El que las plantas paseen, quiero decir. Y ¿qué tenemos adecuado para reseñar que trate sobre plantas ambulantes? Pues esta novela, por ejemplo.

Es la continuación de un libro que ya comentamos hace un par de años: El día de los trífidos. Para quienes no lo conozcan o lo tengan algo olvidado, al final de este mismo artículo hay un enlace a la reseña que hicimos sobre él, por si queréis refrescaros la memoria antes de leer la reseña de su continuación.

No sé cómo funciona exactamente eso de que un autor pueda escribir la continuación de un libro que no ha escrito él; imagino que será cosa de las editoriales, que los derechos de la obra pertenezcan al dominio público (lo cual no es el caso, ya que El día de los trífidos se publicó apenas cincuenta años antes que La noche de lo trifidos) o que simplemente el nuevo autor obtenga el permiso del autor anterior para hacerlo.

El caso es que El día de los trífidos fue escrito por John Wyndham, mientras que La noche de los trífidos se la debemos a Simon Clark. Lo primero que hay que decir es que Simon hizo un excelente trabajo, porque la transición del estilo de uno al estilo del otro resulta muy natural. Simon imita el estilo de Wyndham bastante bien, de modo que podemos leer una obra y a continuación la otra, y tener la sensación de que están escritas por la misma persona. Dentro del estilo, el contenido sí cambia: Simon lleva la historia hacia la acción, mientras que para Wyndham la trama era motivo de reflexión. La historia comienza treinta años después del final de la novela anterior.

El protagonista, David, es hijo de Bill, protagonista y narrador de El día de los trífidos. El mundo ha quedado dividido en pequeñas comunidades de ciegos al cuidado de un número aún más reducido de videntes. Sin embargo, la situación empieza a revertirse. Los hijos nacidos de aquellos que fueron afectados por la Gran Ceguera son todos videntes. La ceguera no es hereditaria, por lo que cabe esperar que, tras unas cuantas generaciones, el mundo haya recuperado la normalidad en ese sentido. En un par de siglos como máximo, con el mundo nuevamente poblado por videntes capaces de recuperar toda la tecnología que ahora resulta inutilizable para la mayoría, la situación se habrá restablecido por completo... salvo porque los trífidos, claro

Como uno de los videntes de su comunidad, David tiene asignado un puesto de trabajo especialmente relevante. Su comunidad está instalada en la isla de Wight, cercana a la costa de Inglaterra, pero separada por unos diez kilómetros de mar que los trífidos no pueden cruzar. Al parecer, los trífidos no germinaron en la isla de Wight en grandes cantidades y, por tanto, la comunidad que se formó allí pudo erradicarlos y ha prosperado, pasando de los cerca de cuarenta miembros originales a más de veintiséis mil. Casi todos ellos son personas ciegas traídas desde Inglaterra a la mayor seguridad de la isla, pero también ha habido muchos nacimientos. El trabajo de David consiste en volar entre las islas manteniendo el contacto entre distintas comunidades cercanas. En su último vuelo tuvo un accidente relacionado con una gaviota suicida especialmente atraída por la hélice de la avioneta de pasaje, lo que le obligó a un aterrizaje de emergencia en un pueblecito costero al otro lado de la isla. David es acogido en esa comunidad mientras repara su avioneta.

Al día siguiente, cuando se despierta, sus sentidos empiezan a enviarle señales contradictorias. En un primer momento, siente que ya ha amanecido: oye el trino matinal de los pájaros, a los habitantes del pueblo hablar entre ellos, el sonido de sus pasos y el repiqueteo de sus bastones sobre el pavimento; escucha a los animales de granja salir a pastar fuera de sus establos y todos los sonidos habituales de un pueblo pequeño, donde la electricidad y el combustible son bienes tan preciados que se reservan exclusivamente para tareas vitales como alimentar hospitales, equipos de radio o algunos de los escasos vehículos en buen estado de funcionamiento. Sin embargo, sus ojos le indican que sigue en la más absoluta oscuridad, pues no ve absolutamente nada. Una negrura total lo envuelve todo y es incapaz de distinguir ni siquiera su propia mano extendida frente a él. La conclusión a la que llega es que él también se ha quedado ciego. Que algo, quizá un fenómeno atmosférico, ha reactivado los patógenos que provocaron la ceguera mundial treinta años atrás.

La mayor parte del primer capítulo nos describe su deambular a ciegas por el interior de la casa donde le han hospedado; la narración se extiende para hacernos sentir su misma desesperación, una escena bastante lograda en ese sentido. Finalmente, valiéndose únicamente del tacto y tras una eternidad, David logra encender el hornillo de una estufa de cocina, lo que le proporciona dos cosas: un poco de luz para ver a su alrededor y la seguridad de que él no se ha quedado ciego, sino que la oscuridad es un fenómeno ambiental. La tranquilidad que le brinda este descubrimiento no dura mucho, porque ve el reloj marcando las nueve de la mañana. En esa época del año, el sol debería haber salido al menos tres horas antes; sin embargo, la oscuridad absoluta persiste. El motivo por el que los sonidos le habían parecido los de un día normal es que todos los habitantes de su calle son ciegos y no habían notado el cambio. Para un ciego, la oscuridad total es la norma, no la excepción. Los hombres y mujeres ciegos han seguido con su rutina habitual, que consiste principalmente en labores sencillas de granja y pastoreo. Pero David nota que los sonidos que antes llegaban con normalidad ya no se oyen: el silencio se ha apoderado de todo. Una vez mitigada la oscuridad, se da cuenta de que lo que se ha apagado son los sonidos. Sale a la calle con un quinqué de aceite y ve que está vacía. La única persona que encuentra es un anciano ciego que, tras hablar con él unos minutos de forma confusa, se desploma y muere en sus brazos. Al examinar el cuerpo, David descubre en su mejilla una línea enrojecida e hinchada: la marca distintiva que deja el látigo-cepa venenoso de los trífidos.

A medida que avanza por el pueblo, halla más cadáveres de hombres y animales, todos aparentemente asesinados por trífidos. David no conoce bien el lugar, pues llegó recientemente. En la casi absoluta oscuridad (la luz de su quinqué apenas ilumina unos metros a su alrededor) no es capaz de distinguir si las altas formas que atisba entre las casas son en realidad trífidos inmóviles, esperando a su próxima víctima, o simples árboles comunes. David, temeroso de acercarse a algo que podría ser un inocente castaño o un monstruo vegetal asesino, aguarda sin moverse para no ser percibido en caso de que resulten ser trífidos. Y, efectivamente, pronto descubre que algunos de ellos son trífidos. De algún modo, los dos fenómenos están relacionados: la repentina oscuridad ha espoleado a los trífidos hasta hacerles superar las defensas del poblado que los ha mantenido a salvo desde hace años. Ahora se mueven libremente por las calles, matando a quien encuentran. David nota que el patrón de conducta de los trífidos ha cambiado. Lo usual en ellos es matar animales para echar raíces junto a los cadáveres y alimentarse con los jugos de la licuefacción que se derraman a medida que se pudren, como una especie de abono. Eso ya no ocurre: ahora matan a humanos y animales que encuentran a su alcance, abandonando el cadáver allí donde cae para ir inmediatamente en busca de otra víctima.

