EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ! RETOS LITERARIOS 2022
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
La última lectura del mes es la continuación de Los estranguladores, de Emilio Salgari. Es nuestra elección para el punto “Un libro ambientado en Oriente” del Reto Literario 2022. Si no leíste el libro anterior, podéis echarle un vistazo a nuestro resumen pulsando aquí, para entrar en contexto.
Nuestros héroes se dirigen al Raimangal, la isla maldita situada en el centro de los Sunderbunds que los thugs emplean como uno de sus principales templos. El grupo está formado por Sandokan, Yañez, Surama, Tremal-naik (al cual acompañan Dharma y Punty, su tigre y perro amaestrados), el teniente De Lussac, y un par de cornacs (guías de elefantes) con sus correspondientes animales.
Tan pronto como inician su camino en busca de Damna, la hijita de Tremal-naik raptada por los thugs, empiezan a ser acechados por estos. Comunicándose a grandes distancias por medio de toques de ramsinga (un tipo de trompeta larga india) los thugs se mantienen informados unos a otros de los movimientos del grupo, de modo que este es tanto seguido como interceptado por los sectarios.
En una serie de ataques relámpago, los thugs logran llevarse como rehen a Surama, matan a uno de los elefantes cortándole las patas traseras, y al otro de varios disparos. Uno de los cornacs se marcha con su paga al perder el elefante, pero el otro decide seguir con el grupo para vengar la muerte de su querido animal.
La ahora mermada expedición logra a pesar de todo llegar a los Sunderbunds: el delta pantanoso en la desembocadura del Ganges. Los cadáveres que son dejados arrastrar por el rio sagrado para que sus almas sean purificadas terminan desembocando aquí, donde forman un cementerio flotante poblado por aves carroñeras. Sandokan ofrece una generosa cantidad de dinero a lo que parecen ser un grupo de pescadores para que los lleven en su barcaza sobre las fétidas aguas, pero esto resulta ser otra trampa de los thugs.
Una vez en medio de una laguna, los pescadores se lanzan contra ellos y se produce un salvaje combate en las estrecheces de la barcaza. Ambos bandos intercambian golpes, cuchillazos y hachazos sin compasión, hasta el punto que Sandokan agarra a un thug que ya tiene el cráneo y las costillas rotas y no cesa de vomitar chorros de sangre (y que, a pesar de ello, sigue luchando) y lo lanza por la borda para que se ahogue en la sopa de fango y cuerpos putrefactos. Quizá penséis que esto se aparta mucho del comportamiento por lo general noble de Sandokán, pero recordad que está tratando con los miembros de una secta que ha raptado a una niña de cuatro años.
La batalla se salda con la muerte del cornac que quería vengar a su elefante (y Yañez mata a un par de thugs en su nombre, para honrar su valor) y la de todos los sectarios menos uno, llamado Sirdar. Este les revela que no cree en la diosa Kali y que se unió a los thugs solo como una forma de salir de la miseria de las calles. Como renegar de Kali es algo que ningún fanático thug haría ni aún para engañar a un enemigo o salvar la vida, Sandokan le ofrece la posibilidad de expiar los pecados cometidos como thug a cambio de luchar ahora como parte de su grupo, y Sirdar acepta acompañarlos. Tras este incidente, el grupo se reúne con el resto de la tripulación del Marianna (que ha estado costeando hasta entrar en el pantano por la desembocadura) para atacar todos juntos el templo.
Aquí se da otra de las incongruencias que tenían en ocasiones las novelas de Salgari debido a la forma en la que fueron escritas. La mayoría de lo que ocurría eran improvisaciones sobre la marcha, y probablemente no tenía ni tiempo de releer lo ya publicado para ver si todo cuadraba. No hay ningún motivo de peso para que este grupo fuera a pie hasta los Sunderbunds si de todas formas era posible llegar hasta ellos costeando tranquilamente y remontando el Ganges, junto con todos sus hombres. Además, Darma y Punty, que habían quedado separados del grupo durante un apocalíptico vendaval, reaparecen sin más explicación en la cubierta del Marianna, seguramente porque el autor ya se había olvidado de ellos. Pero creo que cualquiera que conozca las condiciones en las que escribía Salgari puede perdonar este tipo de fallos.
