EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
Hoy, 27 de julio, celebramos el Dia internacional de sacar a pasear tu planta de interior. Sí, tal como suena. Existe un día para sacar de paseo las plantas de interior, así que ya sabéis; coged vuestra planta preferida, acunad su maceta entre los brazos como si fuera una mascota, y salid a pasear con ella por la calle para que, un día al menos, le den unos minutos de aire y sol.
Creo que a finales de julio es una de las peores fechas para esto precisamente porque el sol es demasiado intenso. Si a las plantas de interior les sienta mal el sol, deberíamos pasearlas en fechas en las que el sol sea más tenue, pero no voy a entrar en eso. A lo que voy, es que el Dia de sacar a pasear las plantas de interior me ha parecido el más adecuado para comentar este libro. Porque las plantas de este libro también pasean, y lo hacen por sí solas.
El protagonista y narrador en primera persona es Bill, que comienza su periplo en la cama de un hospital. Ha estado una semana ingresado con los ojos vendados debido a un accidente laboral. Justo la mañana en que la historia inicia debían retirarle los vendajes para comprobar el estado de su vista. Y precisamente esa mañana, al despertar, percibe que el hospital está misteriosamente inactivo. Nadie llega a retirarle las vendas, ni a servirle el desayuno, ni a asistirle en su aseo.
Tras varios intentos de llamar a un médico o enfermera y vagar a ciegas por su habitación, se decide a quitarse él mismo los vendajes y descubre aliviado que sus ojos se han curado perfectamente y conserva su anterior agudeza visual. Lo que también descubre poco después, es que se trata de una de las pocas personas en todo el mundo que es capaz de ver. Durante esa misma noche y madrugada, el mundo entero ha estado observando fascinado una increíble lluvia de meteoritos de color verde intenso, de una belleza nunca vista. Una versión de las Lágrimas de San Lorenzo a gran escala que con el paso de las horas ha podido ser divisada por ambos hemisferios. Es un acontecimiento único en la vida que, naturalmente, nadie ha querido perderse. Y todos los que lo han visto, se han quedado repentinamente ciegos horas después. Deambulando por la ciudad, Bill encuentra a una joven capaz de ver que está siendo utilizada como lazarillo por un anciano ciego, que la lleva de un lado a otro, maniatada y unida a él con una cuerda a modo de correa. Bill libera a la joven, llamada Josella, y juntos tratan de adaptarse al nuevo mundo.
La situación os resultará muy familiar: una persona que despierta de un coma o en un hospital donde precisamente su reclusión y aislamiento le ha salvado de algo terrible que ha arrasado con la civilización. Así comenzaba 28 días después, así comenzaba Resident Evil Apocalipsis, así comenzaba The Walking Dead, y alguna más que ahora mismo no recuerdo. El día de los trífidos se escribió en 1955 (o 1951, según otras fuentes) así que ese tipo de inicio está sacado de aquí.
Otra cosa que os resultará familiar, porque se le ha empezado a sacar partido hace poco, es que el desastre global consista en o implique la perdida de (o el no poder usar) uno de los sentidos principales, como la vista en Bird Box y Blindness, o el habla (vale, hablar no es un sentido, pero ya me entendéis) en Un lugar tranquilo. En eso este libro también fue pionero. Comento estas dos cosas solo para poner en perspectiva la relevancia que tuvo y aún tiene El día de los trífidos.
Y aún podríamos hablar también de la influencia que tuvo en las historias de zombis, porque aunque aquí no salgan zombis, la situación en la que se sume la humanidad es muy similar a las historias de zombis modernas. Pero no adelantemos acontecimientos.
Nos habíamos quedado con la práctica totalidad de la humanidad completamente ciega. Solo Bill y otros pocos afortunados conservan la vista debido a que, por algún motivo u otro, no presenciaron la lluvia de meteoritos verdes. Lo de afortunados es un decir. La mayoría de los que no pierden la vista son niños pequeños a quienes sus padres habían mandado a dormir temprano, y los bebés en sus cunas. Y la mayoría de estos, también, mueren en los primeros días al no tener adultos funcionales que puedan ocuparse de ellos. La gente que ha quedado cegada es incapaz siquiera de llegar hasta sus casas si la ceguera los sorprendió fuera, y otros son incapaces de salir de ellas en busca de ayuda o comida. Se nos describen escenas de ciegos golpeándose unos a otros, luchando por la posesión de una lata que ellos creen que es de comida y resulta ser de pintura. O un niño pequeño que puede ver y está siendo zarandeado por varios ciegos que se han dado cuenta de ello. Quieren que el niño les guie y les consiga cosas, pero el niño es todavía demasiado pequeño para entenderles.