David se dirige a una Casa Madre, una especie de guardería atendida por mujeres ciegas. Los trífidos todavía no han llegado a la Casa Madre y la actividad en esta es normal. Los niños videntes han contado a las niñeras ciegas que no pueden ver nada, como si todavía fuera de noche, pero ellas lo han tomado como una exageración o como uno de sus juegos. David organiza lo mejor que puede a las mujeres y a los niños, aguardando la llegada de las brigadas anti trífido. Estas brigadas son un voluntariado de videntes cuya labor consiste en destruir a los trífidos cuando alguno logra colarse entre los cercados. La brigada tarda más de lo normal en organizarse debido a la intensa e inesperada oscuridad, que aún persiste, pero cuando lo hace limpia el pueblecito de trífidos.

Con un vehículo a motor, la brigada lleva a David al otro extremo de la isla, de vuelta a su propia comunidad. Allí, en la pequeña base aérea de Wright, recibe un nuevo aparato: un biplaza de combate con cabina presurizada. Su misión consistirá en elevarse con él por encima de lo que suponen una capa de nubes ultradensa para hacerse una idea más general de lo que está ocurriendo. Le acompaña en la cabina un meteorólogo encargado de tomar fotos y notas de todo lo que observen. El caza se eleva rápidamente, alcanzando los tres mil metros, luego los cinco mil, superando la altura máxima de cualquier tipo de nubes conocidas, y aun así sin salir de esa zona de oscuridad absoluta.

Solo al alcanzar los dieciséis mil metros, el tope al que puede elevarse el caza, vislumbran un resquicio de luz: el sol aparece trémulo, mortecino, como un rescoldo a punto de apagarse entre las cenizas de una hoguera. Sea lo que sea lo que ha provocado la oscuridad, no es una capa de nubes, sino algo que, más allá de la estratosfera, se interpone entre la Tierra y el sol, quizá una densa formación de polvo cósmico. La situación se complica aún más cuando, al descender, descubren que una tormenta que ya había comenzado a formarse al despegar, ha empeorado rápidamente. Además, han perdido la comunicación con la estación de tierra, por lo que carecen de instrucciones para el aterrizaje. Esa falta de referencias visuales y la oscuridad hacen de la maniobra una empresa arriesgada pero necesaria, pues han consumido la mayor parte del combustible en el ascenso y deben gastar lo que queda descendiendo.

Sin instrucciones ni referencias, David pierde por completo el rumbo y termina sobrevolando el mar antes de aterrizar en el primer terreno firme que vislumbra, sin saber si pertenece a una isla o al continente. Él y el meteorólogo descienden de la cabina para explorar el lugar. De entre la negrura absoluta, el látigo-cepa de un trífido emerge y mata al meteorólogo. David se refugia en la cabina y, tras horas de tensa espera, mientras un número creciente de trífidos rodea el aparato, acaba quedándose dormido. Al despertar, percibe que la iluminación ambiental ha aumentado considerablemente. Aunque no es la que corresponde a la hora del día en que se encuentra, es suficiente para ver con relativa claridad. La nube de polvo estelar (o lo que demonios fuera) que se interponía entre el sol y la Tierra ha empezado a disiparse, y todo adquiere un aire anaranjado, lúgubre, casi infernal. A su alrededor, docenas de trífidos envuelven el avión, conscientes de que él está dentro. David confía en que el traje presurizado y el casco de aviador le proporcionen protección suficiente frente a los aguijones de las plantas, por lo que sale de la cabina y corre entre los látigos asesinos, que le azotan en busca de cualquier punto expuesto de su anatomía. Varias veces lo derriban al suelo con la fuerza del impacto, pero ninguno logra penetrar el traje y finalmente consigue dejar atrás la maraña de trífidos.

A la tenue luz rojiza, y tras deambular durante horas, llega a la descorazonadora conclusión de que no está ni en una de las islas ni en el continente, sino varado sobre un Mar de los Sargazos Trífido: una enorme mezcolanza de barcos cuyos tripulantes murieron hace treinta años al perder repentinamente la vista en alta mar, imposibilitando su retorno a puerto. Arrastrados por las corrientes, esos barcos han quedado unidos por una maraña densa de algas fibrosas (probablemente una mutación de trífidos) que ha formado una vasta masa flotante.

Los trífidos se reproducen lanzando al aire millones de esporas que el viento arrastra a grandes distancias. Es posible que algunas de esas esporas cayeran sobre los barcos abandonados y germinaran en los cadáveres. La falta de suelo fértil y la imposibilidad de alimentarse con agua salada debió matar a esas plantas cuando los cuerpos quedaron reducidos a huesos, pero sobre los trífidos muertos germinaron sucesivas generaciones de trífidos que a su vez murieron y se corrompieron, formando un mantillo, como una balsa de algas mutantes. Cuando esa masa fue lo bastante sólida, nuevos trífidos germinaron sobre ella como si fuera tierra firme. La maraña de algas ha servido de refugio a cangrejos marinos y a ratas procedentes de las bodegas de alguno de los barcos varados. Al vivir y morir entre las algas, cangrejos y ratas aportan al suelo nutrientes que permiten a los trífidos alimentarse y que nuevas esporas germinen. David se encuentra literalmente en una balsa de varios kilómetros cuadrados formada por barcos varados y trífidos muertos, sobre la cual deambulan trífidos vivos.

Mientras explora este lugar extraño, iluminado por la luz rojiza que lo convierte en un paraje alienígena, se topa con lo que menos esperaba: una chica de unos quince o dieciséis años, prácticamente desnuda, morena y de piel bronceada, que parece haberse criado sola allí. ¿Cómo llegó hasta ese sitio? Es un enigma. Ella apenas chapurrea palabras como “papá”, “mamá” o “límpiate la cara”. Si eso es todo lo que aprendió de los adultos que la cuidaron, debió quedarse sola siendo aún muy pequeña. La chica salvaje intenta comunicarse repitiendo su limitado vocabulario y ofreciéndole a David cangrejos y ratas muertas, de los cuales parece alimentarse. Ambos tratan de entenderse, pero se distraen con esto y no notan como se les acerca un trífido errante. Cuando ya lo tienen encima, David reacciona sacando su revólver y disparando. Si bien no es posible matar a un trífido a tiros, sí es posible podarlo; volverlo inofensivo seccionando de un balazo su látigo-cepa. Eso no acaba con él, pero lo incapacita temporalmente, mientras éste vuelve a crecer. Los disparos de David, algo que la niña jamás había oído, la asustan. Con consternación, ve cómo la muchacha huye hacia un bosque de trífidos inmóviles, cegada por el pánico. Aunque le grita para que se detenga, ella se interna entre las plantas y David observa cómo estas despliegan sus látigos-cepa. Una docena de estos la golpean antes de que se pierda de vista en la espesura. Conociendo la letalidad del veneno, David no hace el menor esfuerzo por rescatarla. En lugar de eso, regresa a la cabina de su avión y se encierra en ella.

Pasa allí una semana alimentándose de las raciones de emergencia del vehículo y saliendo de tanto en tanto a explorar la isla en cuanto los trífidos alrededor del avión despejan algo. Su situación es miserable, absurda y desesperada, y además se siente culpable por la muerte de la chica, que hasta ese momento, de algún modo, se las había apañado para sobrevivir sola en aquel lugar. Su única posibilidad de abandonar la isla flotante es liberar uno de los yates pequeños de la capa de algas y abrirle paso a través del mantillo, creándole un canal hasta el mar para que sea capaz de navegar libremente. Solo dispone de un cuchillo y el yate probablemente no tenga capacidad de propulsión, pero es el único modo de desvincularse de esa isla y, quizá, con un poco de suerte, llegar hasta alguna costa. Dedica varios días a ello, tratando de no descuidarse, mirando por encima del hombro y corriendo de nuevo a refugiarse en la cabina del avión en cuanto los trífidos se le acercan.