El combate en el templo de los thugs compensa cualquier descuido del autor en la continuidad de su obra. Si al final de Los misterios de la jungla negra se echaba a faltar una buena descripción del asalto al templo de los thugs, aquí nos resarcimos de ella. Los fanáticos thugs, que son unos doscientos cincuenta, se han preparado para la batalla desnudándose por completo y untándose el cuerpo con aceite de coco, indicativo de que están dispuestos a morir. Hacen esto para que su piel sea resbaladiza y resulte casi imposible sujetarlos o inmovilizarlos, y matarlos sea la única alternativa a capturarlos vivos. Esto hace también que los puñetazos o golpes romos con porras o culatas de fusiles resbalen en su piel provocándoles menos daño contundente, para evitar quedar inconscientes.
Armados con cuchillos y sus temibles lazos de seda estranguladores, los thugs atacan en oleadas a los piratas de Sandokan, que responden con igual ferocidad. El Marianna traía embarcados un gran número de dayakos, una tribu de salvajes aliados de Sandokan que jamás perdonan la vida a ningún enemigo, puesto que para ellos nada hay más valioso que las cabezas humanas cortadas en pleno combate, que coleccionan.
Tras una sangrienta batalla en las laberínticas y claustrofóbicas estrecheces del templo thug, este es conquistado por los hombres de Sandokan, y Surama es liberada. Damna, sin embargo, ya no está allí, puesto que Sudoyama, el líder thug, se la ha llevado por un pasadizo secreto. Ha huido a Delhi junto con varios de sus hombres para ponerse al amparo de la insurrección de los cipayos, que, en esta novela, se sugiere que ha sido orquestada por los thugs.
La insurrección de los cipayos (los soldados hindúes al servicio del ejército británico) fue un suceso histórico real que supuso el principio del fin del colonialismo británico en la India. Los cipayos se alzaron en armas no solo contra los soldados británicos, también contra sus familias, asesinando a las mujeres y niños ingleses o mestizos de los cuarteles y ciudades. La represalia de los británicos estuvo a la par, y cuando una ciudad se declaraba en rebeldía todos sus habitantes eran ejecutados, incluidos aquellos que jamás habían tomado las armas ni apoyado a los que lo hacían. Se entró en una extraña dinámica en la que cada bando parecía competir por ver a cuántos inocentes del bando contrario era capaz de asesinar.
En medio de una India convertida en un infierno de llamas, matanzas y saqueos, Sandokan y los suyos siguen a Sudoyama hasta Delhi, la ciudad sagrada, joya de oriente, logrando infiltrarse en ella en la víspera del asalto final británico.
Después de todo por lo que han pasado para atraparlo, el combate contra el líder thug sabe a poco; Sudoyama está solo. Los thugs que escaparon con él del asalto al templo han ido cayendo por el camino tratando de frenar al grupo de Sandokan, y los cipayos apenas dan abasto para guarecer los muros de la ciudad. Matar a Sudoyama, a estas alturas, es ya un mero trámite. Tremal-naik recupera a su pequeña Damna, y el grupo se escabulle de una Delhi que está siendo ya tomada por los británicos, que recorren las calles y registran casa por casa fusilando o ahorcando a toda persona que encuentran.
Lo que más llama la atención de esta novela, es el cambio de perspectiva. Sandokan siempre se ha enfrentado tanto a los británicos como a los thugs, pero en esta ocasión, el haber destruido el templo principal de los thugs en medio de la revuelta de los cipayos le hace ganar puntos a ojos de los soldados ingleses. Y al mismo tiempo, el que estos estén atacando la ciudad donde Sudoyama se ha refugiado, le supone a él un beneficio indirecto. Cuando tras rescatar a Damna abandona a su suerte a Delhi, la ciudad más sagrada de la India, de algún modo está abandonando también parte de sus ideales. Es un Sandokan aún heroico, pero amargado, hastiado de una guerra en la que ha perdido demasiados años y amigos, y ya solo parece dispuesto a empuñar las armas por defender a sus más allegados.
Por cierto, si estáis interesados en leer este libro de Salgari, evitad esta caótica edición. En lugar de una novela completa, el libro contiene el último tercio de Los dos tigres (retitulada como Los dos rivales) y la primera mitad de El rey del mar, (retitulada como Los Tigres de Malasia). Además la traducción no es muy buena, llamando petardos a las bombas y pesetas a las rupias, por ejemplo.
Nuestra próxima lectura será Los ojos del hermano eterno, de Stefan Zweig, que sinceramente no tengo ni la más remota idea de que trata.
También puedes repasar los otros libros de este autor ya comentados pulsando aquí.
Le due tigri. 1904. Emilio Carlo Giuseppe Maria Salgari. Publicado en 1987 por Clásicos Juveniles Planeta.