Los pocos adultos que pueden ver se convierten de inmediato en salvadores u opresores. Hay un refrán que dice que “En el país de los ciegos, el tuerto es el rey”. El refrán lo dice de forma figurada, pero en este caso es literal. Una sola persona capaz de ver puede convertir en esclavos a docenas de ciegos. Los que aún ven pueden conseguir y usar armas de fuego. Pueden encontrar y repartir o acaparar la comida. Pueden guiar a los ciegos que vagabundean por las calles hasta refugios seguros o hasta inesperadas prisiones. Pueden conducir vehículos en los que transportar a otros y aprender lo que necesiten a base de libros. Los que ya eran ciegos antes del suceso tienen una ligera ventaja sobre los nuevos ciegos, pero siguen dependiendo, como el resto, de alimentos que ellos mismos no pueden conseguir.
Se producen suicidios masivos. Millones mueren por hambre y sed, incapaces de procurarse sustento por si solos. Se forman pequeñas bandas de videntes (en el verdadero significado de la palabra) que tratan de crear comunidades seguras de ciegos, o bien convertirlos en esclavos, usándolos como bestias de carga. Pero todo esto explicado al estilo de 1955, menos crudo en las descripciones de lo que sería normal hoy en día. La mayoría de estas cosas se nos dan a entender como consecuencias lógicas de la situación, más que recrearse en ellas.
Veamos ahora qué son los famosos trífidos del título. Los trífidos son unas plantas creadas mediante bioingeniería que sirven para todo. Sus tallos proporcionan un aceite vegetal de excelente calidad, sus hojas son un magnífico forraje para los animales, y producen un veneno con notables aplicaciones médicas. Se multiplican en grandes cantidades y casi se mantienen solos. Representan, en definitiva, infinitas cosechas de riqueza, y sus semillas, esparcidas por todo el mundo debido a un accidente aéreo, han hecho que todos los países tengan grandes cultivos de ellos.
El problema es que la combinación de genes a la que se tuvo que recurrir para producir esta planta maravillosa, implica que puedan andar sobre sus tres largas raíces, usándolas como piernas rudimentarias. Y disponen en lo alto del tallo de una cepa en forma de látigo de varios metros, rematada por un aguijón por el que pueden inocular su veneno a los animales cuya presencia perciban. Hacen esto para matarlos, ya que los trífidos también pueden alimentarse a través de sus raíces de los jugos que escapan de los cadáveres en licuefacción. Y el privar a un trífido de su aguijón o de sus raíces para que no sea peligroso, daña tanto a la planta que la calidad de los productos que se refinan de ella dejan de compensar el trabajo de obtenerlos.
Ya estáis viendo la situación ¿verdad? El mundo está lleno de campos cercados y viveros repletos de millones de plantas enormes capaces de andar y matar, y que no tienen ninguna dependencia de la vista para percibir el mundo a su alrededor. Y al mismo tiempo, la humanidad se ha quedado masivamente ciega y desorganizada. Los trífidos, que tienen una cierta inteligencia y capacidad de comunicación (definitivamente, alguien metió genes animales a esas plantas del infierno) tardan algunos días en notar el cambio de actividad humana. Cuando son al fin conscientes de la gran debilidad de sus cultivadores/captores, los trífidos multiplican sus intentos de escapar de los campos, y comprueban que ahora nadie se lo impide. Por si la humanidad no tuviera bastante con la ceguera global, añadimos la amenaza de millones de monstruos vegetales ambulantes y asesinos.
Como las plantas que son, las armas de fuego tienen muy poco efecto en los trífidos. ¡No se mata fácilmente a un manzano pegándole tiros con una 9mm! En su momento los humanos desarrollaron un fusil especial que disparaba discos cortantes para “podar” trífidos descontrolados. Bill, que precisamente trabajaba en una empresa de cultivo y procesamiento de trífidos, es el primero en predecir la “rebelión” de los trífidos y consigue un camión entero de fusiles podadores y cajas de cuchillas de repuesto, de los almacenes de su propio lugar de trabajo. Bill, Josella y Susan (una niña también vidente que encuentran y se convierte de forma tácita en su hija adoptiva) se dedican así a reunir a los ciegos que creen que vale la pena salvar, y forman con ellos una pequeña comunidad segura.
Una cosa que se hace muy bien, es dosificar la amenaza de los trífidos. Al principio todo se reduce a sobrevivir al propio caos inicial de la situación. Luego van apareciendo las bandas, tanto de videntes que se aprovechan de los ciegos como al revés. Bandas que inevitablemente se van encontrando y en algunos casos colaboran entre ellas pero en otras se depredan. Hay muchísimo texto dedicado a hablarnos de las historias personales de los protagonistas, a filosofar y reflexionar sobre como los valores sociales, morales, políticos y religiosos a los que algunos aún se aferran deben olvidarse y reescribirse ante los desastres de gran magnitud como ese. El propio valor de la vida cambia, y aquellos que no pueden aportar nada a la nueva sociedad son desechados, porque el pretender salvar y alimentar a todos es una ilusión. Luego aparece una plaga que comienza a extenderse diezmando a los supervivientes, y por miedo al contagio los infectados son simplemente abandonados a su suerte o directamente ejecutados. Y en todo momento los trífidos están allí, en segundo plano, dejándose ver de vez en cuando, agitando sus verdes látigos-cepa venenosos como una amenaza adicional.