David caza algunos cangrejos para complementar las raciones de emergencia, que se le están acabando, si bien no se decide a probar las ratas. Lo que si hace es derribar algunos trífidos a los que previamente ha podado el látigo-cepa y luego los cuartea con el cuchillo. Uno de los motivos por los que se cultivaron los trífidos originalmente fue que sus hojas eran comestibles y muy nutritivas, si bien su sabor amargo hizo que pronto quedaran relegadas a forraje en lugar de usarse como alimento humano. Pese a ello, David incorpora hojas de trífido a su dieta para complementar con verduras la carne de cangrejo y las raciones deshidratadas. Las hojas de trífido le aportan además algo de agua, ya que su única otra fuente de hidratación es el agua de lluvia. Así se mantiene varios días más, mientras sigue tratando de defoliar lo suficiente el pequeño yate como para hacerse a la mar con él. Esta rutina se mantiene hasta que, en una de las ocasiones en que regresa al avión para refugiarse, encuentra sobre un ala dos ratas gordas, con el cuello roto y cuidadosamente colocadas una junto a la otra, como si se tratara de una ofrenda.

Esto solo puede significar que la chica salvaje sigue con vida; de algún modo, sobrevivió a la docena de látigo-cepa venenosos que la azotaron cuando se internó en el bosque de trífidos inmóviles. Aunque asustada por la presencia de David, que todavía no termina de entender, y por el estruendo ensordecedor de su revólver, parece que intenta reconciliarse con él. La situación cambia cuando, en el horizonte, aparece un gran buque. Sus tripulantes avistan la curiosa isla flotante vegetal y se acercan a examinarla, descubriendo a David y a la salvaje muchacha sin nombre, a quienes rescatan. De hecho, la chica está a punto de quedarse allí, pues continúa escondida. Cuando David intenta convencer al capitán de la existencia de la muchacha, éste lo toma por un náufrago delirante que fantasea con una compañía femenina imaginaria. Afortunadamente, una pasajera llamada Kerris ve a la chica y señala su presencia a todos.

Durante los siguientes días, los miembros de la tripulación y David intercambian información. Él se entera de que son estadounidenses que recorren las costas europeas en busca de comunidades de supervivientes, de cara a intercambios culturales y comerciales. David les habla de su isla, a la que el barco se dirige para devolverlo a su comunidad y, de paso, entablar amistad con ésta. Entonces toma conciencia de lo mucho que se extreman las diferencias en un mundo no globalizado y sin comunicación entre sus pueblos. Le sorprende, por ejemplo, que el barco funcione a vapor y que desconozcan el modo de refinar combustible a partir del aceite de trífido, algo que en Wight se da por sentado. La abundancia y calidad de la comida a bordo lo deja pasmado, pues cada turno de comida es un banquete en lugar de algo frugal y limitado, que es a lo que él está acostumbrado. 

Entre las magníficas comidas, la sensación de seguridad, unas copas de ron de más y la cálida acogida de un grupo de amigos que se forma casi de inmediato en torno a él, David no se da cuenta de que las preguntas que le formulan se centran cada vez más en temas como la capacidad industrial o defensiva de su comunidad. Una mañana, al salir a cubierta y ver la posición del sol, advierte que el barco no se dirige a Wight, sino a Norteamérica. El capitán ha transmitido a sus mandos toda la información que sus tripulantes han ido sonsacando a David, y se ha decidido que se trata de alguien con datos demasiado valiosos para dejarlo marchar. Su estatus pasa de rescatado a invitado forzoso. Resignado a estar en manos de unos captores que, por el momento, siguen mostrándose amables, ve trascurrir el resto del viaje con relativa calma mientras se aleja cada vez más de su hogar.

Durante el tránsito, también descubrimos la identidad de la chica salvaje gracias a una vieja carta que esta ha conservado desde que se quedó sola, con cinco años. Su nombre es Cristina, y la carta la escribió su único familiar vivo, su padre, agonizante y con los trífidos cada vez más cerca, antes de empujarla mar adentro en un bote que las caprichosas corrientes terminaron embarrancando en la isla flotante. Volver a estar rodeada de gente y civilización hace que recupere rápidamente gran parte de los modales y costumbres que le inculcaron de niña, pese a lo cual conserva cierto comportamiento asilvestrado y un vocabulario limitado y casi tarzanesco.

Su puerto de destino es una Nueva York en la que solo Manhattan es habitable, completamente cercada por millones de trífidos que están contenidos en Queens, Nueva Jersey, Brooklyn y El Bronx tras altos muros y fuertes barreras. Salvo por este detalle, Manhattan (cuyo nombre proviene de una palabra indígena que significa lugar de emborracharse) se presenta ante David y Cristina como un lugar vital y próspero, con vehículos movidos por alcohol, luz eléctrica en cada casa, emisiones de televisión, ascensores y restaurantes de lujo. El nivel de vida allí resulta no solo suficiente, sino incluso excesivo para los estándares del mundo tras la Gran Ceguera. Durante varios días recorren la ciudad, y David disfruta especialmente de la atención de Kerris, que pasa de solícita anfitriona a novia con tanta sutileza que él casi no se da cuenta del cambio. Lo que sí advierte con el paso de los días es una serie de detalles cada vez más incómodos, que desinflan las esperanzas que había depositado en esta comunidad. Los negros y los ciegos tienen estatus de ciudadanos de segunda y viven recluidos en un gueto, separados de los blancos videntes por un muro no muy diferente a los que los protegen de los trífidos. La prosperidad de Manhattan y sus excedentes de alimentos se deben al trabajo de los ciegos convertidos en mano de obra esclava, y al de otras comunidades que han sido básicamente sometidas por la fuerza de las armas. La mayoría de los hombres son esterilizados químicamente en la adolescencia, y solo aquellos elegidos por el gobierno de la ciudad tienen el derecho (y la obligación) de reproducirse. Asimismo, la mayoría de las mujeres son medicadas para que todos sus embarazos sean partos múltiples de al menos trillizos, repitiendo esto año tras año. Aquellas bien posicionadas, como Kerris, están exentas de este destino de “parir hasta morir”. Lo que queda de Nueva York se ha convertido en una inmensa fábrica humana que produce gente. El 90 % de su población ronda los veinticinco años, lo que se conoce como “edad militar” por razones evidentes. La urbe se está preparando para una guerra a gran escala, en teoría, contra los trífidos.

David no se siente cómodo con muchas de estas prácticas, pero cada comunidad que ha conocido ha desarrollado leyes propias guiadas por el deseo y la necesidad de sobrevivir a toda costa. Y aunque cuestione los métodos de los neoyorquinos, no puede ignorar sus resultados. Además, el general Fielding, padre de Kerris y gobernador de Nueva York, lo sigue tratando como un invitado de honor y le asegura que, en breve, será devuelto a Wight como parte de una “delegación diplomática” que están preparando para enviar allá. 

Poco después, David es raptado por lo que parece ser un grupo rebelde, que le informa de lo que él, en el fondo, empezaba a sospechar. A Fielding le interesa conquistar Wight para apoderarse de la fórmula del refinado que permite crear combustible a partir del aceite de trífido. Sus vehículos terrestres han sido adaptados para funcionar con alcohol, pero éste ofrece un rendimiento mucho menor y no sirve como combustible para buques o aviones. David también cometió el error de comentar a la tripulación del barco la aparente inmunidad de Cristina al veneno de los trífidos; por eso, Fielding la incluirá en su programa de reproductoras con la intención de que dé a luz a futuros soldados que hereden esa inmunidad. Por si fuera poco, Fielding es, en realidad, el nuevo nombre de Torrence, el protirano al que Bill, el padre de David, se enfrentó en Inglaterra en otra ocasión. Tras ser derrotado y perder uno de sus ojos en el proceso, Torrence huyó y probó suerte de nuevo con sus delirios de formar un imperio propio, esta vez al otro lado del gran charco.

A partir de este punto, para mi gusto, la historia decae bastante. Los trífidos y todo lo relacionado con ellos pasan de golpe a un segundo plano… a un muy segundo plano. En la novela anterior eran tratados también como una amenaza pasiva la mayor parte del tiempo, como algo que estaba allí aguardando su oportunidad. Pero su presencia se sentía en todo momento; su amenaza era patente. En esta ocasión no es así. Siguen apareciendo referencias a los trífidos, como una mutación capaz de vivir bajo el agua salada o una variedad especialmente inteligente que se transmiten unos a otros ideas complejas mediante un código de vibraciones. Pero ya no se los percibe como algo importante, sino como un añadido puesto ahí por compromiso. 

La historia pasa a centrarse en esta resistencia, que se hace llamar los leñadores, a la que David se une. Se detalla su vida entre ellos y sus planes. Tienen algunos enfrentamientos con los soldados de Fielding, y David se ve obligado a pasar una temporada escondido en el gueto de los ciegos. Esta parte muestra las terribles condiciones de vida de los ciegos, entre los cuales hay también muchos videntes expulsados por manifestarse abiertamente contra el gobierno y otros considerados indeseables por diversos motivos. Todo lo que hay al lado correcto del muro es lujo y abundancia mientras que lo que hay en este otro lado es miseria y carencia. A nivel de escritura está muy bien resuelto, pero da la sensación de ser una historia completamente distinta. Por momentos, parece una novela sobre partisanos de la resistencia luchando contra los ejércitos nazis. Es como si hubiesen juntado dos relatos independientes, adaptando los nombres del segundo para que encajaran con los del primero. Aquí nos olvidamos casi por completo de los trífidos, de Cristina y de Kerris, y lo que vemos son los leñadores planificando su ataque para tomar la ciudad.

Cuando los preparativos culminan y los leñadores inician su ofensiva, los trífidos lanzan su propio ataque contra la Nueva York humana. Trífidos mutantes de dieciocho metros de altura, unas cinco veces la talla de uno normal, aparecen deambulando por el centro de la ciudad mientras los trífidos comunes rebasan las barreras que los contenían. En realidad, los leñadores son los responsables de esto. Como táctica de distracción han coordinado la destrucción de las barreras con su ataque a la ciudad, pero el asunto se les ha ido de las manos. No contaban con los trífidos gigantes, una especie desconocida hasta entonces. Los encargados de volar las barreras abrieron también las compuertas de los ríos para dejar pasar a los trífidos acuáticos, pero en lugar de éstos brotaron los trífidos gigantes. Al caos de las calles invadidas por trífidos se une el de los tiroteos entre leñadores y soldados. Los leñadores pretendían que las plantas mantuvieran ocupados a parte de los soldados, que se verían obligados a rechazarlos, pero los monstruos vegetales errantes los han desbordado y ahora atacan por igual a leñadores, soldados y ciudadanos, masacrando a los tres grupos indiscriminadamente.

Tras una tarde y una noche de combates, los trífidos son rechazados y bloqueados de nuevo tras las barreras reparadas, y la batalla se inclina a favor de los soldados de Fielding. Mientras David lucha en uno de los edificios clave se encuentra con Kerris, que ha estado trabajando en secreto a favor de los leñadores, y con Cristina, a la que Kerris se ha encargado de mantener a salvo. Pero los tres, junto con algunos leñadores más, quedan acorralados por tropas enemigas. De madrugada, las fuerzas de Fielding recuperan el control de Manhattan y los sacan a punta de pistola del edificio. El propio Fielding viene a encararse con ellos y va anunciando el destino que aguarda a cada uno: Cristina y Kerris (su propia hija) serán embarazadas cada año y parirán sin cesar para engrosar su ejército; a David lo mantendrá como rehén mientras lo necesite vivo, para obtener información de él o presionar a la comunidad de Wight; y al resto les espera la esclavitud hasta el fin de sus días en las minas de carbón. Todo parece perdido cuando una nueva e inesperada facción se adueña de las calles… los propios neoyorquinos.

Cuando las barreras que contenían a los trífidos (repartidas por los extremos este, oeste y sur de la ciudad) fueron destruidas, la población huyó en masa hacia el norte. El muro norte no tenía como función contener a las plantas, sino separar el gueto de los ciegos de los barrios de videntes. Al ver la avalancha de gente que huía de la ciudad y comprender el motivo por el que lo hacían, los guardias del muro norte abrieron las puertas del gueto para que la gente se refugiase en este de los trífidos. Al entrar, los neoyorquinos descubrieron la realidad de los guetos, sobre la que siempre les habían mentido. Esperaban una zona industrial y residencial aislada por la propia tranquilidad de los ciegos, pero lo que encuentran es la miseria extrema: niños y ancianos desnutridos hasta quedar reducidos a poco más que piel y huesos arrastrando fardos de chatarra, o trabajando como esclavos en fábricas infernales.

Tan pronto como las calles vuelven a ser declaradas seguras tras el combate, los neoyorquinos regresan del otro lado del muro, pero no lo hacen solos: traen con ellos a los ciegos, negros y prisioneros políticos; hombres y mujeres de todos los colores y clases sociales toman ahora la ciudad, unos ciegos de verdad y otros metafóricamente cegados por la ira contra Fielding. Al verlos avanzar todos unidos, policías y soldados dejan caer sus armas, incapaces de disparar contra una multitud en la que distinguen familiares y rostros conocidos. Cuando esta masa irrumpe en el edificio donde han capturado a David, Cristina y Kerris, Fielding ordena a los soldados disparar, pero sus hombres se niegan a hacerlo. Loco de rabia, Fielding empuña él mismo una pistola y apunta a una anciana ciega, pero David lo golpea para impedirle disparar… con tan mala suerte (o buena, según se mire) que la manilla abierta de unas esposas que llevaba a medio colocar se engancha en la cuenca del ojo sano de Fielding y se lo revienta.

El resto, ya os lo podéis imaginar: los leñadores toman el control de la ciudad. David y Kerris se comprometen y regresan a Wight para forjar lazos de verdadera amistad entre ambas comunidades e instalar allí a Cristina. Más tarde vuelven a Nueva York, donde queda mucho por hacer. Abolida la esclavitud de los ciegos y el sistema de reproducción forzada impuestos por Fielding (ahora convertido en un ciego más), la ciudad recupera cierta cordura. La nube de polvo cósmico tarda aún meses en disiparse completamente. Los trífidos siguen mutando en formas cada vez más extrañas y agresivas… y se descubre que la inmunidad de Cristina no es genética, sino adquirida: durante los diez años que vivió en la isla flotante los únicos vegetales que pudo comer fueron las hojas que perdían los trífidos. Esa alimentación prolongada a base de trífidos le otorgó una resistencia cada vez mayor a su veneno, algo que se puede extender a toda la población simplemente añadiendo hojas y tallos de trífido a su dieta habitual, lo que a la larga permitirá recuperar el planeta… salvo que los trífidos muten antes en algo aún peor e imparable.