Mientras los humanos se hunden en su propia ceguera física y moral, los trífidos se multiplican sin control esparciendo semillas al aire en forma de esporas que el viento arrastra. Y llega un punto en que se convierten en la mayor amenaza de todas y requieren de una lucha constante solo para mantenerlos a raya. El grupo de Bill y Josella termina dándose cuenta que la prioridad absoluta debe ser defenderse de los trífidos, que parecen destinados a cubrir con el tiempo cada metro cuadrado de tierra firme.
No es una novela de acción, sino de reflexión. La mayor parte del texto son diálogos entre los personajes, sus discusiones, la descripción de la caída de la humanidad y su posterior adaptación a un mundo que la mayoría no pueden ver. Se toca el tema de la “tiranía” de los inválidos, exigiendo protección a los sanos y escudándose en su invalidez para no hacer nada, aunque puedan. Hay un momento en el que en una de esas comunidades se intenta enseñar a los ciegos a tejer al tacto cestas de cáñamo para guardar cosas, y estos se niegan incluso a intentar aprender. Pretenden que se les de todo hecho, como si la desgracia que han sufrido justificase el que ya no deban esforzarse lo más mínimo por el bien común. También se establece que la vida de aquellos que pueden ver es lógicamente más valiosa que la de aquellos que no, pues las comunidades dependen principalmente de ellos. Incluso dentro de los ciegos estos tienen diferentes valores. Una mujer ciega vale más que un hombre ciego, por su capacidad para parir y generar nuevos humanos. Pero hay gente que se escandaliza al oír hablar a otros en estos términos, incluso en una situación de supervivencia extrema donde todos deben colaborar en lo que puedan.
Y en todo momento los trífidos están allí, esperando su oportunidad, esperando que a los humanos se les acabe el combustible, la comida enlatada, o la esperanza. Creo que podemos estar de acuerdo en que sin duda el cine de zombis actual debe mucho también a esta novela.
Hacia el final de la historia, el grupo de Bill, Josella y Susan se encuentran con uno mucho mayor que está extendiendo un nuevo feudalismo para retomar el control de la sociedad. Este grupo está imponiendo su forma de organizarse a todos los supervivientes de un modo tiránico, y de nuevo los humanos se convierten en la mayor amenaza de los humanos.
La historia tiene un final abierto, en la que los supervivientes simplemente… siguen sobreviviendo, que no es poco. Los trífidos se multiplican sin fin, pero ya se han desarrollado técnicas y trucos para librarse de ellos mientras no se acumulen muchos. Los grupos de humanos, en lugar de colaborar, se enfrentan entre ellos luchando por imponer su idea de la sociedad perfecta. Algunas comunidades caerán, otras prosperarán, y el mundo seguirá girando a pesar de todo.
La lectura se hace lenta a ratos, especialmente cuando los personajes nos cuentan su vida anterior a la lluvia de meteoritos, pero en general es bastante entretenida. Tiene detalles muy interesantes, como cuando Josella aprovecha que están buscando ropa de repuesto en una tienda, para robar también unos pendientes y un collar dejándose llevar por un absurdo pero entendible toque de vanidad. También está el tema de la ceguera. En un principio se achaca a la luz de los meteoritos, pero más adelante se sugiere otra explicación. Los meteoritos podrían haber sido del todo inocuos por sí mismos, pero uno de ellos habría impactado contra un satélite puesto en órbita por algún país indeterminado, armado con ojivas de guerra química. Al ser derribado por el impacto de un meteorito y caer a la tierra, la enfermedad contenida en las ojivas se abría dispersado por toda la atmósfera, cegando a aquellos que tuvieran los ojos abiertos en algún momento de la larga noche de los cometas, mientras el virus estaba activo en el aire. La misteriosa enfermedad terriblemente contagiosa que diezma a la población poco después sería el resultado de un segundo satélite de guerra bacteriológica derribado de su órbita por otro de los meteoritos.
Lo más fácil habría sido relacionarlo todo, pero no. No son los cometas verdes los que ciegan a la gente ni los que “dan vida” a los trífidos o provocan la enfermedad. Es un conjunto de desastres no relacionados que se dan a la vez. De hecho, no hay un verdadero desastre natural; son dos armas bacteriológicas y una planta modificada genéticamente las que ponen en jaque a la humanidad cuando esta pierde el control sobre ellas.
El tono general me ha recordado mucho a Soy Leyenda (que es de la misma época) y en la que también se incidía en el peligro de las armas biológicas.
Por cierto… ¡hay un La noche de los trífidos! Le daremos un vistazo el año que viene, cuando nos toque sacar las plantas a pasear otra vez.
The Day of the Triffids. 1955. John Wyndham. Publicado por Ediciones Minotauro en 1991.