La novela me parece más ambiciosa que la anterior. Expande el universo creado por Wyndham con los trífidos mutantes y el Mar de los Sargazos Trífido. La parte de la isla flotante, con David atormentándose por haber provocado (o eso cree él) la muerte de la chica salvaje es especialmente buena y me pareció muy bien llevada. Lo mismo digo del inicio, cuando está en el pueblo a oscuras y ve en las calles formas que no es capaz de determinar con certeza si se trata de árboles o trífidos. Por otro lado, mantiene toda la carga de denuncia social que tenía la primera, centrada de nuevo en las desigualdades entre videntes y ciegos, que podemos extrapolar a cualquier otra situación en la que un grupo poblacional tenga privilegios legales sobre otro. El régimen esclavista de Fielding, los guetos de ciegos, la “fábrica humana” donde algunas personas son obligadas a reproducirse hasta la extenuación mientras que a otras se las castra químicamente privándoles del derecho a la descendencia… son todo cosas que invitan mucho a pensar en hasta que punto podríamos estar dispuestos a llegar en una situación apocalíptica con tal de asegurar la supervivencia y prosperidad del conjunto, sin tener en consideración la del individuo. Pero también son cosas que desplazan a los propios trífidos a un papel casi anecdótico. Esa segunda mitad centrada en la lucha de facciones tiene más similitudes con una novela bélica llena de tiros y explosiones que con la angustiosa incertidumbre que provoca la primera parte.

Es una continuación muy digna pero tiene bastante relleno. Hay varias páginas dedicadas a describirnos como David juega al tenis de mesa con la tripulación del barco, por ejemplo. Hay una subtrama con unos indios nativos americanos que aparentemente también son inmunes al veneno de los trífidos y se intenta presentar esto como que se debe a una mezcla de rasgos genéticos superiores y un misticismo en plan “somos hermanos de la Tierra”… para finalmente no quedar en nada, porque lo que ocurre es que llevaban años alimentándose de hojas y tallos de trífido y sacaron su inmunidad de ahí. El personaje de Cristina (que he de decir, es encantadora y divertidísima) parecía que fuera a tener más relevancia, pero tras abandonar la isla se convierte en un adorno que se nos vuelve a mostrar de vez en cuando para que no nos olvidemos de ella. En fin, una experiencia de lectura irregular pero que ha valido la pena. Además no es dependiente de la primera novela, ya que aunque toma elementos de ella los conceptos necesarios se explican lo suficiente como para no necesitar el haberla leído para entender plenamente esta otra.

Puedes darle un vistazo a nuestra reseña de El día de los trífidos pulsando aquí.      

The Night of the Triffids. 2001. Simon Clark. Publicado en 2004 por Ediciones Minotauro.

jueves, 24 de julio de 2025

¡LUZ SÓLIDA!

 EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                                 ¡ALERTA DE EXPOILERZ!                                                                                              

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, luchadores del espacio.

Aquí estamos cumpliendo con nuestros servicios mínimos, mientras volcamos la mayor parte de nuestro tiempo libre en algunos proyectos propios. Una de las cosas que vamos a mantener es la reseña mensual de un nuevo volumen de La Saga de los Aznar.

Algo que admiro de estas novelas es que tras haber leído veinticuatro de ellas todavía no han empezado a hacérseme repetitivas o previsibles. Me gusta mucho Stephen King, pero después de leer mucho Stephen King le tomas la medida y empiezas a prever su siguiente movimiento. Me encantan los relatos de Lovecraft, pero cuando llevas mucho Lovecraft a las espaldas el impacto que producen sus extrañas criaturas comienza a atenuarse. Cuanto más se alarga una obra más difícil es que el autor no empiece a repetirse. Le pasa hasta a los mejores ¿En cuántos tebeos de Ibáñez nos encontramos a Mortadelo y Filemón “protegiendo” a una persona que, por una razón u otra, se ha visto reducida a tamaño de bolsillo? Hasta los frenéticos combates de Dragon Ball se vuelven un tanto cansinos cuando una pelea contra el mismo adversario se alarga durante más de cinco o seis capítulos.

El caso es que acabo de leer la vigesimocuarta novela de esta saga. Y sí, hay tópicos inevitables, hay situaciones comunes... Pero pese a lo “limitado” del universo (realmente solo hay media docena de planetas y razas relevantes) aún no han empezado a cansarme. Y es porque el autor no se conformaba con su propia obra. No se dormía en los laureles. Esto se nota más que nada en las innovaciones técnicas. Hay novelas en las que lo más determinante es una tecnología concreta que posee el adversario o que desarrollan los protagonistas, y que cambia por completo el equilibrio de poder. Pero ese avance pronto se ve superado por otro que lo deja obsoleto. 

El terrorífico Rayo Z desintegrador de metales prácticamente se abandona cuando el uso de la dedona y el blindaje cristalino se vuelven algo común. El Rayo Azul nahumita que llegó a poner de rodillas al todopoderoso Valera de un solo disparo pierde por completo relevancia tras un par de novelas. La tecnología de miniaturización que tan buenos e ingeniosos momentos nos dio es rápidamente imitada por toda raza con peso en la trama. Los mismos autoplanetas, marca distintiva de la saga, pasan a formar parte de todas las armadas siderales de cierta relevancia. La historia ni tan solo se apoya en personajes fijos o en reemplazos graduales (retirar unos al tiempo que se mantienen otros y se incorporan algunos nuevos), porque cada tres o cuatro libros la trama da un salto temporal de varias décadas o siglos y cambia toda la plantilla protagonista de golpe.

En esta novela pillamos de pleno otro de esos procesos de renovación; cambiamos personajes, cambiamos de tecnología, y cambiamos de adversarios. La trama tiene lugar al menos veinticinco años tras el fin de la novela anterior. Es la edad del protagonista, y este es el hijo de Miguel Ángel Aznar, que todavía no lo había concebido al final de La bestia capitula. Nuestro nuevo héroe mantiene el nombre del anterior, Miguel Ángel, pero ahí termina todo parecido. Contrariamente a lo habitual en la línea genética de los Aznar, este es bajito, rubio (rasgos heredados de su madre) y con una personalidad y fuerza de voluntad que no pasa de la media humana. Esto último en parte se debe a que no ha tenido ocasión de foguearse en combate como la que tuvieron todos sus antepasados.

El nuevo Miguel Ángel ha alcanzado el rango de Teniente de Navío debido a su linaje y su posición privilegiada. Pero no se ha ganado el respeto de los veteranos con los que tiene que codearse y que, con un rango muy inferior al suyo, han estado involucrados en combates reales. Las hazañas casi legendarias de su familia son para él un motivo de tormento, no de orgullo, ya que todo el mundo lo compara con sus ilustres antepasados. A su misma edad, su padre era ya Almirante Mayor, había derrotado en dos guerras diferentes a los nahumitas y conquistado sus mundos natales. Para más inri, la chica que le gusta, Polonia Castillo, es una amiga de la infancia que sigue refiriéndose a él como “Miguelito” incluso delante de altos cargos militares y científicos, aún sabiendo que esto le hace sentirse ridículo. Es el último descendiente directo de una larga dinastía de exploradores y guerreros que ha salvado a la humanidad de la extinción en varias ocasiones… pero debido a su juventud e inexperiencia todo el mundo le trata con desdén y consideran que no está a la altura del galón que luce en los hombros.   

Hace muchas décadas que el autoplaneta Valera partió rumbo a Redención y los mundos nahumitas, y pasarán cerca de mil trescientos años antes de que llegue a su destino, no hablemos ya de su regreso. El Reino del Sol está en paz tras la última y aplastante victoria contra los thorbod, que ha servido para recordarle a los terrestres la importancia de apretarse el cinturón. El fin de la fase de rearme acelerado impuesta por su padre ha permitido que de nuevo los recursos del planeta puedan dedicarse a trivialidades, comodidades y lujos, y la humanidad está sumida en una etapa de bonanza en la que Miguel Ángel no encuentra ninguna oportunidad de destacar. Pero bueno, seguro que habéis oído alguna vez eso de “Cuidado con lo que deseas” ¿verdad?

Las primeras alarmas saltan desde el observatorio de Oberón, uno de los satélites de Urano. Una flota desconocida se aproxima al Reino del Sol, y lo hace demasiado rápido y en demasiada cuantía como para poder abrigar esperanzas de que se trata de una delegación pacífica. La flota es de diseño desconocido. Sus naves, claramente de combate, tienen una forma que recuerda a la letra omega del alfabeto griego (Ω), debido a lo cual se les asigna el nombre provisional de omegas. La humanidad ya ha aprendido por experiencias pasadas a que todo encuentro debe ser considerado hostil, si no da muestras explícitas de no serlo. La cantidad y tipo de naves y la velocidad a las que éstas avanzan desencadena un ataque preventivo por parte de la humanidad, que no está dispuesta a caer de nuevo en la trampa de “esperar lo mejor” de los desconocidos. 

Se despliegan las flotas, y los torpedos autómata miniaturizados son disparados en inmensas oleadas… y destruidos con pasmosa facilidad. El adversario cuenta con un arma nueva, unos rayos de luz sólida capaces de destruir cualquier material con el que impacten, incluida la dedona y la diamantina, materiales inmunes a los Rayos Z y con una elevada resistencia ante las armas atómicas. Estos nuevos rayos de luz sólida pueden dirigirse y proyectarse a una velocidad aterradora, y barren del espacio tanto a los torpedos autómata como a las naves que los dispararon. Por si fuera poco, las naves enemigas, los omegas, son tan veloces que los pocos torpedos terrícolas que no son abatidos en vuelo no logran fijarlas como objetivo y muchos terminan chocando unos con otros. Es una derrota absoluta, y tras perder miles de naves y tripulaciones, la maltrecha flota humana se retira preparándose para lo peor.

Lo que se nos ha descrito aquí es uno de los mayores tópicos de la ciencia ficción, los rayos láser. L-a-s-e-r son las siglas de Light Amplification by Stimulated Emission of Radiation (Luz Amplificada por Emisión Estimulada de Radiación). La referencia más antigua que se conoce a los rayos láser (aunque aún no tenían ese nombre) es en la novela El sueño de un ingeniero (1882) del ruso Vladimir Odoevsky, que ya describía un futuro utópico con herramientas que proyectaban luz dirigida de alta capacidad destructora.  El láser no es una de las muchas cosas en las que el autor de La Saga de los Aznar fue pionero. De hecho, lo que sorprende en este caso es lo mucho que tardó en recurrir a ello cuando las armas láser eran la punta de lanza de la ciencia ficción. Hay montones de novelas o películas de la época que son simplemente historias del salvaje oeste o de detectives donde se hace poco más que cambiar los revólveres por armas láser y algún otro cambio estético. El que Eguidanos esperara a su vigesimocuarta novela de esta saga para introducir el concepto del láser, cuando esto solía ser lo primero a lo que se recurría, es otro de sus toques de genialidad.   

Volviendo con la historia, tras este primer encuentro los omegas no avanzan más hacia la Tierra, pero toman posiciones y reorganizan sus filas para lo que parece un ataque final masivo que la humanidad no tiene forma alguna de detener. Unos pocos omegas sí llegaron a ser destruidos por los torpedos autómata, aunque no en cantidad significativa como para ser tenida en cuenta en el balance total de la batalla. Sin embargo, esto sirve para que los terrestres recuperen algunos restos de naves para estudiarlas, y un cadáver. Al principio toman el cadáver por algún tipo de mascota que el piloto debía llevar a bordo, pues se trata de un pequeño pulpo amarillo con un gran ojo y veinticuatro cortos tentáculos, mientras que los restos recuperados sugieren un piloto humanoide. Este pulpo presenta una sorprendente característica biológica. Así como la mayoría de seres encontrados hasta el momento basaban su biología en el carbono, y los habitantes del interior hueco de Redención se basaban en el silicio, estos pulpos parecen estar basados en el titanio. 

Como descubren más adelante, este pulpo no era una mascota del piloto, sino el propio piloto. Se trata de una raza que se llama a sí misma sadritas. El motivo por el que el diseño de su nave es para un piloto humanoide se debe a que estos seres viven enclaustrados en un poderoso cuerpo mecánico que les sirve tanto de protección como de arma y herramienta. Y aquí nos topamos con otra de esas situaciones en las que este escritor casi desconocido (a nivel internacional) anticipaba algo que hoy en día nos resulta familiar no por sus obras, sino por obras posteriores. Nos habla de pulpos amarillos de un solo ojo y montones de tentáculos que prácticamente viven dentro de cuerpos mecánicos artificiales. No voy a insistir más en el tema, pero os dejo aquí abajo un fotograma de un dalek de Dr. Who fuera de su exoesqueleto artificial, y os recuerdo que esta novela es de 1957 y la primera aparición de los daleks fue en 1963. Que cada uno saque sus propias conclusiones.     

Volviendo (por segunda vez 😅) con la historia, esta da un vuelco cuando los sadritas envían una delegación de paz. Pese a haber infligido una derrota aplastante a las fuerzas de La Tierra y haberla dejado casi sin capacidad de respuesta tras un solo combate, son ellos los que proponen no ya una tregua, sino una paz definitiva. Afirman que su único interés en el Sistema Solar se centra en el planeta Urano. Quieren establecerse allí y no desean nada de ningún otro mundo, ni de los terrestres. No dan importancia al hecho de haber sido atacados, ni tampoco parecen sentir especialmente las bajas provocadas al defenderse. No dan explicaciones a su interés por Urano, y desde luego no piden permiso para ocuparlo, solo informan de que van a hacerlo. Teniendo en cuenta que podrían exterminar a los humanos con absoluta facilidad, que en cambio les ofrezcan la paz es una oferta que estos no tardan en aceptar.  

Pero Miguel Ángel padre no puede aceptar esta situación más que como un respiro temporal. De cara a los sadritas acepta el trato, pero de cara a sus hombres determina que una vez los alienígenas hayan instalado una colonia en Urano, un pequeño comando será enviado a tratar de hacerse con uno de sus proyectores de luz sólida para poder replicarlo por ingeniería inversa. Solo cuando la humanidad disponga también de esa tecnología podrá pactar en igualdad de condiciones con los sadritas, y estará en disposición de tratar de expulsarlos del Reino del Sol si las cosas se tuercen.

El comando incluye a Miguel Ángel hijo, pero lo hace a espaldas de su padre. Este se negó explícitamente a que su hijo participara, porque si el comando es descubierto o capturado por los sadritas, los humanos negarán saber nada del asunto, y lo achacarán a un ataque independiente de un grupo de bandidos o terroristas sin vinculación con el gobierno terrestre. Miguel Ángel hijo logra formar parte del comando moviendo algunos hilos, ansioso de demostrar que está a la altura de las hazañas que se atribuyen a su estirpe. El comando irá enfundado en unas armaduras de combate hechas especialmente para ellos, que imitan el aspecto del armazón mecánico de los sadritas. La nave que los lleva hasta Urano es un modelo obsoleto restaurado para la ocasión, casi una pieza de museo, que se podría justificar como propia de unos bandidos.

El grupo desembarca en Urano y se acerca a pie a una de las bases que los sadritas están montando a toda prisa. Está en sus primeras etapas, por lo que el perímetro aún carece de alarmas o sistemas de seguridad, y es poco más que un amontonamiento de cajas de suministros. Deambulando entre los repuestos tratando de identificar lo que buscan, son descubiertos por un auténtico sadrita. Éste se da cuenta del engaño casi inmediatamente y pronto se ven luchando a brazo partido contra él. El sadrita lleva una mano a su cadera y un compartimento se abre en su cuerpo metálico, del cual brota una pistola… sí, como en Robocop. Otro detallito a la lista😅.

Durante el combate, Miguel Ángel consigue hacerse con la pistola del sadrita y le dispara con ella. Un fino rayo de luz sólida brota del arma y destroza la cabeza del armazón, donde se ubica el pulpo que lo controla. La alarma ha cundido ya por la base y el grupo se ve obligado a huir. Para borrar todo rastro posible de su paso por allí la base es bombardeada con torpedos autómata desde una pequeña nave auxiliar que luego recoge al comando y los lleva a la nave principal de la que vinieron. No ha sido precisamente una actuación tan sutil como se pretendía ni han obtenido un proyector de luz sólida… pero Miguel Ángel ha conservado la pistola que le arrebató al sadrita, y esta parece funcionar con el mismo principio, por lo que replicarla para su uso en naves sería tan solo un problema de escala.

Y aquí termina esta entrega. ¡Próximamente en sus kioscos, Hombres de titanio! Hasta que esté disponible, puedes repasar la saga desde el inicio pulsando aquí.

¡Luz sólida!. 1975 (reescritura del texto original de 1957). George H. White [Pascual Eguídanos]. La saga de los Aznar nº 24. Editorial Valenciana S. A. 

viernes, 18 de julio de 2025

VACACIONES INDEFINIDAS E INDEFINIBLES

                               

                                           Comunicado del Supervisor General.

En El Planeta del Espacio nos vamos a tomar unas vacaciones. Estaremos una temporada (una larga temporada, probablemente) publicando solo una o dos veces por semana en lugar de a diario, como llevamos haciendo (salvo imprevistos) desde que pusimos esto en marcha en 2018.  

Ya a principios de año dijimos que queríamos dedicar más tiempo a hacer material propio que a reseñar material ajeno, y vamos a ponernos en serio con eso. Hay varios juegos de mesa, de cartas y librojuegos que tenemos en desarrollo desde hace tiempo y queremos ir dándoles salida en forma de PDFs descargables. 

Así que las “vacaciones” en realidad solo serán de cara a nuestros lectores, porque se verán menos publicaciones. Pero en lo que a los habitantes de El Planeta del Espacio se refiere, vamos a seguir dedicando el mismo tiempo o más al blog.

Nos vemos en el próximo asteroide, gente.


¡Spa Fon!

jueves, 17 de julio de 2025

EL GUERRERO DEL ANTIFAZ (nº 38 a 40) A cintarazo limpio

 EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                                 ¡ALERTA DE EXPOILERZ!                                                                                              

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, nobles caballeros y damas.

Hoy comienzan las fiestas de Moros y Cristianos de Orihuela, a las que allí se refieren como Fiestas de la Reconquista. Conmemoran la recuperación de la ciudad en 1243, y sus filáes o comparsas están entre las más espectaculares que he tenido ocasión de ver. Las de la foto de abajo son, en primer término, la filáe Yoruba y, en segundo plano, la Zulú. No hay constancia de que estos pueblos en concreto participaran en la invasión de la península, pero representan de forma general a la variedad de tropas de África que los árabes trajeron consigo como guerreros esclavos o mercenarios.

Por lo que cuenta la tradición, a medio camino entre la historia y la leyenda, la ciudad de Orihuela había sido conquistada por tropas musulmanas quinientos años atrás. La guarnición que se dejó al cargo de mantener el dominio sobre la ciudad había crecido tanto que la población árabe ya superaba a la cristiana y era capaz de gestionar todos los recursos de Orihuela sin ella. El gobernante musulmán, llamado Bezzadón, tomó entonces la decisión de matar a todos los cristianos, que vivían recluidos en un mismo barrio. 

La noche antes de dar la orden de exterminio a sus tropas, la actitud extraña de Bezzadón puso sobre aviso a Armengola, una mujer cristiana que trabajaba en su casa como nodriza. Ella supo intuir o leer entre líneas lo que Bezzadón se proponía. Según otras versiones, oyó a escondidas como este se lo decía a uno de sus generales, o el propio gobernante se lo confesó para que ella tuviera tiempo de huir de la ciudad.  Fuera una cosa u otra, Armengola corrió a su casa y avisó a todo el gueto cristiano de lo que iba a ocurrir. Mientras la gente se organizaba a toda prisa y se armaba con lo que tenían a mano, ella regresó al palacete de Bezzadón acompañada de dos hombres jóvenes e imberbes, a los que había disfrazado de mujeres. Al ser interrogada por los guardias, ya acostumbrados a verla entrar y salir a cualquier hora, dijo que eran sus hijas mayores. 

Una vez dentro del palacete, los muchachos sacaron unas dagas que traían ocultas entre sus sedas y encajes y mataron a los guardias, abriendo de par en par las puertas para que entrara en tromba la población. La propia Armengola participó en la batalla, empleando como lanza el asta de una bandera que, al romperse, había quedado con un extremo aguzado. Cuando la guarnición del palacete cayó, la población mora huyó de la ciudad.  

Los comics de El Guerrero del Antifaz que vamos a repasar hoy son: 

La ayuda de Yusuf (nº 38). Comenzamos este número con un breve vistazo a lo que está ocurriendo en España. Parte de esto se nos contaba en el número anterior, pero he pensado que quedaría más claro contándolo todo junto. 

En el castillo de Torres, el padre de Ana María comunica a Don Luis que, si quiere la mano de su hija, esta es suya. Él acepta, por supuesto, pero la boda aún no puede celebrarse porque Don Luis se encuentra convaleciente de las heridas sufridas en sus últimos combates. Eso nos da algo más de margen para que la boda no se produzca de inmediato.

El capitán Rodolfo, otro pretendiente de Ana María, ha cobrado nuevas esperanzas con la partida del Guerrero hacia Túnez, pues ve poco probable que este regrese. Su otro rival, Don Luis, está malherido y nada garantiza su recuperación. El que no parece que vaya a reponerse es Olián, postrado en una cama en su fortaleza del peñon. 

Ya no es el hombre musculoso de antes, sino alguien demacrado y casi paralizado. Junto con su vigor ha perdido también el carisma y la capacidad de liderazgo que tenía entre sus tropas, y éstas sufren derrota tras derrota ante el avance de las fuerzas cristianas. Sus generales empiezan a cuestionar su mando, pero su esclava Zaida sigue siéndole fanáticamente leal. Ahora que él depende de ella, Olián la ha convencido de que también la ama y la induce a buscar la forma de causar el mayor daño posible a Ana María.

Volvemos a Túnez, donde el Guerrero y el Pirata Negro siguen ocultos en casa de Yusuf. Toda la ciudad está en pie de guerra buscándolos, y Yeir Kan comienza a entender por qué su hermano siente tanto miedo hacia el Guerrero. Este y el Pirata Negro se disponen a hacer otro intento de rescate. Yusuf les consigue uniformes de los hombres de Yeir Kan y les facilita la entrada al palacio. 

Llegan hasta las cámaras de las mujeres y les entregan un fardo de ropas con el que disfrazarse de guardias. El Pirata Negro, interesado solo en Beatriz, se marcha con ella para ponerla a salvo, dejando al Guerrero al cargo de la media docena restante. El Guerrero ya contaba con que los guardias buscarían únicamente a uno o dos intrusos. Al ir acompañado de un grupo de mujeres disfrazadas de soldados, ni siquiera reparan en ellos cuando se los cruzan. 

El palacio está lleno de tropas corriendo de un lado a otro, y el Guerrero y su peculiar tropa llegan sin demasiados problemas hasta las puertas de salida. Allí la vigilancia es más estricta y no les queda más remedio que abrirse paso luchando. 

Ya en la calle, tras pasar junto a una patrulla, alcanzan la casa de Yusuf, donde se reúnen con el Pirata Negro y doña Beatriz.

El fracaso de Yeir Kan (nº 39). En el palacio de Yeir Kan, Fernando es llevado a presencia de este, y su hermano lo reconoce al instante. Deciden usarlo como cebo para tender una trampa al Guerrero y construyen un cadalso en la azotea de una de las casas más altas de Túnez. Hacen correr la voz de que Fernando será ejecutado a mediodía y llenan calles y terrazas de guardias. 

Cuando la noticia llega al Guerrero, este se apresura a ir en su busca para liberarlo. Yusuf y el Pirata Negro tratan de quitarle la idea de la cabeza, porque dejarse ver de ese modo, con las calles llenas de tropas, pone en riesgo su escondite. Como de costumbre, el Guerrero no escucha más que a su propio sentido común del deber y abandona la casa.

Su plan es sencillo: cargar de frente, abrirse paso a espadazos hasta su amigo y, una vez lo libere, improvisar para buscar la forma de salir con vida de aquel embrollo. No es un gran plan, pero en un cómic infantil-juvenil suele funcionar. Tan pronto como se deja ver en la plaza, se da la alarma mediante cuernos de señales, poniendo a toda Túnez en pie de guerra. Todos los hombres son convocados a luchar, y el propio Yusuf sale de su casa espada en mano para no levantar sospechas. 

Mientras, los guardias de la plaza arrojan lanzas y disparan flechas contra el Guerrero desde las terrazas, mientras otros corren directamente a por él. A consecuencia de esto, algunos de esos proyectiles abaten a guardias ya enzarzados en el cuerpo a cuerpo, generando confusión. La única opción del Guerrero es no detenerse, así que combate lo justo para abrirse paso mientras se vale de los quicios de los portales, las esquinas de las estrechas calles y los propios guardias para librarse de las flechas.

Finalmente llega al edificio donde está Fernando, al que Yeir Kan custodia junto con un pelotón de sus hombres. El Guerrero consigue herir dos veces a Yeir Kan y tomarlo como rehén. Le hace prometer que sus hombres no le perseguirán mientras él y Fernando se alejan, a cambio de perdonarle la vida en esa ocasión. Yeir Kan acepta y ordena a gritos a sus hombres, que aguardan ansiosos en las calles, que permitan a los cristianos marcharse en paz. 

Estos obedecen las órdenes de su señor, pero su voz tiene un alcance limitado, y a medida que se alejan de la plaza van encontrándose con guardias que estaban demasiado lejos para oírle. Esto obliga al Guerrero y a Fernando a luchar nuevamente antes de poder llegar hasta las puertas, donde consiguen finalmente huir de la ciudad con un par de caballos robados.

Alí Kan, que no ha prometido nada al Guerrero, decide aprovechar que su hermano está débil y convaleciente por las heridas para imponer su autoridad. Reúne a un grupo de guardias y sale en persecución de los fugitivos.

Libertando cautivos (nº 40). El Guerrero y Fernando prosiguen su huida por un terreno árido que ofrece escasas oportunidades de ocultarse. El pelotón de soldados dirigido por Alí Kan les persigue. Tardan tres horas en dejarlos atrás y, cuando al fin se detienen a descansar en un bosquecillo disperso, son atacados por un león. Para Fernando, este es un adversario nuevo e inesperado. El Guerrero ya se había enfrentado a leones en el peñón de Olián y logra dar muerte a la fiera. Aunque ninguno resulta herido, el ataque espanta a los caballos. Al seguirlos para calmarlos, se desvían de su ruta y topan con una columna de mercaderes de esclavos.

El Guerrero decide entonces emplear su técnica habitual (atacar de frente sin más), mientras Fernando aprovecha la distracción para flanquear a los esclavistas y cortar las cuerdas de los prisioneros. Estos se unen de inmediato al combate y, cuando el polvo se asienta, el Guerrero cuenta con más de veinte hombres dispuestos a seguirle. 

Los excautivos resultan ser soldados cristianos que le informan de la existencia de una fortaleza no muy lejos, donde retienen a varios centenares de prisioneros de guerra más. Disfrazados con las ropas de los esclavistas muertos y armados con sus escudos y lanzas, marchan hacia la fortaleza-prisión fingiendo ser ellos mismos traficantes de esclavos.

Al poco de entrar, se topan con uno de los esclavistas de la caravana que logró huir en la confusión; este los desenmascara y se inicia una nueva y brutal pelea. El Guerrero se abre paso hasta las celdas y libera a un grupo de presos, que se suman de inmediato a la refriega. Los guardias que estaban durmiendo en el momento de comenzar el ataque ya han tenido tiempo de vestirse y armarse, y estos se unen también al combate que decidirá en manos de quién queda la prisión.

Entre tanto, el Pirata Negro y Beatriz abandonan la ciudad de Túnez escondidos en un carro de heno conducido por unos amigos de Yusuf. El carro se dirige a la casa de Omar, el hermano de este, que vive en un pueblo pequeño y comparativamente más seguro para ellas. Como sacar de la ciudad a todas las rescatadas a la vez es demasiado peligroso, el plan es ir transportándolas de dos en dos en los días siguientes hasta llevarlas a todas a casa de Omar.

Y aquí termina el segundo tomo recopilatorio de El Guerrero del Antifaz, de los diecisiete que forman la colección completa. Podéis repasar los números anteriores en orden desde el primero pulsando aquí. 

¡Aparece una palabra salvaje! Nos topamos de pronto con la palabra cintarazo y tuvimos que buscar su significado para asegurarnos, aunque este se podría deducir por el contexto. Un cintarazo es un golpe dado con el lado plano de una espada. Aunque en España está en desuso, parece ser que en México sigue siendo de uso común, pero allí se refiere a un golpe dado con un cinturón o correa. ¡Palabra salvaje capturada! Y además nos ha servido para poner titulo a este lote de números.

Otras colecciones de Manuel Gago 

Nuevas aventuras del Guerrero del Antifaz

El Aguilucho

El Guerrero del Antifaz. 1944. Manuel Gago (guion y dibujo). Reeditado en 1972 por Editorial Valenciana S.A.